El académico de número analiza los conceptos de política y democracia en su columna del diario El Mercurio.
Nos evitaríamos muchas frustraciones personales y colectivas si tuviéramos claro lo que razonablemente se puede esperar de las cosas. Cifrar expectativas más allá de lo que algo puede rendir produce desaliento y pesimismo cuando las esperanzas no se cumplen.
No se trata de resignarse a la medida de lo posible —esa que suelen fijar las élites de acuerdo con sus intereses— ni de caer en el empobrecedor estoicismo de renunciar a toda demanda o deseo, o, peor, de ser presa del cinismo de quienes empujan al alza sus expectativas propias y a la baja las de la mayoría. De lo que se trata es de saber cuál es la índole o naturaleza de cada cosa para, a partir de esa constatación, quedar en condiciones de calcular lo que puede dar de sí, exigiéndolo, y de establecer también aquello que no puede dar, a fin de no esperarlo.
Cambiemos “cosa” por “política”, esa vieja actividad humana que tiene que ver con el poder, con ganarlo, ejercerlo, conservarlo, incrementarlo, y recuperarlo cuando se lo hubiere perdido. Eso es lo que hacen quienes se dedican a la política, y es por tal motivo que a sus acciones no se les puede pedir la elegancia de los pasos de un ballet.