El académico de número reflexiona sobre la conmemoración de los cincuenta años del 11 de septiembre de 1973 en un ensayo publicado en El Líbero.
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El 11 de septiembre de 1973 está próximo; arribará entre nosotros el próximo día lunes, 50 años después, envuelto en memorias e imaginarios, en relatos y emociones. Y, habremos de ver todavía, con cuánta agitación y disturbios en las calles.
Según acaba de resumir The Economist, los hechos de aquel día rápidamente adquirieron un significado totémico y aún reverberan en el presente. Más adelante explica: “Dos cosas convirtieron a Allende en un mártir de la democracia y en un ícono mundial de la izquierda. Una fue la brutalidad del golpe y sus secuelas. […] El segundo fue el desafiante discurso final de Allende a la nación, retransmitido desde La Moneda a las 9:10 de la mañana”.
Aquel en que el Presidente, a punto de ingresar en la historia por la puerta del 11-S, dice:
“Colocado en un trance histórico, pagaré con mi vida la lealtad al pueblo. Les digo que tengo la certeza de que la semilla que hemos entregado a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos. […] Siempre estaré junto a ustedes. Por lo menos mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal a la Patria”.