Compartimos esta columna del exministro de Transportes del Presidente Eduardo Frei, publicada por el medio digital El Líbero.
“En este momento no hay posibilidad de entendimiento ni de historias compartidas”, es el inquietante título de la más reciente entrevista concedida por Jonathan Haidt (El Mercurio Sábado), cuya lectura resulta altamente recomendable, cuando no indispensable. El sociólogo norteamericano, que ha venido escribiendo desde hace algunos años sobre el efecto de las redes sociales en la sociedad y en la política –nos visitó en 2017– no tiene un buen pronóstico para el futuro que nos aguarda.
En tanto las redes sociales están conduciendo al desprestigio y colapso de las instituciones democráticas, estaríamos próximos al fin de un ciclo que, como ha sido típicamente cuando este se produce, debiera dar origen a uno nuevo que lo sucede. Las grandes crisis mundiales del pasado –Haidt nos recuerda el período de la posguerra– muestran que siempre hubo una generación capaz de construir nuevas instituciones y formas de vida renovadas sobre los restos de la precedente. Cuando las cosas se rompen y un determinado orden pierde validez, en sus palabras “llega una nueva generación para construir otro set de normas”.
El problema es que en esta ocasión esa capacidad parece no haberse desarrollado suficientemente ni estar disponible para “construir o servir de guía a la próxima generación”. La que debería asumir esa responsabilidad histórica está siendo diezmada por la acción persistente de las redes sociales cuyos algoritmos hipertrofian los sesgos cognitivos descritos hace décadas por Daniel Kahneman. De hecho, la supremacía de estos sesgos (sobre todo los de repetición y confirmación) sobre una generación completa de jóvenes y adultos jóvenes es la principal causa de la pérdida paulatina de legitimidad de las instituciones, y de la anomia que es su inmediata consecuencia, inhabilitando de paso la construcción de las nuevas que deberían tomar su lugar. El creciente desacomodo con el sistema institucional genera en esta ocasión, a diferencia de las anteriores, formas de comportamiento acentuadamente desinstitucionalizadas. Por ejemplo, la resistencia al capitalismo no ha engendrado hasta aquí un sistema institucional capaz de tomar su lugar y reemplazarlo. Este goza de buena salud a pesar de la deslegitimación, de la mano del neoliberalismo, que sufre en no pocas partes del mundo.