El académico de número revisa los efectos políticos de las elecciones de las mesas de ambas cámaras del Congreso en una columna de El Líbero.
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Hace ya un buen rato que el panorama ideológico-político chileno gira en torno a dos bloques -de derechas e izquierdas- con una zona intermedia de pequeños núcleos. Esta era ocupada antiguamente por un poderoso tercio situado al centro; ahora, en cambio, es reducida y bascula entre ambos polos. Las recientes elecciones de las mesas de ambas cámaras del Congreso reflejan ese clivaje centrífugo, inestable, donde los núcleos situados entre medio, por pequeños que sean, juegan un papel decisivo a la hora de dirimir entre las fuerzas principales.
Esta composición del cuadro político con dos bloques fuertes contrapuestos y un centro lábil, da lugar a una serie de fenómenos que en la jerga periodística se identifican como polarización, discolaje, pirquineo de votos, parlamentarismo transaccional, debilidad del centro, etc.
Todo esto se halla envuelto en un clima discursivo altamente confrontacional, de constante hostigamiento mutuo, entre oficialismo y oposición, y de gran confusión.