José Rodríguez Elizondo: “Estamos ante un jaque mate recíproco, con miles de víctimas civiles en Israel y en Gaza”

El académico de número, analista de política internacional y ex embajador de Chile ante Israel analiza la historia y actualidad del conflicto palestino-israelí en una entrevista con el diario El Sur de Concepción.

José Rodríguez Elizondo mira el Medio Oriente con la distancia de los kilómetros y los años. Fue embajador de Chile en Israel en el gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle, entre 1997 y 2000, por lo que tuvo la oportunidad de conocer de cerca los entretelones de la difícil diplomacia en la zona y a sus protagonistas.

Retirado ya, pero activo aún en los análisis de política internacional y como Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanidades 2021, el abogado y escritor tiene una mirada particular sobre el conflicto que hoy se vive en Palestina, recordando los Acuerdos de Oslo y a los grandes protagonistas de la historia de la región en las últimas décadas, a quienes conoció personalmente.

– Usted fue embajador en Israel entre 1997 y 2000. ¿La situación actual es peor o mejor?

– En Israel viví bajo la amenaza de una guerra bacteriológica desde Irak, la segunda Intifada y atentados terroristas focalizados. Tenía en casa un refugio blindado y máscaras antigases. Sin embargo, no eran los escenarios de hoy, que parten el alma, pues había esperanzas de paz. Aún respiraban los Acuerdos de Oslo de 1993, un proceso articulado y racional, con concesiones mutuas, que beneficiaban a la inmensa mayoría de israelíes, palestinos y árabes de la vecindad. Al margen de ideologías nacionalistas y fanatismos religiosos, tenían como objetivo dos Estados coexistiendo y colaborando. No era poco después de tantas guerras, atentados terroristas y víctimas.

– ¿Por qué no se implementaron esos acuerdos?

– Porque no siempre la política es racional ni los dirigentes políticos representan el interés de los humanos sin poder. Sucede en los Estados democráticos, como Israel y con mayor razón donde no existe un Estado en forma, como en los territorios palestinos. Sucede, en especial, cuando los sistemas políticos se polarizan y el concepto “pueblo” se convierte en un arma arrojadiza.

– ¿Quiénes fueron los grandes protagonistas de ese proceso de paz?

– Para mí hubo tres actores emblemáticos, en pugna interna y externa. Por parte de los palestinos estaba Yassir Arafat, líder de la OLP y Rais (jefe) de la Autoridad Nacional Palestina. Reconocido por los gobernantes de Israel, aunque con reservas, no era muy querido por los rais de la Liga Árabe, que querían seguir controlando a los palestinos. Además, era combatido por las organizaciones fundamentalistas Hamás, Hizbollah y Jihad Islámica, que ya figuraban como terroristas en los registros internacionales. Como el objetivo de estas no era negociar con Israel, sino destruirlo, le hacían la vida imposible a Arafat y hoy se la mortifican a Mahmoud Abbas, su sucesor.

– Sé que usted conoció a Arafat.

– Visité a Arafat en Jericó, para negociar detalles de la apertura de nuestra Oficina de Representación en Ramallah, un punto político en favor de su causa. Ahí descubrí que era un político bastante jabonoso. Como había expresado al Presidente Frei su deseo de visitar Chile y a nuestra gran comunidad palestina, yo debía pedirle una fecha de su conveniencia, para que mi gobierno le enviara una invitación en forma. Tuvimos al respecto una charla muy amable, con buen café y fotos para el recuerdo, pero durante tres años no pude sacarle una respuesta concreta.

– ¿Y quiénes eran los otros dos grandes actores?

– Por parte de Israel eran Shimon Peres, de Avodá (Partido Laborista), el gran arquitecto de los Acuerdos de Oslo, y Biniamin Netanyahu, líder del Likud, partido nacionalista y territorialista. Más que una rivalidad entre un político de izquierdas y uno de derechas, según nuestra óptica, ambos representaban prototipos antagónicos. Shimon -todos lo mencionaban así, por su nombre- era el intelectual estadista. El último de los grandes profetas, para sus admiradores. Bibi -según su chapa popular- era el gran populista. El patrón clientelar de los territorialistas laicos y religiosos de Israel. En mi versión personal, Shimon podía parangonarse con los grandes de la Segunda Guerra Mundial -Churchill, Roosevelt y De Gaulle- y Bibi se parecía demasiado a un caudillo latinoamericano. Tal vez esa percepción generó una corriente simpática que me permitió conversar varias veces con Shimon en modo amistoso. Incluso le festejé su cumpleaños 75 en mi residencia. Con Bibi sólo hubo una relación protocolar.

– ¿Qué puede decirnos del proyecto de paz diseñado por Shimon?

– Él partía de una premisa hoy más vigente que entonces: “Una victoria militar nunca es definitiva, pues crea nuevos peligros”. Sugerente, pues sin haber servido en el Ejército, fue el constructor del gran poder disuasivo de Israel, arma nuclear comprendida. Decía que, con el respaldo de esa fuerza, la máxima seguridad posible para Israel estaba en la paz activa con los palestinos y regional con sus vecinos árabes.

– ¿Cómo concebía esa paz?

– Básicamente con la instalación de un Estado Palestino responsable. Según apuntes que tomé tras una primera reunión, eso “evitaría el riesgo de que Israel se convierta en un Estado binacional”. Añadía que no debía tratarse de un Estado Palestino pobre, por el peligro que ello significaría, a la larga, para sus vecinos desarrollados. Para ese efecto, en 1998 creó el Centro Peres para la Paz, a cuyo acto inaugural concurrieron altas personalidades mundiales, entre ellos Mijail Gorbachov, otro estadista incomprendido. A la sazón Netanyahu era el Primer Ministro, con una política contraria a Oslo y, comparativamente, con una precaria capacidad de convocatoria internacional.

– ¿Por qué Netanyahu no valoraba los acuerdos?

– En lo principal, porque la intransigencia de su ideología le era rentable. De hecho, le permitió ganar las elecciones que entonces lo enfrentaron a Shimon. Fue un duelo entre un político profético y conceptual y uno nacionalista y polarizante, cuya chapa militante era “Rey Bibi”. Recuerdo un discurso suyo durante el cual hizo corear a sus seguidores que los partidarios de Peres no eran valientes. “Tienen miedo”, fue el estribillo. Paradójicamente, esa retórica se fundaba en el potencial militar construido por Shimon. Bibi parecía creer que Israel vencería siempre y que los israelíes sólo debían confiar en la seguridad de la fuerza. Con ello normalizaba el binomio terrorismo/represalia aplastante y subestimaba cualquier déficit de soft power israelí. En otras palabras, sobrepasaba los límites del trinomio Paz/Derecho Internacional/Seguridad mutua.

– ¿Lo entendía así Shimon?

– Lo reconoció de un modo sutil cuando le pregunté en directo por su relación con Netanyahu en el plano internacional. Su respuesta en clave fue: “Con Sharon se puede conversar”. Es decir, mencionó como mejor interlocutor al general israelí más “duro” e internacionalmente más controvertido de entonces. También lo reconoció de manera más directa en su brindis de cumpleaños, en el comedor de mi casa, ante el GRULA (embajadores de América Latina). Dijo que el Primer Ministro Netanyahu estaba culminando su etapa de dudas, pues ahora se encontraba ante hechos que lo obligaban a actuar. Estos eran -cito mis apuntes- “el cumplimiento del plazo límite de los Acuerdos de Oslo, con la eventual declaración unilateral de un Estado palestino, y la inminencia de elecciones anticipadas para las cuales debiera tomar decisiones que limpien la imagen de inacción de su gobierno”.

– Se dice que entonces Israel apoyó a Hamás buscando debilitar la autoridad de Arafat. ¿Cuánto de cierto hay en eso?

– Por un lado, era un rumor propio de los clivajes intraisraelíes, intrapalestinos e intraárabes. Por otro lado, obedecía a la relación sinérgica entre los atentados terroristas en Israel y la represalia dura e inmediata de Tzahal (Fuerzas de Defensa de Israel). Cada vez que los negociadores de Oslo daban un paso adelante, un atentado los hacía retroceder dos. Aquello facilitó que Shimon fuera derrotado por Bibi y que Arafat fuera desautorizado por los terroristas de Hamás.

– Hoy gobierna Netanyahu, el, único sobreviviente de su terceto. ¿Cree que mantiene esa posición antinegociadora?

– Pienso que sí, pues la polarización que indujo, en un sistema con una cuarentena de partidos políticos, le siguió siendo rentable. Hoy es el gobernante israelí de más larga duración. Ello le ha permitido surfear sobre las mayorías dialogantes, con base en minorías identitarias de colonos, políticos extremistas y religiosos ultraortodoxos. Esto es, israelíes partidarios de expandir los asentamientos y contrarios a cualquier concesión territorial a la Autoridad Palestina. Tienen en mente la utopía de Eretz Israel, el país con fronteras bíblicas anteriores a las que fijara la partición de la ONU de 1947. De paso, la Autoridad Palestina es reconocida como Estado por varios países, entre los cuales el nuestro. El efecto ha sido más simbólico que real, máxime tras su quiebre con los jefes de Hamás.

– Pero también se culpa a Netanyahu como responsable de los horrores que hoy se están viviendo.

– Es una reacción emocional. Estos horrores los iniciaron los terroristas de Hamás y “explicarlos” es una manera oblicua de justificarlos. Dicho eso, la responsabilidad de Netanyahu consiste en no haber entendido que negociar acuerdos de paz no es un acto de debilidad, sino una acción propia de la sabiduría de los líderes con autoridad política. Él creyó que podía normalizar la vida en contextos de peligro y lo que hoy se está dando es muy distinto: los atentados de Hamás mutaron en guerra y el mundo se sorprende por la lenta reacción de Tzahal. Así, hoy estamos ante un jaque mate recíproco, con miles de víctimas civiles en Israel y en Gaza, más una gravísima posibilidad de expansión del conflicto. Metafóricamente, el efecto combinado del terrorismo de Hamas y la política de Netanuyahu, equivale al sueño de la razón de Goya. Produjo monstruos.

– ¿Era esperable una incursión como la que hizo Hamás en territorio israelí?

– Le cambio la pregunta. Para mí, el tema es por qué, desde cuándo y hasta qué punto Tzahal y los servicios de inteligencia de Israel dejaron de tener el nivel de alistamiento que antes tenían. Tema en desarrollo.

– ¿Qué opina de la reacción internacional?

– Pienso que israelíes y palestinos saben que este conflicto interminable implica la necesidad de una intervención internacional amigable, del tipo honest broker, como la de los Acuerdos de Oslo y las que siguieron. Sin embargo, aquí hay otra paradoja, pues hoy la ONU cuenta poco y la actual multipolaridad difusa brinda menos seguridad global que la bipolaridad de la Guerra Fría. La guerra de Ucrania es el mejor ejemplo.

– ¿Y qué opina de la reacción de Chile?

– La reacción inicial de nuestro canciller fue profesional y hasta ahí nomás llego. Sin embargo, me gustaría compartir dos percepciones estratégicas respecto al conflicto. Una es sobre la relación directa que se da entre la polarización de la política y la debilidad de las naciones. La otra, es sobre lo complicado que resulta vivir en un Estado con más de una nación, siendo que aquí algunos querían tener once.

– ¿Hay un camino viable para que haya paz en el Medio Oriente?

– Dado que en diplomacia incluso los acuerdos frustrados sirven como referente para nuevas negociaciones, mi esperanza es que los de Oslo sólo estén hibernando y que los horrores de hoy repongan su espíritu. El problema es que, como entre los mesiánicos, terroristas y xenófobos dominan los dogmas, se necesita un milagro adicional. Por eso, hoy entiendo que nunca fue broma la célebre frase de David Ben Gurion, el más histórico líder de Israel: “No es realista quien no cree en milagros en Israel”.