La académica de número medita sobre la actual reflexión histórica en torno al “golpe de Estado” de 1973 en una columna de El Mercurio.
El Partido Comunista ha definido cuál es la correcta interpretación del golpe de Estado del 73. Encontró el calificativo perfecto del cual se deriva toda posición frente al tema. Un tanto gruesa. Pero muy acertada desde su perspectiva porque cierra el debate. Y políticamente bien pensada. Logró lo que buscaba: el Gobierno dio, en los hechos, por clausurado su concepto inicial que era amplio e invitante.
Discutir el argumento del PC no vale la pena.
El interés reside en por qué se quiere suprimir el debate. Posiblemente porque una revisión crítica de la historia y un diálogo desde la memoria implica hacerse cargo de las múltiples variables que llevaron al Golpe y a la dictadura. Ese ejercicio, sin embargo, es necesario porque contribuye a formar una cierta conciencia histórica —historia y memoria— sobre el tejido cívico que a diario construimos como sociedad política.
La historia como disciplina se negaría a sí misma si pretendiera relatos concordados. Por el contrario, propone diversas interpretaciones fundadas que son más o menos convincentes y varían en el tiempo. Este vínculo entre evidencias, interpretaciones, entrecruce de variables, introducción de preguntas nuevas es una de las vertientes de la conciencia histórica.