La académica de número destaca la importancia de la lectura en su columna de El Mercurio.
En los veranos me sumerjo en la lectura voraz, principalmente de novelas que en el año son parcialmente postergadas por libros de historia o de política. Tuve una niñez enfermiza y en un mundo donde solo existía una radio para obtener entretención, el libro era la pieza maestra de nuestras vidas: lo primero fue “El Tesoro de la Juventud”, con sus cuentos de hadas y princesas e información miscelánea de historia, ciencia y geografía, y luego, el universo infinito de la literatura.
Hoy el libro corre con desventaja. La obsesiva compulsión por la pantalla está privando a nuestros niños del instrumento insustituible que es la lectura. Como creo en la argumentación fundada he decidido racionalizar por qué importa leer.
Pues bien, la invención de la escritura es posiblemente uno de los hitos primordiales en la evolución de la civilización, porque permite la preservación y transmisión del conocimiento de generación en generación y, en lo personal, adquirir, analizar, evaluar y procesar la información, desarrollar ideas, elucubrar nuevas perspectivas, adentrarse en otras realidades y otras culturas. Sin ella no es posible acceder a disciplinas como la historia, la ciencia, el arte, la ética o la filosofía.