El académico de número reflexiona sobre el concepto de fraternidad en las sociedades democráticas capitalistas en su columna del diario El Mercurio.
Voy a decirlo con palabras del poeta y ensayista Octavio Paz, para nada sospechoso del izquierdismo que se atribuye a quienes se atreven a hablar de solidaridad en nuestras sociedades del intercambio y la competencia: “Si pensamos en aquella tríada con la que comienza el mundo moderno, la libertad, igualdad y fraternidad, vemos que la libertad tiende a convertirse en tiranía sobre los otros; por tanto, tiene que tener un límite; la igualdad, por su parte, es un ideal inalcanzable a no ser que se aplique por la fuerza, lo cual implica despotismo. El puente entre ambas es la fraternidad, la gran ausente en las sociedades democráticas capitalistas. La fraternidad es el valor que nos hace falta, el eje de una sociedad mejor. Nuestra obligación es redescubrirla y ejercitarla”.
Vivir en sociedad es hacerlo en relaciones de intercambio (uno compra y otro vende); de colaboración (un profesor se reúne con sus alumnos); de solidaridad (los estudiantes comparten sus apuntes con aquel que permanece enfermo en casa); de competencia (un deportista trata de derrotar a otro); de desacuerdo (dos padres discrepan sobre la custodia de un hijo común); y de conflicto (los trabajadores van a la huelga).
Esos distintos tipos de relaciones son propios de la vida en común, inseparables de esta, y si nos nace celebrar alguna (por ejemplo, la colaboración), no tendríamos que asustarnos cada vez que sobrevienen otras (por ejemplo, desacuerdos y conflictos). Tampoco es del caso maldecir las relaciones de mero intercambio —tiene que haber alguien que venda el pan que queremos consumir cada mañana—, aunque evitando la tendencia a transformar todo en relaciones de intercambio, incluida la satisfacción de derechos fundamentales.