“El estallido hipnotizó la razón y el mundo intelectual ha sido una pura vergüenza”, reflexiona el académico de número en una entrevista con el diario La Tercera.
Mientras más pasa el tiempo, más convencido parece estar de que el tiempo le da la razón. Carlos Peña, abogado, columnista, rector de la UDP, fue de los primeros en aventurarse en una tesis sobre el estallido social que hace tres años nos sacudió. Una mezcla de una juventud sin reglas de convivencia, un cambio en lo que Marx llamó las condiciones materiales de la existencia producto de la modernización capitalista, que desembocaban en una frustración. Una frustración, también, de los grupos medios que vieron cómo aún poniendo sus mejores méritos y esfuerzo no lograron aquello que el desarrollo les prometía que iban a alcanzar. Y estallaron.
Dijo Peña, también, desde un inicio, que una nueva Constitución, aun siendo necesaria, no resolvería ese problema. Y dijo también, con el consecuente escozor, que el mundo intelectual prefirió plegarse al fervor de la idea del Chile desigual, en lugar de buscar las razones profundas que expliquen lo que aquí ocurrió. Que aquí, el miedo a la funa, al no agradar, nublaron el campo de la reflexión. Y hoy, a tres años, todavía no se recupera del todo.
– Lo que ocurrió en octubre estuvo precedido por un evidente simplismo intelectual a la hora de comprender la vida social. Recordemos que durante muchos años todos los problemas de la sociedad se resumían en la cuestión del lucro. Y más tarde, eso mismo fue sustituido por la cuestión de la desigualdad. Y todo esto acompañado de una especie de beatería juvenil, con la idea absurda de que los jóvenes eran una especie de depósito de virtud, de ideales puros. Y esta mezcla, creo yo, condujo, entre otras cosas más profundas, a lo de octubre. Esto acabó convenciendo prácticamente a todos, que se dejaron anestesiar por este entusiasmo: la violencia no era violencia, era desobediencia civil. Las marchas y los actos de destrozo no eran marchas violentas tampoco, era un acto pacífico, sólo alterado en parte por personas que se infiltraron. Creo que es una mezcla de hipnosis y de adormecimiento intelectual con cobardía. Las élites intelectuales, allí donde las hay, brillaron por su ausencia.
Se plegaron a la hipnosis, dice usted.
– Los rectores universitarios, de quien uno ha de suponer, forman parte de la élite intelectual, en vez de poner paños fríos, tomar distancia crítica y examinar el problema, se sumaron a la mayoría, todos poseídos por el fervor por la igualdad. Los medios de comunicación alteraron también su agenda. Apareció una nueva forma de farándula, dedicada a cuestiones sociales y políticas. Esto fue lo que ocurrió y entonces todos los procesos sociales subyacentes a ese, que los hay, se olvidaron. La cuestión generacional que yo he subrayado hasta el cansancio, la aparición de los grupos medios… todo eso desapareció como si Chile hubiera sido una masa empobrecida en manos de un pequeño grupo de abusadores que de pronto se rebeló. Hemos estado presos de esta estupidez durante mucho tiempo.