El académico de número reflexiona sobre el comienzo de un nuevo proceso constitucional en Chile en su columna del diario El Mercurio.
Cuenta un viejo y algo chovinista mito inglés que el Presidente de un país del tercer mundo recién independizado preguntó al Primer Ministro británico si era muy difícil llegar a establecer un Estado de Derecho. Este respondió que no tanto, que solo resultaban difíciles los primeros mil años.
Aunque, de seguro, la historia no es cierta, da cuenta de una verdad: llegar a tener instituciones estables, prestigiadas, que funcionen, que satisfagan las aspiraciones de un pueblo y que este se sienta identificado con ellas, toma tiempo y requiere de mucha sabiduría para ir constantemente haciendo cambios incrementales que respondan adecuadamente a los problemas y ripios que, inevitablemente, esas mismas instituciones habrán de presentar frente a una realidad cambiante.
Uno de los mayores riesgos que puede presentar nuestro nuevo proceso constituyente, que entra en tierra derecha la próxima semana, es que los expertos y, luego, los constituyentes electos confronten, desde un comienzo, los modelos, fórmulas y hasta redacciones constitucionales de su preferencia ideológica o académica, sin antes siquiera debatir el diagnóstico de lo que ha funcionado bien y de lo que ha funcionado mal en la arquitectura institucional chilena.