Columna del abogado y filósofo publicada en El Mercurio.
Ayer todos querían contar con él, hoy lo miran como un leproso. Sic transit gloria mundi: “Así pasa la gloria del mundo”, decían los medievales. Él llegaba a todos lados: a la izquierda (recordemos que tuvo un pasado comunista) hasta la derecha. Frecuentaba los lugares apropiados, se reunía con la gente precisa y, quienes podían hacerlo, acudían a él en busca de su talento de abogado y habilidades personales.
Él accedía al mundo del Estado, de la empresa, de la judicatura y el Congreso. Parecía un hombre tocado por la diosa Fortuna.
Por donde pasaba, aprendía algo. En su juventud comunista aprendió, por ejemplo, que la información debía estar siempre repartida en compartimentos separados, porque si uno pone los huevos en distintas canastas puede quebrarse uno y los otros quedarán incólumes. Son cosas muy útiles cuando uno se dispone a funcionar al filo de la legalidad en el mundo capitalista, mientras no se cometa algún error que estropee el juego.
Sin embargo, de un momento a otro, hubo una pequeña falla y todo se vino abajo: la amistad de mucha gente importante, las comidas glamorosas, las constantes lisonjas y los viajes soñados. A cualquier otra persona le podrían recomendar que recurra a él en una situación semejante, pero ahora el afectado es él mismo: difícilmente podrá ayudarse. Qué dramático cambio de circunstancias.