El académico de número reflexiona sobre el segundo proceso constitucional en Chile en su columna de La Tercera.
Además de la definición médica, el Diccionario Oxford Languages entrega otra: “Incapacidad para ver cosas que son muy claras y fáciles de entender o para darse cuenta con perspicacia de algún asunto”. Es lo que se denomina “miopía intelectual”.
Esta característica suele ser muy común en política y afecta sobre todo a quienes sustentan posiciones de extrema derecha o de extrema izquierda. Las causas de esta miopía parecen ser el exceso doctrinario, el convencimiento de verdades absolutas que creen poseer, el desprecio por un cierto relativismo propio de las reglas democráticas y una sordera crónica frente a las opiniones diferentes que consideran hijas del error.
Estas causales se agravan cuando, por estados de ánimo normalmente efímeros, obtienen una gran votación como suele suceder con el voto volátil y emocional que se produce en nuestra sociedad de la información.
Sucedió con el primer proceso constitucional influido por un órdago refundacional, una utilización falaz del independentismo político y una visión fabuladora de la heterogeneidad originaria. Todo ello produjo una elección muy sesgada en favor de una izquierda identitaria y bullanguera, poco amiga de negociar y dotada de una expresividad agresiva y cansona a la cual se plegó la izquierda achunchada, que pedía excusas por su reciente reformismo a pesar del avance que significó para el país.