Columna del expresidente de Chile publicada en el diario La Tercera.
A fines de 2020, un destacado académico español planteó la pregunta: ¿Por qué las sociedades latinoamericanas están tan enojadas? Y apuntó a la realidad crítica de ese momento, con fuertes manifestaciones en varios países del continente, entre otros Chile. Remarcó que miles de latinoamericanos salieron a las calles a protestar contra decisiones que consideraban injustas, reclamando un cambio de rumbo de los gobiernos, pero también una nueva forma de relacionarse con sus instituciones. Lo que no dijo es cómo ese enojo no estaba sólo en las calles, sino también en las redes sociales, impregnándolas de iras y denostaciones donde el debate racional era el gran ausente.
Estos fenómenos –explosivos, nuevos, impredecibles– han generado un impacto muy fuerte en los sistemas democráticos. La incomprensión hacia las nuevas formas de vinculación social, el uso desregularizado de las nuevas tecnologías y la circulación de noticias falsas en redes sociales han sido caldo de cultivo para el alza de prácticas populistas. En Europa, en Latinoamérica y también en Estados Unidos, estas ideologías han llegado al poder y permeado las relaciones entre ciudadanos con su discurso de odio. La toma del Capitolio por parte de simpatizantes del presidente saliente, Donald Trump, es una demostración de la incapacidad de adaptación de los gobiernos a los cambios porque ya no existen formas claras de convivencia.
Y es justamente esta incapacidad la que pone en juego a los sistemas democráticos, incluso a los más sólidos y antiguos.