La académica de número reflexiona sobre la polarización política de la sociedad chilena en su columna de El Mercurio.
En la medida en que avanza el tiempo y queda menos por vivir, uno empieza a preguntarse cuáles fueron las grandes influencias que hicieron que uno sea lo que es. La respuesta obvia es que nos han impactado muchas personas, muchas lecturas, muchas experiencias de vida, pero quisiera compartir dos vertientes que podrían contribuir a un mejor entendimiento entre “nosotros” y los “otros”. Más allá de cómo los cristianos hemos vivido nuestra fe —ciertamente no siempre en formas admirables—, me atrevo a afirmar que son muchas las enseñanzas del cristianismo que han contribuido a mejorar la civilización. De partida, se trata de la primera religión que ya no es solo para héroes y triunfadores, sino que, por el contrario, abre espacios privilegiados para los más débiles, los “perdedores”, los pobres, los enfermos y los pecadores. Se trata de preceptos basados en su mandato principal de “amarnos los unos a los otros” y en la convicción de la igualdad de todos a los ojos de Dios. De todo lo anterior se desprenden dos grandes virtudes: la misericordia y la compasión, entendidas como la capacidad de empatizar con la pasión y el dolor de los otros y de apiadarse de las debilidades de la naturaleza humana.
Pienso que aquello es el sustento del esfuerzo que hacen muchos por desarrollar dos brújulas para guiar sus sentimientos, actos y conductas. La primera es la sabia distinción entre el pecado y el pecador. Sin caer en una neutralidad ética, que evita cualquier discriminación entre el bien y el mal, el cristiano es conminado a no condenar nunca a una persona en razón de su proceder, por errado que este sea. Es esto lo que permite, por ejemplo, tener serias aprensiones morales sobre ciertas doctrinas, como el comunismo —un experimento sangriento en su historia y totalitario en sus objetivos—, pero sin por eso odiar a quienes adhieren a ellas y, mucho menos aún, desearles el mal o aceptar que sean perseguidos, maltratados o estigmatizados.