Ernesto Ottone: “Es injusto culpar a Boric de esta crisis, pero él no logra explicar para dónde va”

El académico de número analiza la actualidad política chilena y conversa sobre su nuevo libro, “Crónica de una odisea. Del estallido social al estallido de las urnas”, en una entrevista con el diario La Tercera.

Prudencia, realismo, gradualidad: palabras que la Concertación arrastró en su agonía, pero que Ernesto Ottone, concertacionista incurable, pronuncia con el entusiasmo intacto, como si repitiera la fórmula de una pócima tonificante. Como buen moderado, se nutre de su radicalidad: la aversión que siente por profetas y fanáticos, sólo comparable con el horror que le provocan los mangos. “No puedo comer un mango, ojalá ni siquiera verlo”.

La explicación de esta última fobia se remonta a 1973, fecha en que Ottone, con 24 años, figura en la selva de Guinea-Bissau ayudando a la guerrilla que combate al imperialismo (portugués, en este caso). Por entonces el sociólogo militaba en el PC y ejercía un cargo ostentoso: era vicepresidente de la Federación Mundial de la Juventud Democrática, donde se agrupaban las juventudes comunistas –y de otras izquierdas afines− de todo el planeta. A partir de 1977 presidió por cuatro años esa organización. Pero antes, los mangos:

“Pasó que en Guinea-Bissau nos bombardeó la aviación portuguesa. No es agradable que te bombardeen, te voy a decir… Yo pensaba ‘se van a cagar de la risa en Chile’, porque morir a manos del imperialismo portugués en el siglo XX era ridículo, no heroico. Entonces los guerrilleros me dejaron en un lugar de la selva, donde se suponía que me iban a recoger los de Guinea-Conakry. Obviamente, nunca llegaron. Mi acompañante, un muchacho guineano, me decía todas las mañanas: ‘No te preocupes, Antonio –así me llamaba yo−, voy ir a cazar un mono para que comamos carne’. Pero nunca pilló al mono. Y lo único que encontramos para comer fueron mangos. Fueron quince días perdidos en la selva comiendo mango y nada más que mango. Al final atinamos a salvarnos por nuestra cuenta y seguimos el curso de un río hasta que llegamos a un villorrio. Al muchacho que me acompañaba me lo encontré después en París, como embajador de la Unesco.”

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