El académico de número analiza los planteamientos ideológicos de los candidatos en disputa en su columna del diario El Mercurio.
Más allá de quién ganó o perdió la reciente batalla comunicacional, interesa el perfil ideológico que deja instalado cada uno de los contendientes. Su visión de país y de futuro; el discurso con que buscan interpelar a los electores.
Por lo pronto, llama la atención el carácter descontextualizado de esos discursos. Ni la coyuntura de nuestra crisis sanitaria y económica, ni el mundo exterior en que nos encontramos insertos aparecen mencionados. Los planteamientos se formulan sin referentes reales. Solo importan los deseos, las expectativas, las ilusiones. Aquel futuro que, al son de las palabras, parece estar próximo.
Boric ofrece una propuesta de reforma radical e invoca una racionalidad de valores y convicciones. Su imagen preferida, ¡oh, sorpresa!, es la de un país desarrollado, como ayer soñaron Bachelet y Piñera. Transmite el deseo de ser como cualquier país de la OCDE. O, subsidiariamente, como Uruguay. El camino para llegar allá, y los medios para alcanzar la meta, son indefinidos y voluntariosos. Solo está claro lo que no va más: AFP, isapres, monopolios, abusos, injusticias; el modelo neoliberal.
Al otro lado del espectro, Kast se erige en un baluarte de los valores conservadores; frente al futurismo de las izquierdas, el tradicionalismo que proclama la primacía del orden y la seguridad, la autoridad y las jerarquías, el respeto a los símbolos patrios y a las instituciones policiales. Es la invocación al país bien estructurado, con liderazgos fuertes y límites valóricos simples y claros.
Al medio de ambos se sitúan las candidaturas intermedias.