Joaquín Fermandois: “Pervivencia del Chile republicano”

El historiador y actual Presidente del Instituto de Chile, Joaquín Fermandois, reflexiona respecto del proceso constituyente en esta columna publicada en El Mercurio.

Comienza el acto final de la operación lúdica planteada por la Convención, un manifiesto que propone un país ideal a realizarse porque estaría inscrito en la Constitución. Producto de la imitación servil de otras cartas latinoamericanas, en especial de la boliviana; imantada del lenguaje de la academia norteamericana (en eso están los antiimperialistas), sazonado con pasajes aceptables para todos, y sin embargo inextricablemente comprometido con un “proyecto” que los hipoteca, se asemeja demasiado a una autorización para divertirse con el país. Aconsejo mirar en cada inmigrante venezolano a una víctima de la maravillosa Constitución de Chávez.

No será el fin del país, pero sí puede serlo del Chile como Estado nacional en su búsqueda real de un sistema acorde a la civilización contemporánea, aun reconociendo en su historia crisis intermitentes y modernización incompleta.

No es desmesura tener una completa desconfianza en cómo será leído e interpretado el proyecto de nuestros increíbles convencionales, una vez entrado en vigencia. Pequeños maquillajes de último momento y una ceremonia más en línea con la sobriedad de nuestro estilo chileno en la entrega del proyecto no cambian esa letra, un programa de acción abierto en mil direcciones, todo menos una Constitución respetable (es decir, las que han funcionado).

Se dice que hay que saber reconocer el mandato de la hora, el mensaje de los tiempos. Solo que en el presente no hay un solo tiempo ni un solo mandato; tampoco una sola respuesta. Sobre todo, habrá que preguntarse —la gran cuestión de la política moderna— cuál es el orden más civilizado que nos corresponde. En Chile ha habido más o menos una constante de aproximación al modelo más positivo de la sociedad contemporánea, en lo político y en lo económico-social. Se tuvo un éxito parcial e intermitente en lo primero; muy incompleto en lo segundo, si bien no sin brincos significativos como el de las últimas décadas, ahora empantanado en un shock cultural que nos tiene aturdidos y de lo que solo emergeremos con ardua dificultad. Por cierto, no podrán ayudarnos los llamados populismos ni las democracias iliberales, y en este continente estas últimas, las de la horneada más reciente, ni siquiera traen desarrollo económico.

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