El académico de número reflexiona sobre los hechos ocurridos el 18 de octubre de 2019 en una columna del diario El Mercurio.
El 18 de octubre de 2019, en un hecho atípico en la historia nacional, se produce una fuerte protesta como resultado de la acumulación de frustraciones y expectativas, como también de abusos de distinto origen que, pese a los innegables avances, venía padeciendo la inmensa mayoría de nuestros compatriotas. Muy pocos habían advertido sobre esta situación, sugiriendo la necesidad de fuertes correcciones en el modelo económico, político y social que se había heredado en 1990. Los temas al debe en distintas esferas y, fundamentalmente, en lo que se refiere a educación, salud y seguridad social, fueron pospuestos o librados a políticas más bien cosméticas. Faltó visión efectiva para profundizar los avances en materia de desigualdades, lo cual nos ha llevado a ser uno de los países más atrasados en la solución de este tema. Por supuesto, son parte del debe el terminar con los abusos que los malos empresarios cometen coludiéndose con el afán mezquino de mayores ganancias a costa de todo un pueblo.
Pero el 18 de octubre de 2019 es también el momento en que, como se había advertido, queda en total evidencia la crisis profunda de las instituciones que son los pilares de la vida republicana y de la existencia de un régimen democrático de Derecho.
Ese día queda en evidencia el fracaso de un gobierno que no tuvo la sensibilidad para captar los malestares que se habían acumulado en la ciudadanía.
Asimismo, el fracaso de un Parlamento que deja dormir los proyectos que podrían en parte aliviar los problemas de la gente; también el fracaso de los partidos políticos que se ven sorprendidos por los hechos y demuestran su total incapacidad de dar conducción a los procesos sociales y de ser interlocutores válidos para la búsqueda de la solución a los problemas que se plantean.