Pedro Gandolfo: “Conociendo el conocimiento”

El académico de número reflexiona sobre la tarea de levantar conocimiento o archivos territoriales para crear puentes y hundir raíces en el saber común en su columna del diario El Mercurio. 

Llevo ya cinco años trabajando en una fundación que busca, en el mediano plazo, ir ampliando el conocimiento que existe acerca de la provincia donde vivo. Todo ello bajo el supuesto de que la calidad del desarrollo humano en una comunidad tiene un lazo directo con nuestra capacidad de traspasar el conocimiento que otras generaciones han acumulado respecto de nosotros mismos para, a partir de este, generar nuevos horizontes. Para hacerlo, lo primero que nos propusimos es tratar de elaborar un catastro de lo que ya hay, porque solo en ese momento aparecerá el vacío, las lagunas, aquellas áreas y disciplinas que profundizar y desarrollar y, al mismo tiempo, nos tropezaremos con figuras y estudios omitidos u olvidados, que nunca fueron considerados en su hora. Esos “redescubrimientos” son los momentos más alegres de la tarea.

En este recuento se aprende mucho. Es un ejercicio arduo, interminable, fascinante, pero también, por decirlo de algún modo, aventurero.

El conocimiento acerca de un territorio se halla contenido en libros sobre los más diversos temas, pero también en fotografías, películas, videos, en su arquitectura y modos de habitar, en las obras literarias y en el arte que se ha creado desde él —en el arte subyace un conocimiento extraordinariamente valioso, que sería un desvarío separar de la “ciencia”—. Y, además, y de modo muy apreciable, es preciso aspirar a ese saber que se guarda en la tradición oral, que es la más vulnerable e invisible. Empecé, así, con la idea de crear una biblioteca especializada y me fui adentrando en lo laberíntico del saber que producimos, de cómo las divisiones y clasificaciones son útiles en la organización de un archivo, pero también separan y alejan lo que en la realidad es vecino y, más todavía, es “Uno” junto con todas las demás piezas del puzle. Además, el conocimiento es intermitente —sobre todo en la provincia—, ya que de pronto se ilumina acá (producto de la dedicación de una persona o una institución), pero es frecuente que esa luz se apague porque dependía del frágil y perecedero sostén que la mantenía encendida.

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