El académico de número reflexiona sobre la moderación y la argumentación para opinar en su columna de El Mercurio.
El lugar en el cual se está situado al elaborar ciertas opiniones influye sobre la forma y contenidos de esas opiniones. “Lugar” no significa solo el punto geográfico, sino también la ubicación cultural, la posición en la jerarquía social, la educación y valores heredados.
Siempre tengo en cuenta esta afirmación cuando redacto una columna. La principal lección que debemos extraer señala hacia la regla de oro del opinar: el opinar pertenece al ámbito gnoseológico de lo verosímil y no de lo necesario. Los opinólogos profesionales y aficionados de la opinión —es decir, todos nosotros— no debemos olvidar al momento de expresar nuestras opiniones que, por su propia naturaleza, no se puede aspirar a ningún género de certeza. Es una lección, pues, de humildad ineludible la consideración de la situación parcial desde la cual se habla. Es necesaria autosuspicacia.
Una segunda lección se refiere a la necesidad de argumentar en favor de la razonabilidad de la opinión expresada.
Una persona que emite supuestas opiniones con pretensión de certidumbre y sin argumentar, se sale de la definición del opinar.