El académico de número contextualiza el discurso del Presidente Gabriel Boric en la inauguración del monumento al ex Presidente Patricio Aylwin en una columna de El Líbero.
A partir del 4 de septiembre pasado se intensificó la demanda sobre el Presidente Boric y su gobierno de un ajuste programático, de comportamiento práctico y de discurso a la luz de las nuevas circunstancias en que se desenvuelven la política, la economía y la sociedad. Al mismo tiempo, cada paso que la máxima autoridad y/o sus principales colaboradores dan en esa dirección para corregir, modificar o derechamente mudar sus posiciones previas y probar nuevos derroteros, es recibido con críticas y acusado como inconsistente.
Llamado el Gobierno a través de los medios de comunicación a centrarse, moderar sus propuestas y, en general, a adaptar su acción a las cambiantes condiciones del entorno, sin embargo es castigado -por opositores, partidarios y los mismos medios- cada vez que intenta hacerlo. La oposición le resta credibilidad y exige directamente claudicar; los aliados acusan entreguismo cuando no traición, y los medios subrayan la confusión, incoherencias y contradicciones de conducción.
A este dilema se refiere mi comentario de hoy. Primero analizo la evolución de la trayectoria gubernamental y presidencial en este ámbito correctivo para luego focalizarme en el encuentro de Boric con Aylwin a los pies de su estatua.