El académico de número en una entrevista al escritor Rafael Gumucio en la revista Sábado del diario El Mercurio presenta su nuevo libro: El capitalismo chileno en el diván, un psicoanálisis del “modelo chileno”.
Nunca lo he visto nervioso. Nunca lo he visto tampoco del todo tranquilo. Nunca se altera, pero su manera de pensar largamente lo que va a decir demuestra un fondo de soledad que nadie podría esperar en un hombre que estuvo en todas partes en los 90 y los 2000, y que sigue a cargo de una empresa de comunicaciones exitosa, y dictando clases en la UC, a la vez que publica más o menos un libro cada dos años para preguntarse en qué está Chile. Ese país que se va escapando de cualquier análisis previo.
El departamento en que nos recibe es amplio, luminoso, como si apenas tuviera paredes. Su oficina se parece en eso, justo en eso, que está como colgada del cielo. Eugenio Tironi, sociólogo, hombre clave de la campaña del No y de la transición, tiene algo de perpetuo adolescente. Pero un adolescente tímido, que piensa dos veces las respuestas como para ir un poco más al fondo de las frases, como suelen hacer los pacientes de larga data del psicoanálisis freudiano. Es justamente a ese ejercicio, un psicoanálisis al que ha decidido someter el capitalismo chileno en El capitalismo chileno en el diván, su último libro, en el que recopila artículos, ensayos y entrevistas, y donde enfrenta la crisis del modelo empresarial a la chilena, al mismo tiempo que analiza su propia historia, entre la política, la sociología y la empresa. Así, a partir de lo biográfico, pero también de una amplia cantidad de lecturas que van de Durkheim a Benedicto XVI, intenta un psicoanálisis de lo que se llamó alguna vez “el modelo chileno de desarrollo”. Su diagnóstico: al capitalismo chileno le falta culpa católica.
—¿Qué te pasó el 18 de octubre?
—Bueno, primero no lo vi venir. No soy de los que adivinaron lo que iba a pasar. Después sentí pena por la destrucción de cosas que uno consideraba valiosas, como el metro. Me llamó la atención la violencia, pero luego sentí que necesitaba comprender lo que estaba pasando.
—¿Qué comprendiste? Se supone que la expansión del consumo iba a terminar con ese tipo de demandas, que íbamos a sentirnos todos más parte de la misma sociedad.
—Siento que los 90 se abrieron a cambios importantes que luego se fueron cerrando de a poco. A partir de 2000 todo se fue congelando, y cada uno se fue quedando en sus barrios. Ya no crecíamos como en los 90, y sin esa droga era inevitable que ocurriera un estallido. Creo que no hicimos los cambios de fondo a tiempo. Pucha que parecen urgentes las reformas que trató de impulsar Bachelet II y que la derecha miró a huevo.
—La derecha miró esas reformas con desprecio, es cierto, pero tengo la impresión de que la izquierda tampoco se la jugó por ellas.
—De acuerdo. El mundo de la centroizquierda es igualmente responsable del fracaso de Bachelet II, porque fue incapaz de construir la fuerza cultural para sacar adelante esos cambios a tiempo.
—Siempre pensé que les faltaban “guitarras” a las reformas de Bachelet.
—¿cómo guitarras?
—Que faltaba canciones, fiches, marchas, imágenes. Me parece que, para tratar de que fueran indoloras, Bachelet intentó hacer sus reformas para callado, con puros actos administrativos.
—Lo cierto es que nadie se la jugó por esos cambios, y vayan que eran necesarios. Pero creo que hay cosas más profundas que hicieron crisis ese día, que tienen que ver con las contradicciones profundas del capitalismo de tipo estadounidense con la cultura chilena, que trato de analizar en el libro.
—¿No te sentiste cuestionado el 18 de octubre? Después de todo, en estos treinta años las hiciste todas: fuiste boletero, acomodador, mago y director de orquesta de la transición.
—Sí, claro que me sentí interpelado, por lo bueno que hicimos y por lo que no alcanzamos a hacer o no nos pareció importante hacer en su momento. Llevo toda mi vida estudiando la sociedad chilena, así que sobre todo pensé: “¿Cómo no lo vi venir?”. Pero después me di cuenta de que, sin hablar de esto precisamente, en muchos artículos y conferencias me había referido a la ilusión de la meritocracia y sus límites, que fue en parte algo de lo que originó el 1.8 de octubre.