El académico de número realiza una crítica a la Convención Constitucional en esta columna publicada en el diario El Mercurio.
¿Por qué muchos que votaron por el sí a una nueva Constitución hoy día dudan sobre dar su aprobación al proyecto de la Convención en curso?
La primera y principal razón surge del hecho de que gran parte de los convencionales no ha sabido asumir la verdadera representación política: cada representante es elegido en un distrito, pero representan al “todo de la nación”. Este axioma de la representación es violado cuando los representantes se reducen a ser meros delegados de los intereses particulares de sus electores, ideologías, partidos, grupos, movimientos sociales, etcétera.
El mandato de “representar al todo de la nación” (Sieyes) es un imperativo democrático absoluto cuando se trata de quienes recibieron el mandato de elaborar un proyecto de nueva Constitución. Ello significa llevar a su más alto grado la representación. En efecto, el “todo de la nación” trasciende a sus partes y se ordena al bien común.
Los convencionales han operado aplicando un modo de deliberación errado, ajeno a la forma superior que la “epistemología de la deliberación política” establece para elaborar una Constitución. Ese modelo epistémico es diferente al que aplicamos espontáneamente en la deliberación de la cual fluyen las opiniones en el debate público contingente; tampoco debe confundirse con la deliberación propia de la toma de decisiones del poder político, cuyo fin es discernir entre distintas alternativas una determinada política pública; ni tampoco con la deliberación parlamentaria para acordar un modus vivendi entre diversas posturas opuestas y que por concesiones mutuas pueden concluir acuerdos transversales y construir mayorías.
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