El académico de número evalúa cómo el gobierno del Presidente Gabriel Boric puede enfrentar el problema de la delincuencia en Chile en su columna de El Mercurio.
La escena del Presidente arrodillado consolando a la viuda del carabinero asesinado es de las más elocuentes del último tiempo. La escena muestra la empatía con el dolor que produce la delincuencia y, al mismo tiempo, la impotencia del Estado para evitarlo. ¿Qué pudo haber ocurrido para quedar de rodillas?
Desde luego sería mezquino culpar de todo lo que hoy ocurre al gobierno del Presidente Gabriel Boric; pero sería absurdo desligarlo de toda responsabilidad. A fin de cuentas, la tarea de detener el descontrol y de producir orden recae en quienes hoy manejan el Estado. Y la pregunta que entonces cabe formular es si está en condiciones de hacerlo. Por supuesto a estas alturas solo cabe desear que sí y apoyar al Gobierno; aunque para ello es imprescindible que el Presidente recuerde y haga valer algunos principios básicos.
Ante todo, el Presidente debiera recordarse a sí mismo y a las fuerzas políticas que lo apoyan que el orden no es resultado de la justicia, sino que solo es posible realizar algún ideal de justicia allí donde previamente hay orden. Este es el primer principio. Desgraciadamente durante mucho tiempo se moralizó la vida social y se creyó y se proclamó (y no solo por quienes están hoy en el gobierno, sino por casi todos) que cualquier conducta era correcta a condición de que esgrimiera en su favor la lucha contra la injusticia. Todo esto deslegitimó a la policía y a las instituciones y fortaleció a quienes la policía debía reprimir y contener. Se maneja el Estado para realizar un cierto ideal de justicia, Presidente; pero sobre todo para evitar que el miedo se enseñoree de la vida social.