El académico de número reflexiona sobre la visita a Chile de Mariana Mazzucato y Joseph Stiglitz en una columna del diario El Mercurio.
Esta semana han visitado Chile dos figuras intelectuales del campo de la economía, cada una provista de gran relevancia y fulgurante talento: Mariana Mazzucato y Joseph Stiglitz. Días antes ellos visitaron a otros sesudos líderes del continente necesitados de orientación: el Presidente argentino, Fernández, y el colombiano, Petro.
Tanto Mazzucato como Stiglitz —según sus declaraciones— han depositado en el Presidente Boric la esperanza de que sea él quien sepulte al neoliberalismo.
El fenómeno —intelectuales de relevancia procurando influir en el poder, esperanzados en que se ejecute instrumentalmente alguna de sus teorías— aconseja adoptar algunas precauciones.
Desde luego, suele ocurrir que se trata de personas que han recibido premios por alguna brillante idea o teoría. Es el caso de Stiglitz. Pero de ahí no se sigue que todo lo que él diga merezca el mismo aplauso o sea igualmente brillante. Sin embargo, suele oírse a estas personas como si todo lo que se les ocurre o dicen fuera digno de admiración intelectual. Hay que oírlos pues con cautela, cuidando no incurrir en esa falacia que podría llamarse la falacia Da Vinci (creer que quien lleva un premio en la solapa es sabio en todo y oír incluso sus exabruptos o informalidades como revelaciones).