El académico de número analiza el impacto cultural de la transformación económica de Chile durante los últimos 30 años en su columna de El Mercurio.
Lo más relevante de la transformación económica de Chile —la podemos llamar la revolución capitalista— no fue económica. Fue cultural.
Y es que cuando cambia la forma de reproducir la vida material, el trabajo y el consumo, tarde o temprano se producen cambios en la forma de concebirse las personas a sí mismas y en su relación con los demás.
¿Cuáles son los cambios que la sociedad chilena experimentó y que pueden asociarse, para bien o para mal, a esa transformación?
Desde luego, y para comenzar por lo más obvio, se incrementó el bienestar medido como el acceso a bienes simbólicos y materiales. El consumo se expandió. Conviene detenerse en la relevancia que esto posee. Los bienes (como subraya la literatura antropológica) son portadores de significados, son marcadores de estatus, son signos de pertenencia y también de exclusión. De ahí que la experiencia del consumo sea también una vivencia de autonomía, de elección del lugar y de la imagen que se prefiere en la vida social.