El académico de número reflexiona sobre los actos de violencia ocurridos el 18 de octubre en una columna del diario Estrategia.
La llamada “celebración” de aquella “explosión” ocurrida el año 2019, hizo bastante mérito para asemejar el escenario de destrucción y vandalismo que se ha repetido insistentemente a lo largo del país desde ese entonces. Por cierto que el llamado “estallido social” del 2019 envolvió varias dimensiones, incluyendo un estallido político, uno de tipo moral, y uno puramente social. Todo ellos reflejaron la voluntad de manifestar un descontento acumulado por años, basado en altas expectativas y la mantención de un statu quo que fue fuente de gran inconformismo. Todo esto, teniendo como trasfondo un sector político y empresarial que no supo leer los sentimientos que se acumulaban y que hacían prever el desenlace fatal de octubre del 2019. El mismo estuvo además rodeado por un estallido delictual, de aquellos que buscaban solamente destruir y obtener beneficios directos producto de su accionar a la sombra del descontento generalizado. Todo esto ha llevado a similares eventos, vestidos ahora de “celebración” de todo aquello que, por lo demás, se ha venido repitiendo en forma consuetudinaria. La sociedad chilena se ha tenido que ir acostumbrando a un escenario de violencia sistemática, que paraliza la vida normal de familias, barrios y ciudades, eclipsando el rol que debiese tener la instancia convocada para elaborar una nueva constitución, que las élites decidieron era el camino para buscar la estabilidad y la paz.
Todo esto no representa per se nada nuevo. Sin embargo, las noticias dan cuenta de hechos verdaderamente sorprendentes por la inédita maldad que los mismos envuelven, como el ataque a un cuartel de bomberos en Valparaíso o la destrucción de oficinas del Registro Civil en una comuna popular de Santiago. Además, el robo masivo perpetrado en locales comerciales a través de saqueos organizados incluyendo descerrajamiento y amenazas. Hechos graves que no ameritaron, sin embargo, el repudio visible por parte de muchos líderes políticos, candidatos presidenciales incluidos. Era la oportunidad para mostrar un camino: que la violencia a nada conduce, excepto a más violencia y amedrentamiento sobre una ciudadanía que observa temerosa estos desarrollos que amenazan no sólo su tranquilidad, sino también su futuro. Miles de pequeños empresarios, emprendedores y sufridos comerciantes, han debido enfrentar varias veces una verdadera debacle en sus actividades, producto de las acciones violentistas. Un candidato presidencial dijo que lamentaba estos hechos acaecidos sobre el capital común. Eso no cubre al humilde empleado al que arrebataron su automóvil, ni aquellos que perdieron toda su inversión en un pequeño emprendimiento. Demasiado para un país que está discutiendo su nueva Constitución y que espera seguir adelante con su recuperación económica. Esto no puede considerarse una celebración, y mucho menos una “segunda independencia” como otro candidato presidencial ha sugerido, sin clara noción del esfuerzo patriótico que envolvió la guerra para lograr salir del dominio español.