El académico de número analiza el escenario político ad portas de un nuevo proceso constitucional en una columna en El Líbero.
El gobierno y Apruebo Dignidad (AD) buscan recuperar la iniciativa y el control de la agenda, pero ahora en condiciones más débiles. Retardadamente comienzan a evaluar los daños insoslayables de su derrota. El cambio de gabinete fue un gesto, mas no suficiente. Lo que la sociedad necesita escuchar es una explicación coherente de la derrota por parte de sus principales responsables y, en seguida, cómo esperan enmendar el rumbo. El presidente Boric llamó a “avanzar —como creo, tengo la convicción, que nos llama el pueblo de Chile— con mucha decisión, con gradualidad, pero sin renunciar”. Sin embargo, no ha dado ninguna señal clara de hacia dónde él y su gobierno desean encaminarse “con mucha decisión, con gradualidad, pero sin renunciar”. Tal relato carece de poder de convocatoria y no da cuenta de la dirección en que el timonel desea orientar la nave. Al contrario, se parece a las típicas invocaciones lanzadas para cohesionar a las huestes propias en una situación adversa, como famosamente usó también el gobierno Bachelet 2 –“realismo sin renuncia«— en un momento de rápida pérdida de gobernabilidad de los cambios estructurales y paso hacia otro modelo, que había comprometido la ex Presidenta.
El gobierno de Boric y su coalición dura —PC y FA, en lo principal— debieron aprender de esa experiencia de transformación encabezada por la Nueva Mayoría, que pronto terminó en el fin de una ilusión. ¿Que había pasado? Que las transformaciones imaginadas (paradigmáticas, se decía) se frustraron por un gobierno con escasa capacidad de gestionar cambios simultáneos pobremente diseñados, un plan sin prioridades bien definidas ni respaldo técnico y político suficiente, una Presidenta que tempranamente perdió el respaldo social y de la opinión pública encuestada, y una coalición inestable y contenciosa, ideológicamente confundida e incapaz de corregir sobre la marcha.
El cuadro actual no parece ser muy distinto, aunque los actores se mueven en condiciones extraordinariamente más difíciles.
El Presidente, en vez de dirigir una autoevaluación en serio de su gobierno y el desempeño de su equipo, se concentró sobre el diseño del proceso constitucional post plebiscito, donde, a poco andar, debió reconocer que no estaba llamado a dirigir sino, por ahora, meramente a acompañar. En efecto, la correlación de fuerzas había mudado.