El académico de número reflexiona sobre si los chilenos desean una nueva Constitución tras los resultados de las votaciones del pasado 7 de mayo en su columna del diario El Mercurio.
Como siempre, me impresiona la rapidez y seguridad con que una buena cantidad de analistas de la realidad nacional expresan una opinión formada y concluyente apenas pocas horas después de ocurrido un hecho político importante como el de la votación del pasado domingo. No hay dudas en ellos, no hay preguntas, ningún grado de desconcierto, solo seguridades y certezas, y esto último para sostener, según los distintos medios y las diferentes firmas de los autores, interpretaciones bien disímiles unas de otras. Ninguno se declara confundido, jamás, y menos aún perplejo, como si estarlo constituyera un motivo de vergüenza.
Dicho lo cual, y a riesgo de incurrir en la misma precipitación y alardes de seguridad que me encuentro criticando, no me queda más que emitir opinión sobre lo del domingo 7. El periodismo se hace día a día y tiene tiempos distintos a los de la academia e intelectuales que trabajan en ella. Estos últimos pueden pasarse la vida tratando de desatar un nudo, mientras los políticos sacan tijeras y los cortan, y, si bien sin confundirse ni con aquellos ni estos, el periodismo se parece más a la política. Todos quieren tener la razón, y al tiro, y exhibirse como poseedores de la única interpretación correcta ante hechos que suelen estar causados, o al menos correlacionados, con una compleja variedad de antecedentes y factores. Se imponen las simplificaciones, y ahora voy con la mía: