El académico de número reflexionó sobre la importancia de la palabra república y lo que ella designa en una columna del diario digital The Clinic.
Hay palabras que importan porque vuelven y otras que interesan porque se las quiere olvidar.
“Dignidad” pertenece a la primera de esas categorías, y “república” podría caer en la segunda.
“Dignidad”, casi ausente del habla habitual de los chilenos hasta que las protestas sociales de 2019 la trajeron de vuelta, resumió muy bien lo que querían los manifestantes: que se les considerara de igual valor. Porque la dignidad humana es eso: el parejo valor que todos los seres humanos nos reconocemos intersubjetivamente, cualquiera sea nuestro origen, etnia, educación, riqueza material, biografía, ocupación, aciertos, errores, sueños y preferencias. Nadie es más que nadie, cualquiera hayan sido los logros o fracasos de la existencia individual de las personas: ellas nacen y permanecen iguales en dignidad y en esta se basan ciertos derechos fundamentales que adscriben a todas sin excepción, entre los cuales, de partida, el de ser tratados con consideración y respeto, como fines en sí mismas y no como medio al servicio de los fines o intereses de otro u otros.
Bienvenida entonces “dignidad”, y no solo como palabra que vuelve a ser de uso común, sino como concepto y como el valor superior que podríamos encontrar en la primera de las disposiciones de la nueva Constitución.
Con “república” pasa lo contrario: estamos poniendo atención a ella porque nos damos cuenta de que algunos podrían estar deseando sacarla de nuestro lenguaje político o postergarla en nombre de algún término que les parezca más atractivo. Pero la pregunta es la siguiente: ¿qué perderíamos si perdiéramos dicha palabra?