Rafael Navarro Valls: “Un pontificado explosivo”

Columna del Presidente de la Conferencia Permanente de Academias Jurídicas Iberoamericanas publicada en el diario El Mundo de España.

Benedicto XVI ha sido un papa excepcional, un papa que se ha visto obligado a ejercer su pontificado en un campo de minas, que han ido explotando una tras otra. Ningún papado en la Historia ha tenido demasiados momentos de sosiego, si se piensa que es el mayor centro de poder espiritual de la tierra. Pero el del papa Ratzinger ha sido especialmente agitado. Desde su elección hasta su renuncia, sufrió el ataque combinado de los nue­vos medios de acoso «modernos». Me refiero al torbellino del ecosistema mediático, a las amenazas de reprobación de los Parlamentos (España, Bélgica) e incluso a las sombras de querellas (Turquía, Reino Uni­do). Ante ellos ha combinado la valentía con una rara cualidad: convertir en diálogo los momentos de dificultad. Así pasó con el incidente de Ratisbona (crisis con el islam), que aceleró el proceso de conversaciones con los musulmanes; con el caso Williamson (crisis con los judíos), que acabó con una visita de Benedicto XVI a la sinagoga de Roma; con la acogida en la Iglesia católica de miles de anglicanos, que se ha convertido en gesto ecuménico de primera magnitud. Por no hablar del penoso affaire de los abusos sexuales de algunos clérigos, que le ha dado ocasión de iniciar una profunda reforma en el proceso de selección y formación del clero, que ha continuado Francisco con especial firmeza. Y la traición de un hombre de su confianza en el Vatileaks –mayordomo que filtró documentos reservados a la prensa– le ha llevado a ejercer con especial atención la virtud de la prudencia, combinándola con la misericordia de indultar al culpable.

Incluso un presidente como Obama –nada religioso en su presidencia– después de una de sus entrevistas con Benedicto XVI lo definió como un líder “valiente en la defensa de las verdades fundamentales. Alguien que comprende que cada persona tiene valor y que cada uno de nosotros es deseado, cada uno de nosotros es amado y cada uno es necesario”.

Conviene desmentir algunas apreciaciones más o menos difundidas. La primera, es que Benedicto XVI fue un papa “eurocéntrico”. Basten estos dos datos para desmontarlo. Recién elegido comenzó a insistir en que el primer desafío de la Humanidad es “la solidaridad entre las generaciones, los continentes y los países”. Su primera encíclica (Caritas in veritate) fue una encíclica “social”, que apunta directamente hacia ese 62% de católicos que viven en zonas deprimidas del Tercer Mundo: Iberoamérica, Asia y África. Y durante su pontificado insistió frecuentemente –también con gestos– en la “responsabilidad de todos de acabar con el cáncer de la pobreza”. Por eso Benedicto XVI utilizó una dura frase de San Agustín para calificar “de gran banda de ladrones” a un Estado que no se rigiera por la justicia y descuidara la solidaridad.

Tampoco fue solamente un “papa reflexivo”. Su actividad fue notable. Teniendo en cuenta que fue elegido papa con 78 años (2005) y renunció a los 85 (2013), en este espacio no demasiado largo hizo 48 viajes fuera de Roma: 24 dentro de Italia y 24 al extranjero, estando presente en los cinco continentes. Convocó cinco consistorios, creando 90 cardenales. Elevó a los altares más de 600 beatos y ofició 45 canonizaciones. Todo ello sin contar sus tres encíclicas, más sus tres libros sobre Jesús, que fueron auténticos best sellers. Y conviene anotar un hecho sorprendente: ya como papa emérito, por primera vez en la Historia, un Pontífice romano hace balance de su mandato en un libro de entrevistas con el periodista Peter Seewald. Sin olvidar –ya como emérito– su decidido análisis de las causas más profundas de los abusos sexuales y la pedofilia.

Se entiende que el papa Francisco haya denominado a su predecesor un gran doctor de la Iglesia, cuyo espíritu “de generación en generación se manifiesta cada vez más grande y más potente”.

Esta grandeza la manifestó de principio a fin de su mandato. Por ejemplo, su renuncia al cargo no fue un acto de debilidad, sino de fortaleza. Sigo pensando lo que escribí en 2013 su renuncia fue un evento profundamente cristiano, pero también profundamente humano.

Los amantes de las intrigas palaciegas han querido ver en esta renuncia el fruto de presuntos juegos de poder y una reacción fren­te a ellos. Nada de esto se deduce de las razones que el propio Benedicto XVI adujo y ha reiterado hace poco: «…la certeza de que, por la edad avanzada, ya no ten­go fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino», de modo que «mi vigor, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado». De Gaulle, en su última etapa, solía decir que “la vejez es el naufragio”. Y es cierto. Una situación en la vida en que la pérdida de facultades físicas se combina con una bajada de las defensas anímicas. Sin embargo, también en la renuncia mostró Benedicto XVI una gran prudencia. La presentó en un momento tranquilo de su pontificado, de modo que no pudiera interpretarse como una “huida” ante una situación “difícil”. Su buen humor y su sencillez la mantuvo hasta el final.

Peter Seewald en su libro de entrevistas hace notar que, después de que el helicóptero blanco con el sonido de las campanas de fondo sobrevolara los Jardines del Vaticano hasta Castel Gandolfo en los montes Albano, llegó a su residencia, se asomó por última vez a la ventana, saludando hacia abajo y dijo: “Buonanotte”. A continuación, se dio la vuelta y desapareció del balcón en la oscuridad de la casa. Le pregunté lo que hizo después de eso, en el interior, detrás de las persianas, en esa noche histórica. Muy lacónicamente dijo: “Deshice mi maleta”.

Creo que la clave de su popularidad –y la razón de la inquina entre los grupúsculos de turno– radica en que para Benedicto XVI el cristianismo no se construye con fórmulas elaboradas sobre la mesa de un escritorio. Piensa que la Iglesia «habla demasiado de sí misma», y que la verdadera reforma no puede reducirse «a un celo­so activismo para erigir nuevas y sofisticadas estructuras». Para el Papa, lo que necesita la Iglesia «es santidad, no management». Esta es –para algunos– su gran «herejía».

De ahí que durante su pontificado se preocupara especialmente de vigorizar la preparación espiritual, humana e intelectual de aquellos que llevan el gobierno en la Iglesia.

Al tiempo, Benedicto XVI se propuso dos objetivos que persiguió con tenacidad: renovar cultural y espiritualmente al viejo continente europeo y despertar en el mayor número de países una “minoría creativa”, que desde su núcleo duro sirviera de palanca para la transformación antropológica de toda una civilización.

En mayo de este año el propio Peter Seewald, ha publicado una extensa biografía sobre el fallecido Papa emérito “Benedikt XVI – Ein Leben” (Una vida), En una amplia entrevista al final del libro de 1.184 páginas, el Papa Emérito dijo que la mayor amenaza que enfrenta la Iglesia es una “dictadura mundial de ideologías aparentemente humanistas”. Para Benedicto XVI quien se atreve a criticarla es inmediatamente calificado como una especie de hereje del llamado “consenso social básico”. Es decir, lo que se entiende como lo políticamente correcto.

Benedicto XVI, hizo el comentario en respuesta a una pregunta sobre lo que había querido decir en su toma de posesión en 2005, cuando instó a los católicos a rezar por él “para que no pueda huir por miedo a los lobos”. No se refería a cuestiones internas de la Iglesia sino a esas amenazas ideológicas.

Su época de papa emérito no ha sido totalmente pacífica. Primero fue el episodio sobre el libro en torno al celibato sacerdotal , que fue más bien un malentendido que un enfrentamiento. Tuvo la audacia y el sentido familiar de desplazarse –contra el parecer médico– a visitar a su hermano gravemente enfermo. De hecho, dos días después de retornar a Roma falleció el enfermo. En fin, el 20 de enero de 2022, el bufete de abogados Westpfahl Spilker Wastl dio a conocer el informe “Abuso sexual de menores y adultos bajo tutela por parte de clérigos y empleados a tiempo completo en la archidiócesis de Múnich y Freising entre 1945 y 2019”. La Comisión identifica cuatro casos de abusos que remiten al periodo del entonces arzobispo Joseph Ratzinger y de los cuales, según la misma Comisión, él tendría “alguna responsabilidad”, aunque no dicen exactamente cuál. Pero el Papa no se ha quedado callado: de hecho el informe contiene al final una respuesta de 85 páginas que el mismo Joseph Ratzinger contestó. Es ahí donde él niega la comisión de algún delito: lo hace de forma amplia y estricta argumentando falta de conocimiento de los hechos y la falta de pertinencia bajo el derecho canónico y penal.

Su valentía llegó al punto de querer declarar en el juicio sobre los abusos. La muerte lo ha impedido.

Benedicto XVI pasará a la historia como el primer papa que renunció al pontificado. Pero también como el papa que introdujo la búsqueda de la santidad en el núcleo mismo de su mensaje. Probablemente será canonizado.