El académico de número propone seis políticas de mediano y largo plazo en el ámbito de la seguridad en Chile en su columna de El Mercurio.
Autoridades de gobierno a cargo de la seguridad, presidentes de partidos y diputados, al justificar las precipitadas leyes que, con emotivos nombres, han aprobado esta semana, repiten, una y otra vez, que se trata de señales. Periodistas reiteran este vocablo, uno de los más ambiguos y resbalosos del idioma castellano, como si ese mantra explicara y, más aún, justificara la fatua reacción política y legislativa ante los crímenes de carabineros.
La pregunta es señales para quién y señales de qué. Si lo que se busca es dar señales a los delincuentes, ni el más ingenuo podría pensar que la aprobación de esas normas y la maroma de desplegar la bandera y entonar el himno de Carabineros van a persuadir a alguno de ellos a abandonar su conducta delictiva. Si lo que se busca es dar señales de respaldo a la policía, parece haber modos más eficientes de ayudar a una institución en crisis. Se debate intensamente sobre la legítima defensa privilegiada, pero no se pregunta cuántos carabineros hay procesados o presos por usar sus armas ante ataques delictuales. Si lo que se busca, en cambio, es dar eficacia a la persecución del delito, las medidas tendrán un efecto muy marginal, si no nulo y probablemente contraproducente, como lo explicara y fundara, el jueves en este diario, Cristián Riego.
Salvo que lo que los diputados y el Gobierno quieran es recuperar la estima popular perdida, y esa sea la señal y el destinatario, no hay motivos para celebrar y desplegar banderas.