El académico de número anticipa la discusión sobre el aborto durante el nuevo proceso constitucional en su columna de El Mercurio.
Uno de los misterios que plantea el triunfo de los republicanos es el de los ámbitos en los que mostrarán su identidad.
La política —y la política constitucional no es en esto una excepción— es una mezcla de cuestiones prudenciales, por una parte, y de asuntos de principio, por la otra. Las primeras son relativas a las circunstancias y admiten una amplia flexibilidad; los segundos, en cambio, suponen la afirmación de valores incondicionales.
Eso último es lo que configura la identidad ideológica de un partido.
Ahora bien, la pregunta que cabría plantear a los republicanos (a los republicanos puesto que son los triunfadores de la última elección y lo que piensan las otras fuerzas políticas ya se conoce) es cuáles ámbitos serán para ellos materia de decisiones prudenciales y cuáles, en cambio, cuestiones de principio que no admiten negociación. Se trata —atendido el papel relevante y definitorio que poseerán en el debate constitucional— de una pregunta que deben responder: ¿Cuáles son esos principios que, justo por ser principios, no están sometidos a negociación porque son los que confieren sentido a su participación en la vida pública? Y es aquí donde surge como asunto clave el problema del derecho a la vida y la admisión, o no, del aborto.