El académico de número analiza el debate actual sobre la educación en nuestro país en una columna de El Mercurio.
En Chile tenemos un abigarrado debate sobre educación. Es multiforme, cubre una variedad de temas y aspectos, y en él participan diferentes actores. Toca de cerca a la sociedad, la economía, la política y la cultura. Abarca procesos que se extienden a lo largo de la vida; desde el jardín infantil a la educación continua.
No es raro, por lo mismo, que los debates educacionales se vuelvan a ratos babélicos; esto es, confusos, ininteligibles. Ello se acentúa con la mezcla de pasiones, ideologías, creencias, tradiciones, valores, ideales pedagógicos e intereses que aquí se hallan en juego.
Todo esto es normal en sociedades pluralistas-democráticas, podría argüirse. Pero en el caso chileno, a lo largo de dos siglos, adopta el carácter de verdaderas batallas culturales. Las discusiones del primer y segundo centenario de la república así lo manifiestan.
También el último medio siglo está repleto de combates: la ENU; la sujeción del aparato educacional a la dictadura; su recuperación inicial en democracia; sucesivas conflagraciones entre lo estatal y lo privado; la lucha cien veces reiniciada contra la desigualdad educacional; la continua querella del derecho y la libertad de educación; la disputa por la gratuidad; la hostilidad entre partidarios y enemigos de la medición de resultados y la rendición de cuentas.