Discursos de incorporación

La universidad: de la utopía al realismo

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Discurso de Incorporación de Augusto Parra Muñoz como Miembro de Número de la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.

l. INTRODUCCIÓN

Vuestra infinita benevolencia en el juzgamiento de mis cortos méritos ha hecho posible mi incorporación a esta prestigiosa Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto Chile. Os agradezco muy de verdad vuestra generosidad y comprometo una participación activa en los estudios, diálogos y publicaciones a través de los que venís acompañado e iluminando nuestro desarrollo colectivo. 

Mi gratitud es aún mayor al habérseme llamado a ocupar el sillón vacante por el fallecimiento de un hombre al que admiré y cuya presencia en el medio en el que tuve el privilegio de formarme profesional y espiritualmen­te, marcó mi existencia como la de toda mi generación, me refiero a don David Stitchkin Branover.

David fue, en efecto, un hombre de selección, que con sus actitudes, sus gestos y sus palabras, influía como pocos en quienes tuvimos la suerte de conocerlo y escucharlo. Porque ellas trasuntaban humanidad, un sincero afecto hacia el interlocutor y la lúcida interpretación de los hechos que conforman nuestra vida cotidiana, propias de un intelectual siempre alerta, comprometido con los valores del humanismo y sin otro afán que el de contribuir con modestia a la construcción de un mundo más libre y digno para todos. 

Fue un maestro reconocido y respetado por todos quienes le conocieron. El paradigma de universitario tal cual él lo describiera en la hermosa entrevista publicada en el número uno de la revista Societas: “la característica del aniversario auténtico; su vocación de servir”.

Es eso lo que, unido a una fiesta y desarrollada sensibilidad artística, hará de él tan pronto un actor o director teatral, un organizador y promotor de grupos de ballet, de galerías y museos pictóricos, de orquestas de cámara, de encuentro de escritores, como un investigador riguroso, autor de textos que constituyen fuente permanente de consulta para los estudiosos del derecho como “El Mandato Civil”, por ejemplo. 

Pero es, sin duda, la dirección universitaria donde su inteligencia y su creatividad alcanza la más alta expresión. Le oiremos hablar con pasión de la universidad, su ser y su futuro; le oiremos tocar con su palabra el alma de los jóvenes, haciéndoles comprender el sentido de la universidad e invitándolos a la tarea universitaria como actores reales; le veremos propugnado reformas, abriendo caminos, provocando el análisis y la búsqueda, empinándose a veces por sobres sus propias convicciones para no aplastar una voluntad compartida por una extensa mayoría, sin dejar por eso de exponer sus dudas y sus reparos. 

Pienso que la serie de conferencias y trabajos de don David en torno a la universidad representan la visión idealizada, hasta utópica, de esta institución que en el milenio que termina adquirió forma y fuerza. Siento que su pensamiento no ha perdido vigencia a pesar del realismo que hoy preside la vida de la Universidad. Me afirmaré pues en él para referirse a la Universidad de este de siglo, que parece a veces desconcertada entre la utopía y las  apremiantes demandas sociales a cuya respuesta está unida su propia supervi­vencia.

2. EL CICLO DE LA UNIVERSIDAD

No es extraño que los principales intelectuales de este siglo hayan estado unidos a la universidad, y que en relación a ella se hayan escrito múltiples y significativos ensayos.

Es que el milenio que termina tiene en la universidad una de las pocas instituciones que lo recorre y cuya presencia parece afianzada, a la que la aventura espiritual del hombre y el progreso en todos los dominios de nuestra vida parecen fuertemente vinculados. Y puede decirse también, con propiedad, que éste que termina, ha sido el siglo de la Universidad.

No necesito recordar aquí la historia de la Universidad. Todos coinciden en que la en su expresión en original nace en Bolonia, aunque no haya acuerdo en la fecha exacta en que ello ocurre. Al celebrar esa Universidadsu IX centenario en 1988, se recordó cuán extensa y profunda había sido su influencia en el nacimiento y desarrollo de muchísimas otras universidades europeas, lo que llevó a la Glasgow, por ejemplo, como lo recuerda Mondolfo, a reconocerla en sus estatutos como la Universidad madre y a exaltar su gloria. 

Muy pronto acompañó a la de Bolonia, la Universidad de París y a ella siguieron en rápida sucesión varias más, lo que permite afirmar al mismo Mondolfo que entre los siglos XII y XVI sólo en Italia nacen otras 23 universidades, mientras 8 lo hacen en Francia y 12 en España, por ejemplo. Es decir, al nacimiento sigue una rápida expansión y una efectiva consolidación de la institución.

No es tampoco un hecho desconocido ni menor el que en nuestra América hispana la Universidad llega en los inicios de la Colonia con la creación de la de Santo Domingo en 1538, a la que siguen muy luego la Real y Pontificia Universidad de San Marcos en Lima y la Real y Pontificia Universidad de México. Tal hecho refleja el prestigio social de la institución y contribuye a entender mejor el espíritu de la Conquista. 

Pero es sin duda en este siglo cuando la Universidad alcanza su máximo desarrollo, multiplicando sus funciones, encendiendo esperanzas, estimulando la imaginación de quienes buscan con afán caminos que devuelvan a la sociedad sentido humano y que ennoblecen al hombre en su dimensión espiritual. En el siglo XX la universidad se ha universalizado, ya no por su tarea esencial, sino por su presencia física en todos los rincones del mundo. Al mismo tiempo se ha multiplicado en número, y se ha transformado muchas veces en centro de la demanda social y política de núcleos regionales o locales que sienten que sin ella permanecerán al margen del progreso y víctimas de un poder externo que se vale de su débil identidad.

Al mismo tiempo, la Universidad ha llegado a constituir el camino más fácilmente reconocible por los jóvenes para su promoción y su inserción menos insegura en la vida social. Si ya no es pasaporte seguro al éxito es, al menos, un factor que atenúa las inseguridades propias de nuestro tiempo y que abre puertas para un desarrollo personal y laboral sostenido.

Sin embargo, el inismo éxito de la. institución universitaria ha llevado a que sean muchas, tal vez demasiadas, las instituciones que reclaman esa calidad para afianzar su presencia. Y responden a proyectos de tan diversa naturaleza, son tan heterogéneas en su calidad y en las formas de realizar su trabajo, que ya no es poca la confusión reinante acerca de lo que realmente es la Universidad y lo que de ella cabe esperar. 

Además somos testigos de un camino sostenido y de una tendencia universal que al mismo tiempo reclama más y más servicios de la institución universitaria en tanto generadora y movilizadora del conocimiento y limita y condiciona los recursos que le asigna. 

3. VISIÓN IDEALIZADA DE LA UNIVERSIDAD

Hasta los años 60 una abundante literatura da cuenta de una visión idealizada de la Universidad. Ella es vista frecuentemente como una organización perfecta, de tan elevados e integradores fines, de tan significativo aporte a la vida humana y al desarrollo social, que genera un apasionado entusiasmo y una sincera preocupación por su cuidado y destino. 

Permítanme que, fiel a mis raíces, ejemplifique citando a don Enrique Molina quien en uno de sus discursos universitarios manifestaba: 

“…Cualquiera que sean los trastornos e incertidumbres del mundo, la Universidad tiene que aspirar a ser una especie de república ideal para ofrecer a los hombres, precisamente en medio de esos trastornos e incertidumbres, una orientación posible. O no es Universidad. Ahí todos, maestros y discípulos, paradigmas de una existencia social que busca su perfección, deben comulgar en el ideal común del respeto a la plena dignidad humana del individuo”. 

El propio David Stitchkin, en la serie de conferencias y ensayos se refirió al tema de la Universidad, particularmente en “Reflexiones en torno a la idea de la Universidad” que fue su trabajo de incorporación a esta Academia, tras analizar con detalle los planteamientos de Ortega y Jaspers y reflexionar sobre la Universidad de nuestro tiempo, se hace parte de esta visión que tanto espera de la Universidad y que ve en ella una clave para el desarrollo de la sociedad. Dice en efecto: “el conflicto descrito del hombre en sus intereses vitales y espirituales y la tecnología que avanza indiferente a ellos, impone a la Universidad una responsabilidad actual e ineludible. La tecnología ya se ha adentrado en las entrañas de la genética y puede alterar sus leyes y procesos; en las fuentes ele la energía y disponer de fuerzas de magnitudes cósmicas; en el almacenamiento del saber Y su ordenación o confusión. ¿Cómo se conciliarán estos poderes con las potencias del espíritu que hasta hoy parecían haber conducido al hombre por un camino ascendente a la constelación de ideas que conforman la cultura de nuestro tiempo? La interrogante es fundada y la duda quemante ¿o resulta que el hombre ha venido siendo sólo el servidor de un oculto instinto revestido del engañoso ropaje de la inteligencia que le estaría conduciendo a un destino final desconocido? ¿Será menester abdicar los poderes alcanzados y aun de la engañosa inteligencia y reemprender el camino desde el principio, allí donde se inició el recorrido? ¿O existe la fórmula que concilia la potenciación de los poderes del hombre, conquistados mediante su capacidad creadora, con los atributos y deberes morales que se miran como el signo de la especie?  

La conjugación de ciencia, tecnología y humanismo puede ser la respuesta. A la Universidad toca proponerla e impulsarla mediante el raciocinio y el diálogo vivo, la comunicación, que son instrumentos y sus modelos de acción, que es el saber y el resguardo del hombre en la cabal integridad de su ser y de su esencia. 

Esta mirada esperanzadora a una institución que, como expresara François Perroux, lo es de y está en la sociedad, estuvo en la raíz de los movimientos reformistas que se sucedieron en el mundo universitario desde finales de la segunda década del siglo. Ellos hicieron crecer sostenidamente la misión de la Universidad, diseñada desde ella misma y a partir de su autonomía.

Generaron además nuevos afanes, desde la apertura de las aulas a todo aquel que reclamara un lugar en ella estando en posesión de una licencia de estudios secundarios, hasta actividades de directa vinculación con el  desarrollo económico y el desarrollo social.

4. AUTONOMÍA DE LA UNIVERSIDAD

En toda la autonomía es el reclamo fundamental de los universitarios. A ella se refería Stitchkin diciendo: “… que no admite intromisiones ni condicionamientos externos. Pues no es la suya una potestad delegada sino originaria, que nace con la idea de la Universidad y su misión de búsqueda del conocimiento y la verdad, en interés del hombre individual y social, que no admite más condiciones que la verdad misma, en los límites que es alcanzable a la condición humana”.

Y, enfatizando esta misma idea Perroux nos dice “en rigor, la Universidad no está subordinada a la sociedad, ni al estado que la sustenta, ni al cuerpo social modelado por la historia, del cual es substancia. Respetando el orden público, la propia Universidad elabora su ley: es autónoma en el sentido de que goza de las prerrogativas y de los más amplios derechos para escoger su estilo de vida y sus normas de trabajo. Siendo autónoma por esencia, ejerce una acción crítica frente al estado y al cuerpo social. Por los medios que le son propios —la libre investigación y la libre enseñanza a los más altos niveles—, la Universidad es, por excelencia, el órgano de promoción social calificado para la promoción humana; desarrolla la ciencia y la cultura, estos dos aliados en todo logro de un individuo y de un pueblo. Los valores que definen la cultura son absolutos y universales; sus objetivos no están supeditados a la historia ni a las contingencias de lugar. Las universidades sirven a la nación por su ferviente dedicación a valores que no son del mismo orden que la nación; entre universidades, la libre comunicación y el libre intercambio son testimonio de la dignidad extra-estatal de la obra universitaria”.

La Universidad existe entonces en y para la sociedad pero se construye desde ella misma, por decisión adoptada en su seno,  idealmente con sujeción al principio democrático adaptado a sus particularidades de comunidad jerárquica. 

Los universitarios esperan de la sociedad respeto a esa autonomía, reconocimiento a su labor, apoyo sostenido, particularmente en el financiamiento de las instituciones universitarias. No es sorprendente entonces que se llegue a ver en la Universidad un instrumento privilegiado para promover y provocar ideologías; que se le desee instrumentalizar y que los afanes de poder subordinen a veces los proyectos propiamente universitarios. 

Se tenderá así a estar prestos a demandas desnaturalizadoras de la función propiamente universitaria, en la convicción de que ella sin embargo sitúan a la Universidad en la “corriente de la historia” y que su deber primordial es ser actora, renunciando a la postura crítica que caracteriza a los espíritus libres y que no acepta su sustitución por el compromiso ideológico y no valórico. “Nuestra tesis —dice Perroux— es que la apertura Y la autonomía adquieren un sentido positivo, a la vez que sus límites inevitables, por el respeto de la finalidad esencial de la Universidad, que consiste en formar “conciencias que juzgan” (André Jaumette) en nombre de valores universales de carácter intelectual y moral. Bajo esta condición y a ese precio, la Universidad se abre a las exigencias de la sociedad de nuestro tiempo sin subordinarse ni ser absorbida por ellas.

Sea por efecto de los conflictos sociales, de la sorprendente velocidad del avance científico, de la multiplicación de nuevos aportes de la tecnología que ha terminado por modificar integralmente nuestro sistema de vida y poner en Jaque los valores que habían informado nuestra vida colectiva, la Universidad llegó a comprometer su autonomía y a asumir cada vez más las voces y reclamos que venían de su exterior.

5. LA CRÍTICA DE LA UNIVERSIDAD

Ello dio origen a la crítica social y política de la Universidad. Se multiplicaron las voces descalificadoras que le atribuían a su actividad simples móviles políticos, ajenos por lo tanto a su ser. La atención pública se centró más en las querellas de poder protagonizadas por sectores al interior de la Universidad que en la actividad encaminada a realizar la misión definida por cada institución en ejercicio de su autonomía, pero claramente identificada con un paradigma extensamente reconocido. ¡Sí! La Universidad llegó a expresar los ideales y sentimientos de sociedades ávidas de renovación y de cambios, convencidas del rol protagónico que al hombre y a la organización social cabe en el desarrollo de la historia, deseosas de justicia y anhelantes de alegría y felicidad. Ninguna otra institución pudo reflejar mejor el instante de optimismo y de búsqueda que para la humanidad entera constituyó la década de los 60. Ninguna fue por mismo, más intensamente buscada en función de sus ideales.

Pero esa misma circunstancia hacía crecer la crítica de quienes la sentían agresora y peligrosa para una vida social más quieta y pacífica. Tales sectores veían en todo esfuerzo de reforma, tarea en que toda universidad parecía comprometida en occidente, una oportunidad más para el servicio de intereses externos a la universidad que para el perfeccionamiento de la institución y de su servicio.

En precisos términos Risieri Frondizi, en su libro “La Universidad en un mundo de tensiones” describía a comienzos de los 70 la situación de la Universidad latinoamericana defendiendo al mismo tiempo la necesidad urgente de una reforma universitaria verdadera.

Y entre los enemigos de tal reforma identificaba a “los utopistas” afirmando que “son enemigos de cualquier reforma que se proponga, porque todo es poco en comparación con lo que sueñan. Refugiados en un mundo de fantasía donde las dificultades se resuelven por arte de magia, se mantienen en actitud contemplativa frente a una realidad que reclama acción. Esta actitud puede responder a una modalidad sicológica, una evasión o un justificativo ingenio por la falta de acción frente a lo que ellos mismos critican”.

En la declarada búsqueda de la excelencia en la construcción de la república ideal, en la extensión del servicio a la sociedad, la universidad consumió durante décadas sus mejores esfuerzos. Ellos fueron posibles merced al reconocimiento del valor de su autonomía. Pero no percibió oportunamente el crecimiento que al mismo tiempo experimentaba el escepticismo en torno a reales capacidades y competencia y el cansancio respecto a sus demandas en una parte importante del cuerpo social. Finalmente empezó a tomar forma el profundo cambio que hemos vivido en estos últimos 25 años en que a la sociedad le interesa muchísimo más que la institución universitaria en abstracto o individualmente considerada la satisfacción de la demanda por educación superior y por conocimientos en los distintos aspectos de nuestra vida económica, social y política.

6. NUEVAS EXPECTATIVAS EN TORNO A LA UNIVERSIDAD

Parece no haber tiempo para esperar a la universidad y, por lo mismo, a través de un marco jurídico explícito y de políticas públicas, se generan condiciones para inducir la expansión de la oferta de conocimientos y formación superiores.

Se ha generado así una tensión no resuelta entre el reclamo social y la autonomía universitaria, como quiera que aunque esta última sea formalmente reconocida en los hechos la universidad deba desarrollarse en la línea de satisfacción de aquel como condición para su financiamiento y con él para su sobrevivencia.

Dicho de otro modo, la autonomía ha dejado de ser un absoluto pues su ejercicio está condicionado y determinado por señales oficiales, cada vez más importantes. Y ello sin que el propósito sea afectar la autonomía, sino buscar una satisfacción eficaz de necesidades individuales y colectivas apremiantes. En semejante contexto no es extraño que la universidad, entre nosotros la universidad tradicional, se encuentre desalentada e incomprendida. Que se respire en su interior la insatisfacción de lo definitivamente perdido, que el restablecimiento de la democracia no trajo de vuelta. Que se viva el descontento de señales externas que no siempre coinciden con aquellas que se esperan.

La vida académica que entre nosotros se profesionalizó en la década de los 60, que descansó desde sus orígenes en una vocación a la vez humanista y científica, se ha visto debilitada por la inestabilidad o por ofertas tentadoras provenientes de centros distintos; y con ello han perdido su fuerza el compromiso institucional y la participación efectiva, con los que la universidad contaba para el ejercicio de su autonomía.

Nos hemos visto en medio de una gran contradicción. Nunca como hoy hubo una preocupación oficial, expresada en leyes e instrumentos de financiamiento, tan explícita sobre la universidad; pero nunca como hoy tuvo la universidad la sensación de ser más objeto que sujeto en la vida social.

Forzada a competir por estudiantes, por profesores, por proyectos, por recursos, ya no tiene tiempo ni espacio para pensarse a sí misma, para identificar paradigmas, para cristalizar ideales. Adaptarse a las exigencias de la competencia y a las señales de las políticas públicas no siempre es fácil y desafía fuertes tradiciones y realidades. Por eso cuando las comunidades universitarias pueden expresarse, su voz expresa inseguridad, frustración y a veces incluso rabia. Podrá ser ello consecuencia de una transición inevitablemente producida de un sistema cerrado y público, basado en la sola existencia de la universidad, a uno abierto, diversificado, de base institucional múltiple y fuertemente competitivo. Pero no cabe duda que es también consecuencia de un brusco menosprecio de la tradición y del sentido mismo de la institución universitaria.

7. UNA NUEVA REALIDAD UNIVERSITARIA

Sé por propia experiencia, cuán difícil resulta para quienes han tenido una vida de consagración a la universidad asumir y aceptar el que la discusión se haya desplazado desde los temas de la misión o la participación a los de la eficiencia, la organización institucional, las políticas públicas, y cuánto ha afectado ello al espíritu universitario, a la orgullosa identidad con una determinada universidad, al deseo vehemente de servir a la sociedad desde ella en la convicción de estar realizando una tarea de reconocida importancia. Si la universidad debe asumir los signos de esta nueva realidad deberá reconocérsele al mismo tiempo su derecho a la crítica, a ser juzgada por su capacidad de respuesta a las nuevas demandas y a abandonar responsabilidades que asumió al definir su misión, pero a las que la sociedad hoy no provee. Pero claro que hay en estos peligros para nuestro desarrollo futuro como país que el debate actual no puede ignorar.

La demanda de educación superior, teóricamente al menos, determina la oferta de carreras y programas por las distintas instituciones. Pero esa demanda está determinada por consideraciones de corto plazo y por la realidad del momento en que ella se formula.

Siguiendo esa lógica, no sería posible hacer espacio para la formación de profesionales en funciones de demandas futuras de la economía y la sociedad que son identificables, pero que sin una inducción a través de la oferta, sin un estímulo para despertar curiosidad o idealmente vocaciones, difícilmente llegarían a concretarse o, fieles a esa lógica, las universidades no deberían perseverar hoy en la formación de científicos o deberían haber seguido el ejemplo de las que en algún momento descontinuaron la formación de profesores.

¡Cuánto peligro encierra entonces el condicionar la autonomía y el compromiso social a señales del mercado! Peligro homologable al de escudarse en la autonomía para ignorar la necesaria pertinencia de lo que se ofrece y se hace en el campo de la formación.

Del mismo modo la decisión acerca de qué se investiga, puede y debe nacer de la libertad y, en el caso de las instituciones, de la autonomía. Pero ella es frecuentemente inducida por el estado o por agentes económicos que la demandan en líneas o con aplicaciones determinadas. Si todo el financiamiento para investigación está asociado a proyectos o a contratos que satisfagan a quien lo otorga, es evidente que en los hechos la autonomía queda severamente reducida.

El ejemplo reciente evidencia los alcances de la tensión entre demanda social y autonomía y lo delicado que resulta, por lo mismo, la forma en que se le resuelve.

Igualmente claro resulta el referirlo a las exigencias de calidad y al mecanismo de acreditación, particularmente cuando lo que se acredita son programas o actividades.

Soy resuelto partidario de que la sociedad y el estado velen por la calidad en la formación de profesionales, no sólo porque la fe pública está comprometida en el trabajo que los profesionales van a desempeñar, sino porque las expectativas, las esperanzas y esfuerzos de los jóvenes que acuden a las instituciones de educación superior y de sus familias no pueden quedar expuestas a afanes puramente mercantiles. 

Sin embargo no puedo ocultar el que los mecanismos de acreditación pueden asfixiar o limitar la innovacion, en circunstancias de que hoy debe alentársele con particular fuerza.

Por último, ¿deberán abandonarse aquellas actividades con las que la universidad creyó acompañar debidamente el desarrollo cultural y social del país, interpretando los anhelos de la comunidad en que está inserta y que no generan retornos financieros que permitan cubrir sus costos? Grupos artísticos de la más alta calidad o importantes museos pictóricos o arqueológicos dependen al presente de instituciones que no vacilan en comprometer su imagen en cuanto a la eficiencia que se les exige para sostener actividades que incorporaron a su misión, les valieron ayer reconocimiento público, pero les significa hoy elevados costos. No sería bueno para el país que esta nueva manifestación de la tensión entre autonomía y señales externas no encontrara una respuesta que, superándola, permita que tan importantes agentes culturales proyecten con fuerza su presencia y su aporte entre nosotros.

Muchos son los desafíos a que la universidad deberá hacer frente en el próximo futuro. Su éxito dependerá de la capacidad que tenga para asumir la realidad que la quiere más atenta a demandas concretas que recogida en sí misma y creadora de mundos ideales.

8. AUTONOMÍA, CREATIVIDAD E INNOVACIÓN

Hemos de ser capaces de conciliar políticas públicas sabias y estimulantes del desarrollo universitario con el ejercicio de una autonomía real que haga posible la creatividad y la innovación.

Como Robert Heilbroner en su estudio sobre las “visiones del futuro”, en medio de las incertidumbres presentes me declaro francamente optimista. Dice él en efecto, “a lo largo de esta larga, lenta y a menudo errante marcha creo que podemos coger fuerzas reflexionando sobre el pasado lejano. Durante incontables milenios la humanidad ha hallado el valor para persistir la inspiración para producir obras de artes extraordinarias, la voluntad para crear importantes civilizaciones, la fuerza para soportar las miserias y el apetito para saborear los triunfos, todo ello sin el apoyo de una visión de un futuro que pudiera ser superior al pasado. No existen razones para que la misma elasticidad no pueda sustentar a la humanidad si pone hoy sus miras en el lejano mañana de nuestra imaginación”.

Es cierto que los desafíos son grandes y múltiples, como se consigna en el documento “Declaración Mundial sobre la Educación Superior en el siglo XXI: visión y acción”, pero lo es igualmente, en sus propios términos, que “la educación superior ha dado sobradas pruebas de su viabilidad a lo largo de los siglos y de su capacidad para transformarse y propiciar el cambio y el progreso de la sociedad. Dado el alcance y el ritmo de las transformaciones, la sociedad cada vez tiende más a fundarse en el conocimiento, razón de que la educación superior y la investigación formen hoy en día parte fundamental del desarrollo cultural, socioeconómico y ecológicamente sostenible de los individuos, las comunidades y las naciones. Por consiguiente, y dado de que tiene que hacer frente a imponentes desafíos, la propia educación superior ha de emprender la transformación y la renovación más radicales que jamás haya tenido por delante, de forma que la sociedad contemporánea, que en la actualidad vive una profunda crisis de valores, pueda trascender las consideraciones meramente económicas y asumir dimensiones de moralidad y espiritualidad más arraigadas.

Es esta pues hora para restituir a la universidad confianza, para alentarla en su difícil camino, para invitarla al ejercicio de su autonomía con un alto sentido de realismo y de compromiso social, de manera que entre al nuevo siglo con la seguridad propia de una institución milenaria y con la fortaleza de una institución reconocida y querida por la sociedad.