El académico de número analiza los desafíos actuales de la educación en Chile en una columna en El Mercurio.
Mientras en el campo de la educación el país enfrenta una serie de urgencias críticas, no puede soslayar los dilemas de fondo que allí aparecen.
En lo inmediato, la agenda de las urgencias es abultada y compleja. Hay que volver a estabilizar el sistema gravemente dañado por la pandemia. El diagnóstico integral de aprendizajes aplicado en 2020 reveló que los estudiantes de entre 6 básico y 4 medio no alcanzaron los conocimientos mínimos necesarios ni en lectura ni en matemáticas. Al conocer estos resultados, el ministro de Educación de entonces dijo: “Estamos ante un terremoto educacional y las réplicas se pueden sentir por años”.
Así exactamente ocurrió. Y, como era previsible, los principales afectados fueron los alumnos de las familias con menores recursos sociales, económicos y culturales. Un grupo significativo de niños y adolescentes no regresó a clases; otro lo hizo, pero irregularmente. Aquellos que volvieron tenían severos vacíos formativos, el ánimo alterado y hábitos de estudio debilitados.
Según la prueba Simce aplicada en 2022, en 4º básico solo un 40% de los alumnos alcanza un rendimiento adecuado en lectura; en 2º medio, un menguado 18%. En matemáticas los resultados son aún peores. Apenas un 16% y un 15% de los alumnos alcanzaron el nivel adecuado en 2º básico y 4º medio, respectivamente.