Carlos Peña: “El miedo al otro”

El académico de número llama a recuperar el sentido y el valor del orden en Chile en su columna de El Mercurio.

Se suele creer (fue una de las convicciones que creció luego del octubre del 19 y una de las ideas que esparció el Presidente Boric) que la tarea básica y fundamental del político y del Estado es la justicia, alcanzar la igualdad o algo que se le asemeje, en la distribución de las oportunidades y los recursos.

Y hasta cierto punto es verdad. Un mundo que satisfaga algún ideal de justicia (hay varios de estos últimos) es mejor que uno que los desconozca. Sin duda. Pero para que eso ocurra hay una condición previa, una conditio sine qua non, una circunstancia sin la cual ninguna justicia y ninguna libertad, ni siquiera la más modesta, es posible: la producción de orden, la exclusión de la violencia ejercida por particulares, la desaparición del miedo al otro.

Sin embargo, hay quienes creen (es el caso de los adolescentes, y la esfera pública chilena por momentos estuvo anegada de ellos) que la libertad aparece cuando las instituciones se retiran, y que el mundo puede ser más justo si no hay reglas, como si una paloma (el ejemplo es de Kant) estuviera convencida de que el aire que la sostiene es lo que le impide volar más rápido. Se trata de una fantasía —la fantasía de la desaparición podría llamársela—, una forma casi patológica del buenismo: la creencia de que los seres humanos están naturalmente dispuestos al diálogo y la cooperación, de manera que basta tender las manos para que ella ocurra o la mera apelación a la voluntad para que las personas se comporten respetando al prójimo. Para este punto de vista, quien ayer hablaba de orden era, y todavía lo es en algunos sectores, un conservador, un recalcitrante, un obstinado que se opone a todo cambio y mejora. Incluso (alterando una expresión ilustre) se empleó la expresión “partido del orden” para denostar a quienes se declaraban preocupados de las reglas y la estabilidad.

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