El académico de número analiza los riesgos que plantea el nuevo proceso constitucional en su columna habitual publicada por el medio digital El Líbero.
Desde el plebiscito del 4-S que rechazó lo avanzado hasta ese día por el proceso constituyente han transcurrido apenas cinco meses. Durante este breve periodo de tiempo el presidente Boric absorbió una derrota (autoinfligida); el gobierno experimentó un ajuste mayor en su conducción política; la alianza oficialista corrigió su orientación programática y acordó con las oposiciones un nuevo diseño e itinerario para continuar el proceso constitucional.
Todo esto en medio de un clima de opinión adverso, un cuadro económico social restrictivo, una situación de pandemia que no concluye y una doble crisis medioambiental de sequía y mega incendios. Agréguese un mundo convulsionado, un vecindario volátil y un entorno global con profundos desajustes geopolíticos, comerciales, tecnológicos y socioambientales.
El esfuerzo que viene realizando la sociedad chilena desde el 18-O de 2019 por restablecer la gobernabilidad, tras un estallido violento y masivas protestas en las calles, ha logrado, efectivamente, estabilizar un cauce institucional a pesar de las difíciles circunstancias.
Con todo, el clima prevaleciente entre columnistas, comentaristas de televisión, académicos con presencia pública, technopols, etc. (las chattering classes como las llaman peyorativamente en Inglaterra), es francamente negativo, con efectos potencialmente desastrosos, como veremos más adelante.
En efecto, el ambiente dentro de esos grupos, en su mayoría partidarios del ‘apruebo’ (aunque no todos), ha sido de un marcado pesimismo. El país se pronunció, contrariamente a lo esperado, por sepultar el texto que se le había propuesto. Según la élite opiniológica, esto solo podía explicarse por su incomprensión del texto. Los ciudadanos habían sido inducidos a votar ‘rechazo’ por presión, temor o la circulación de fake news. Sobre todo, habían sido engañados por la derecha y su imperio medial. Y, más grave aún, habían dejado en manos de la clase política el futuro del proceso constituyente.