El académico de número medita sobre la exageración del campo político en su columna del diario El Mercurio.
Me he preguntado antes en este espacio por las consecuencias neurológicas de la pandemia, seguramente mayores de lo que pensamos, y que han afectado tanto a quienes se contagiaron como a los que no.
Pero tales consecuencias no son la única explicación de los excesos en algunos comportamientos ni las desmesuras en todo tipo de análisis e interpretaciones. Incluso poniendo el covid entre paréntesis, el mundo anda ciertamente mal (bueno, como casi siempre), y no se puede descartar que las hipócritas e interesadas guerras territorialmente focalizadas del último tiempo pasen a algo de mucho mayor alcance. Abundan los gobernantes que se vanaglorian de su carácter guerrero y de una disposición belicosa propia de auténticos matones, mientras los organismos internacionales, tan escuchados si dan consejos financieros a los gobiernos, muestran una pasmosa debilidad cuando lo que está en juego no es la economía, sino la vida de millones de víctimas y desplazados.
Por otra parte, las neurociencias y sus aplicaciones, de la mano con el progreso de la IA, junto con el bien que significan, alertan a cada instante del mal uso que podría hacerse de ellas. No deja de sorprenderme la cantidad de coetáneos que cierran los ojos ante la IA y la consideran tan de ciencia ficción como hasta hace muy poco pensaban también, erróneamente, de las neurotecnologías que son habilitadas por las neurociencias. Tal vez crean que nada de eso les va a tocar a ellos en razón de su avanzada edad y se resisten a considerar seriamente lo que hace rato está pasando en esos campos.