Entrevista al académico Don Marino Pizarro Pizarro

Se incorporó en 1989 a la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales, ocupando el sillón N°10 hasta 2014. Estudió Pedagogía en Castellano en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile (1949) y se tituló como Doctor en Filosofía y Educación de esa misma casa de estudios superiores. Además fue Prorrector Subrogante (1982 a 1984), Prorrector (1985 a 1990) y durante 5 meses Rector (1990) de la Universidad de Chile. Durante su vida recibió innumerables distinciones y premios, destacando el Premio Nacional de Educación de 1987. También se desempeñó como Secretario General del Instituto de Chile.

Publicada en Revista Societas Nº11, 2009

Don Marino Pizarro Pizarro es un maestro de alma y vocación. Con una profunda y penetrante mirada humanista, ha comprendido que en la sencillez del oficio del profesor primario, secundario y universitario, se esconde aquella excelsa sabiduría que, transmitida y recreada en el diálogo sincero y perseverante de maestros y estudiantes, ayuda a levantar la mirada más allá de las vicisitudes cotidianas para dar vida a la cultura de los pueblos y permitirles convivir en paz y justicia. Hijo sencillo del norte chico, formado en la Escuela Pública y en el Liceo, hizo del Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile una verdadera escuela de vida. Profesor de Estado en Castellano, ha sabido dar a su palabra escrita una singular belleza, haciéndola recitar amor, dolor, ternura y acogimiento. Ha servido por más de cincuenta años a la Universidad de Chile; como Profesor, como integrante de las más variadas comisiones técnicas y asesoras, como editor de sus publicaciones y revistas y, finalmente, como Prorrector y Rector. Es presidente de la Corporación Cultural Juvenal Hernández Jaque y de la Fundación Marco A. Bontá. Ha recibido innumerables distinciones y premios, destacando, sin duda, el Premio Nacional de Educación, recibido en 1987. Su segunda escuela de vida ha sido la Francmasonería, de la que participó en su gobierno superior por más de veinte años y donde llegó a ser Gran Maestro de la Gran Logia de Chile, por dos períodos, destacándose su gestión por la apertura e integración de dicha institución a las actividades culturales de la sociedad civil y a la cooperación con los poderes del Estado en sus iniciativas de desarrollo. Ha participado en las Juntas Directivas de varias universidades, especialmente de regiones. Fue también presidente del Rotary Club de Santiago. Desde su incorporación como miembro de número de esta Academia ha servido en repetidas oportunidades sus cargos directivos, siendo actualmente Secretario General del Instituto de Chile. Ciertamente, una entrevista no es suficiente para hacer justicia a la hondura de su multifacética personalidad. Pero fue propuesta y aceptada como una reconstrucción biográfica de la intimidad de su experiencia de vida. En sus palabras, como un “breve viaje a mí mismo”. La entrevista fue realizada en noviembre de 2008.

– Ud. es un hombre del norte. ¿Dónde nació?

Tal vez éste será un breve viaje a mí mismo; a los hombres y mujeres que señalaron mi camino; a la dura y verde tierra de ese amado norte chico; a la reminiscencia toda de este siempre existir en mi pueblo norteño, hecho de piedra y de luz, de angustias y esperanzas; a ese nuestro pueblo, que lo llamaron Monte Rey, que inscrito así está su nombre en los viejos mapas del ayer. Quizá, porque el majestuoso Guayaquil ha sido el monarca que ha vigilado de siempre esos senderos O porque el conquistador español quiso tributar a su rey esa otrora ubérrima geografía de tan lejano mundo. La independencia de la historia de Chile lo bautizó, al fin , definitivamente Monte Patria. Y como el ave Fénix surgió entonces de nuevo el ala y el vuelo para hacerlo crecer, para levantarlo en símbolo de promesa y de futuro en un desosegado afán de rejuvenecimiento. Comarca, valle, pueblos generosos que nunca nadie se atreverá a olvidar, ni a mancillar su espíritu, ni a trizar la estatura de sus centenarios tiempos de existencia. Tiene ya 403 años.

Allí nací, crecí y viví los trozos primeros de mi vida.

– ¿Cómo era su familia?

Mi familia toda es de esa zona de la Cuarta Región. Fuimos cuatro hermanos: Jacoba, Luis Alberto, Alamiro y Marino. No alcancé a conocer a mi padre. Luis Alberto fue mi padre, mi hermano y mi amigo hasta su muerte. Mi madre Josefina, de humilde y de ancestral sabiduría, supo orientar con sacrificios y desvelos los impacientes años de mi infancia y me dejó para siempre la huella de sus reiterados consejos del “manual de urbanidad”; de viejos vocablos del castellano antiguo, que quizá le inculcó su venerada por ella maestra doña Francisca Fábrega, y la huella de todos los retazos, que guardo todavía, de su incansable amor. La veo presente aún, surgiendo de sus mismas raíces, circulando entre los muros de nuestra vieja casa de paredes altas, hecha de tierra y manos de albañiles y vigilando, sin cansancio, el destino de sus hijos. Fue también para muchos la celosa cuidadora del dolor y la alegría, del optimismo y la soledad.

Mi hermana Jacoba, maestra de su escuela por más de cincuenta años, abrió el camino de mis primeras letras y me enseñó la maravilla de las sorprendentes páginas del silabario Matte y los números primeros que deslizaban sus figuras en el ábaco escolar de mi querida escuela primaria.

En ella y por ella supe de los maestros que hicieron de su vida el más claro y auténtico apostolado de su profesión en lucha permanente por la construcción de la persona humana. Testigos y protagonistas ellos de una historia vivaz del proceso educativo en una armonía ideal entre la actividad cotidiana y las situaciones naturales que hacían de sus vidas un trabajo fecundo, desinteresado y rico. Rectitud, equidad, deber y disciplina no fueron para ellos palabras vacías ni acostumbraban a torcer sus principios ni a derrotar la ética. Gratitud para esos maestros de mi tierra de tiempos lejanos, ésos que pasaron su vida entre los niños, pensando en los niños, luchando por hacer de cada niño un ciudadano. Es ese ejemplo de ellos lo que aún los hace vivir; nombres escritos en el recuerdo de muchos y en el pórtico de todas las escuelas donde se enseña ese milagro del oficio de maestro. Y ahora en este momento se aprieta aún el corazón por ese viejo tiempo de mi infancia y por la estampa de tantos nombres nuevos que han continuado bregando por la educación.

Y ahora hay recuerdos de la maravilla del mundo de Araluce, de las historias fantásticas de El Peneca, de las miniaturas de Calleja y los cuentos de Perrault, de los Grimm y de Andersen. Conocieron los niños de entonces al Eneas y Ulises conquistando Troya, al Quijote y Sancho en el encuentro fraterno por la ruta castellana; al Nils de Selma Lagerlöf, en la cima de los cielos suecos; al niño-corazón de los Apeninos a los Andes; a Salgari y a Verne en viajes de aventura y adelantada ciencia; a Marco Polo, marino veneciano, por Mongolia y China milenaria; a príncipes encantados, y a gnomos y gigantes de guaridas extrañas. Los niños de mi infancia aprendieron a recitar las fábulas de Iriarte, los versos de Blanco Belmonte o Al pie de la bandera, que en la vieja escuela pública se alternaban entre misterios de la ciencia, las máximas de Dios y el manual de urbanidad del temido Carreño.

– ¿Estamos hablando del año 1935 o por ahí?

Fueron los años de mi niñez y adolescencia. En 1937 ingresé al Liceo de Hombres de La Serena, colegio creado por O’Higgins en 1821. En esa querida Casa centenaria supimos todos de la forma de empezar a edificar nuestras primeras vidas, de modificar nuestros recelos y desalientos, de empinar nuestros nacientes afectos por los inicios de la difícil adolescencia, de apurar la inteligencia, de ganar la alegría y derrotar el dolor. Allí supimos de la amistad, del respeto, del sentido del honor, de la disciplina, del viaje apresurado a la juventud. Ahí plantamos nuestro sereno hogar los que llegábamos de tierras lejanas y distantes y aprendimos a conocer que, aunque extraños, el afecto también se daba con el humano calor de profesores y alumnos.

Por eso, también hoy es un modo de retornarnos a nuestros profesores del ayer y en ellos decir que su presencia en el recuerdo ha sido un acicate para intentar de ser mejores y ejemplo para poder ser seguido.

Estar allí era estar “en humanidades” y participar de una filosofía explícita hasta en su nombre; se estudiaba al hombre y cómo él iba laborando sus grandezas y caídas. Se aprendía la figura marcadora de avances, la que significó retrocesos, las grandes ondas del crecer y el decaer de la historia del ser humano. Y nuestros apuntes escolares se llenaban de nombres de personas, de cifras y de mensajes de amor adolescentes. Leíamos libros, escribíamos nuestros sueños profesionales, dialogábamos nuestras ideas. Y los maestros nos motivaban con las doloridas historias de amor de Tristán e Isolda, los laberintos del cálculo y la física, las leyes de la naturaleza, la inmensidad del mundo y el ritmo y la armonía de la música. Y la cultura se arraigaba en estas tareas en forma natural. Y todo era el hombre y siempre el hombre y nada más que el hombre en su acepción de humanidad.

– ¿Estamos ahora en los años 1940 y tantos?

Quizá este primigenio itinerario de mi formación de niño y adolescente, acuñado en ésa mi querida tierra natal decidió definitivamente mi profesión. Salte con ella al edificio del Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. Edificio de sabios maestros que estaban allí para trazar profundas huellas y para dialogar, con sus alumnos, sus saberes, asombros y filosofías. Sucesión de experiencias y vidas grabadas en nuestros espíritus, que con el tiempo son rastros de los mejores ejemplos que hemos pretendido todos, también en el tiempo, imitar.

Formar profesores, hacerlos realmente oficiantes de la profesión que elegían, era tarea universitaria, y en un alto porcentaje, del Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, que durante noventa y dos años cimentó su acción de escuela constructora de educación.

Fue un edificio verdadero y sus maestros, su símbolo y su vida. Que nadie se arrogue su heredad, porque ni su nombre ni su cuerpo existen. Reconstruirlo hoy -tarea de estudio material, intelectual y moral- sería sólo y nada más que para el recuerdo de cien años de su fundación.

Los hombres venidos de su raíz crearon colegios y escuelas de maestros, fundaron cátedras, escribieron libros y exaltaron al hombre y sus valores fundamentales. Y la influencia de esos grandes educadores de fines del siglo pasado y principios del presente se expandió sin límites por Chile y por el resto de América.Pero ellos estaban allí para trazar huellas de maestros y de humanistas. Y no fue el azar el que juntó a esos hombres, sino la feliz dimensión esencial de ser hombres, ese rasgo de alteridad que les permite comunicarse con otras conciencias en esta humanidad universal. Ellos supieron, como pocos, dialogar su vida con la más honda sensación de continuidad, de sucesión, de peregrinarlo todo en un deseo de saberes, de experiencias y de asombros sin saciarlos nunca. Como el Persiles de Cervantes, vidas grabadas en nuestros espíritus, y atrás, a lo lejos, a lo largo de la ruta, quedando rastros, como en la vida misma, como el tiempo.

Ellos no necesitaron inventar nuevos Mediterráneos para promover el progreso de la ciencia y la cultura como algunos pocos lo pretenden hoy. Sabían, más que ninguno, que la raíz del conocimiento se expande exuberante cuando hay gleba y labriegos generosos.

Sabían que para un mundo nuevo había que recrear educación nueva. A nuevas ciencias, que todo lo inflaman de nuevos conocimientos y verdades, nuevas cátedras y científicos.

Sabían que educar era depositar en cada hombre toda la obra humana que les había antecedido; era hacer a cada hombre resumen del hombre viviente hasta el día en que vive; era ponerlo a nivel de su tiempo y preparar al hombre para la vida presente y por venir.

Allí compañeros, amigos, colegas fuimos cada uno haciendo el ejercicio de nuestra profesión y haciendo conciencia de la vocación del oficio que habíamos elegido. El transcurso de los años nos permitió trabajar a algunos juntos, convivir la edad adulta en solidaria amistad y reiterar cada vez el compromiso de la educación del hombre para Chile. De allí muchos surcamos diversas rutas del país y del extranjero. Tal vez sea éste el instante para recordar que por esas rutas encontramos el Premio Nacional de Educación, el Premio Interamericano de Educación Andrés Bello, otorgado por la Organización de Estados Americanos (OEA) y, en los últimos años la distinción de Doctor Honoris Causa de la Universidad de La Serena. Después, hallé la vía del Rotary Internacional en el Rotary Club de Santiago -el más numeroso de habla hispana en castellano- donde ocupé la presidencia y ahora ex presidente y presidente de los ex presidentes de este Club y director del Comité de Cultura.

Y en las horas de nuestros tiempos, nació la compañera de mi vida, Elena, mujer como ninguna, que compartió también este afán de amor, de lealtad, de profesión, de Universidad y de alegría.

Tres mujeres son la impronta de mi vida: mi madre, mi hermana y mi compañera. A mi madre, por la sabiduría que me dio de su campo; a mi hermana, por el abecedario de su escuela primaria, y a mi mujer, por el amor que tanto le debo todavía. A ellas y en ellas este corazón agradecido y esta promesa de cariño irrenunciable.

– En su discurso de incorporación a la Academia, Ud. hizo un elogio muy profundo a la vocación de maestros que tenían los profesores normalistas.

Lo diré ahora de otro modo que aquél. Pero, primero quiero decir que es justo reconocer que mi distinguida académica y amiga, señora Adriana Olguín de Baltra, fue quien me propuso para ingresar a la Academia y ocupar el sillón de mi maestra Dra. Irma Salas Silva.

Con voz de justicia aclamaré que hay en todos los hombres y mujeres dedicados a los trabajos de la educación, en todos los que viven del pensamiento, los que practican la tolerancia, los que se preocupan de la ética, los que continuamente, todos los días, a todas horas piensan, sienten y actúan, hay en las figuras de estos hombres y mujeres, envolviéndolos, algo como un hálito que no es fácil de explicar. Diríase que la solidaridad ha extravasado todos los cuerpos y, fuertemente fraternizados, nos los muestran distintos. Comprendemos que estas personas se han ido haciendo para vivir en sus interiores y transformarse después en los más trascendentes, los más consecuentes hombres y mujeres de acción. Sus ideas, sus principios, siempre fieles a su misión, son su fuerte, la razón de sus vidas. Por eso, tal vez poner hoy una luz de libertad y esperanza en el acontecer cuotidiano, supone hacer política del oficio y la cultura, de ese oficio y cultura que se nos enseña y estimula. Al moverse en el mundo de las ideas y los principios y al analizar hoy la ética pública en el hacer cuotidiano, se hace política del oficio y la cultura o, si se prefiere, se actúa, en el oficio y la cultura educacional.

Son los maestros, los hacedores de este oficio, y de nosotros depende la vigencia y trascendencia de este compromiso.

Los actos de los hombres y mujeres de la educación tienen un algo especial que nos anima a todos y nos hacen sentir su presencia. Es que en cada uno de nosotros está viva su historia y desde cualquier tramo de sus propias vidas se puede interpretar ésa, su personal y real historia. Es que los maestros que nunca detienen sus pasos aspiran siempre a persistir en la ruta del futuro y tienen, en consecuencia, el presente en los amigos del presente. Esperan siempre estos educadores el porvenir sin prisas y sin desazones y dejan sus huellas con lecciones serenas e inconfundibles. Estos seres humanos dedican su mayor empeño en la hermosa faena de avivar el espíritu de la educación y a luchar sin descanso por robustecer la humanidad. Ellos son los que surgen en medio de las crisis como el más ansiado estallido de exultación espiritual. Ellos son los que con su fuerza conceptual traducen sus ideales en irrenunciable laboreo fecundo para la construcción y progreso de la patria. Ellos se llaman con distintos nombres, que el recuerdo de muchos, o de pocos, los coloca en la palestra de la vida. Ellos se llaman, con un solo nombre, con un solo oficio, con el nombre de maestro.

MAESTRO, no temas ni permitas que sea tachado tu imperio. Eres un hecho cultural. Y aunque nieguen la fuerza de la educación algunos hombres y mujeres y aunque nieguen muchos el poder de la cultura, diles que Chile es un producto de la educación y que si es tiempo perdido el tiempo que se gasta haciendo educación y cultura, así también sería libertad perdida todo el tiempo gastado haciendo patrias.

– ¿Cómo fueron los años en el Liceo de La Serena?

Fueron unos años fantásticos de infancia y de adolescencia.

– ¿Cómo es su visión, como habitante de esa Serena anterior al plan de Gabriel González Videla, de lo que él hizo y de lo que representó como avance y como cambio cultural?

La presidencia de González Videla da testimonio de una dedicación especial para su querida ciudad. El plan ideado por él y puesto en marcha distingue hoy a La Serena por su desarrollo y progreso, su vida económica y cultural y por su belleza inigualable.

Pero, aparte de lo referido anteriormente, quisiera anotar algo diferente a nuestro estar estudiantil.

En el Liceo de La Serena, cuando estábamos en quinto año, nos juntamos para organizar un viaje fuera de La Serena, al término del sexto año de Humanidades. Ni yo ni casi ninguno de nosotros conocía Santiago. Queríamos venir a Santiago. Hicimos todo lo posible para juntar algo de dinero. Pero, ¿cómo nos iríamos? Era el presidente del grupo y mis compañeros me dijeron que tenía que ir a hablar con el Vicepresidente y contarle nuestras pretensiones. Y lo conseguimos.

– ¿Era Jerónimo Méndez Arancibia?

Sí. Fui a hablar con él a Coquimbo y le conté todas las cosas que habíamos hecho. Se entusiasmó y nos dijo que ya que no conocíamos Santiago nos iba a regalar un viaje, pero no sólo a Santiago, sino que en tren hasta Puerto Montt. Fue un viaje maravilloso, nunca imaginado.

Después, en la Universidad, pasó más o menos lo mismo. Se nos ocurrió viajar fuera de Chile. Formamos un grupo de estudiantes de inglés, francés, química y de todas las demás asignaturas de quienes egresábamos el año 1947. En ese entonces no se acostumbraba salir fuera del país. Fuimos a hablar con el Rector, que era Juvenal Hernández. Llegar al Rector no era fácil. No cualquier muchachito podía llegar a él. Fui, como jefe del grupo, acompañado por el tesorero y el secretario con los que habíamos trabajado todo un año. Nos dijo que nunca habían salido los egresados de la Universidad de Chile fuera del país, pero que nos autorizaría solamente si nosotros viajábamos como una suerte de embajada de egresados recientes de la Universidad de Chile. 

Tendríamos que llevar música y bailes chilenos, ofrecer conferencias, conectarnos con las embajadas y realizar todo tipo de actividades de cultura para dar a conocer Chile. Cumplimos con todo. Preparamos conferencias de literatura americana, clases de cueca, bailes. Aprendimos muchísimo. Pasado el año le dijimos que habíamos cumplido con las condiciones propuestas por él. Los quiero ver, nos dijo. Entonces, arreglamos el escenario-teatro del Instistuto Pedagógico, que quedaba en Av. Ricardo Cumming con Alameda, e hicimos la función cultural exigida. Resultó todo un éxito nuestro esfuerzo. Nos felicitó y nos dio su aprobación para el viaje.

Nos proponíamos ir al Perú. Entonces mis compañeros me pidieron que fuera a hablar con Gabriel González Videla, porque era de La Serena y estudió también en el Liceo de La Serena, como yo. Eso me entusiasmó y fui. Existían unas entrevistas que daba el Presidente en la calle Morandé los días miércoles en la tarde. Fui solo. Él me dice: “¡Así que Ud. fue alumno del liceo de La Serena. Excelente liceo, si fue creado por O’Higgins en 1821 y es el segundo después del Instituto Nacional”. Estaba entusiasmado. “¿Y dónde quieren salir?” “A Perú, porque tenemos dinero sólo para la estada en Perú, pero no sabemos si nos va a alcanzar para los pasajes”. “¿Cuántos son ustedes?”, preguntó. Le dije que al comienzo éramos como cuarenta, pero que íbamos en veintisiete o treinta, según me acuerdo. Me dijo: “Uds., se van a ir a fines de este año” -pensábamos irnos después de la Navidad-. “Porque va el Canela a Estados Unidos y hará una escala en Barranquilla. Pero no caben todos. Les ofrezco que vaya un grupo en el Canela y yo les pago el pasaje a los otros para que vayan en avión a Cali”. Le agradecí encantado y más que sorprendido.

– ¿Qué podíamos hacer nosotros -nos preguntábamos- en Cali y en Barranquilla?

Pero el ofrecimiento era del Presidente y no podíamos decirle que no. Llegó el día. No me fui en el Canela, sino el profesor jefe y el profesor de literatura con algunos de mis compañeros. Yo me fui con el resto de mis compañeros hasta Cali. Nos juntábamos todos en Bogotá. ¿Saben quién era el piloto del Canela? Gustavo Leigh. Tiempo después lo encontré en La Moneda y recordó a aquel grupo de jóvenes que viajaron con él.

Nos juntamos en Bogotá. Al día siguiente de llegar, recibimos un llamado telefónico desde Caracas, de una diputada y directora de la Escuela Normal de Mujeres. Escuela recién creada. Se lo comunico al profesor Don Antonio, que era el jefe de la delegación, pero me pide que conteste yo. Era Mercedes Fermín. Ella fue alumna de Historia del Instituto Pedagógico, y siempre venía a ver a sus profesores a Chile. Se entusiasmó mucho cuando supo que había una delegación de estudiantes egresados del Pedagógico en Bogotá y quería atendernos. Había hablado con el Ministro de Educación, Luis B. Prieto, quien dispuso que Mercedes Fermín nos fuera a buscar en bus del Ministerio a Bogotá. Tuvimos uno de los viajes más extraordinarios a Caracas, cruzando los Andes y pasando por todos los pueblos y ciudades. Llegamos a Caracas en enero, cuando asumía grandiosamente Rómulo Gallegos como Presidente de Venezuela. Gran sorpresa fue que junto a otro profesor de castellano pudiéramos tener el privilegio de conocer al novelista que habíamos estudiado en nuestras clases de literatura americana, leído y analizado sus obras.

– “Llanura venezolana, propicia para el esfuerzo como lo fue para la hazaña, tierra de horizontes abiertos, donde una raza buena sufre, ama y espera”, es el final de Doña Bárbara.

Estuvimos en todas las recepciones como invitados especiales. Los varones alojábamos en la Escuela Normal de Profesores y las mujeres en la Escuela Normal de Niñas. Fue una permanencia de mes y medio en Caracas. No nos perdimos nada. A Caracas llegaba todo Venezuela. Fue la fiesta más monumental, esperada por años. Esto era ya en el año 1948.

Nos despedimos de Venezuela con gran pena y gratitud. El Ministerio de Educación dispuso un avión para que nos llevara a Ecuador. Desde ese momento debíamos financiarnos por nuestra cuenta. Teníamos la plata que no habíamos gastado. Estuvimos en Quito una semana y tomamos un tren a Guayaquil. Fue un viaje largo y difícil. Llegamos a Guayaquil, donde estuvimos otra semana. No recuerdo quién fue la autoridad que influyó para mandarnos en una barcaza hasta Perú. Viajamos toda una noche, un viaje precioso, y amanecimos en el puerto de Ica. De ahí nos fuimos a Lima, al hotel más elegante de la ciudad, el Bolívar. Teníamos mucha vergüenza porque, como el trayecto fue en bus, íbamos parecidos a forasteros. Estuvimos una sola noche en ese hotel, para asearnos bien, y de ahí nos fuimos por tierra a Tacna, después a Arica y de ahí tomamos un avión llegando en mayo a Santiago de Chile.

– Es decir, ¿el viaje duró cinco meses?

Sí, cinco meses fantásticos.

El viaje que quería ser a Perú, terminó en Perú.

Todo el viaje fue estupendo porque aprovechamos de dar a conocer a Chile a través del programa cultural prometido.

-Ud. mencionó a la señora Mercedes Fermín de Caracas que había estudiado en el Instituto Pedagógico en Santiago. ¿Ud. recuerda que en su época del Pedagógico fuese usual que hubiese alumnos internacionales de América Latina?

Sí, había ya muchos. En Caracas nos invitó el Rector del Instituto Pedagógico de Caracas, a imitación del de nuestro país. Su director era Parodi, un chileno como tantos otros profesores que estaban en comisión educacional.

– ¿Qué sensación tiene Ud. sobre el empobrecimiento del idioma en todos los niveles? Da la impresión que antes se hablaba el mismo idioma en todos los liceos de Chile, que había un estándar de calidad que se adquiría a los catorce años y que se mantenía en la universidad. ¿Cuándo se produce la depreciación del idioma, al menos en el sistema universitario? ¿Diría Ud. que ocurrió con la masificación que trajo la reforma de Frei del año 1968?

Diría que ocurrió por la supresión de las Escuelas Normales y la supresión del Instituto Pedagógico, que fueron dos grandes escuelas formadoras del idioma, entre otras cosas.

– ¿Un proceso más lento que la masificación de la enseñanza?

Lo que pasó fue que con la supresión de las Escuelas Normales, los profesores de enseñanza primaria, de lo que después se llamó enseñanza básica, tuvieron que ir a formarse a la universidad. Pero la universidad tenía como especialización la formación de profesores de enseñanza media. No estaba especializada para este tramo tan distinto que corresponde al profesor de básica. En parte, fue culpa de los propios alumnos que venían de la Escuela Normal porque no querían ser profesores primarios solamente. Quisieron ser profesores de enseñanza media. Muchos se convirtieron en profesores de enseñanza básica y de enseñanza media y ninguna de las dos actividades las hicieron con propiedad porque no tuvieron una buena formación. Creo que por ahí empezó el deterioro en la formación de los profesores de esos niveles.

Respecto al idioma que escuchamos hablar en este viaje que recordaba, era un idioma muy parecido en todos los países que visitamos. Tal vez, debe haber sido Colombia, en ese tiempo, la que siempre se distinguió.

– ¿Pero Ud. cree que el empobrecimiento del idioma ha sido un fenómeno más bien chileno, porque da la impresión que por lo menos en Bogotá siguen hablando estupendamente bien?

Sí, más chileno. Creo que el problema es más bien nuestro. Se ha depreciado nuestra lengua. Ahora la asignatura no se llama castellano, se llama lenguaje y en el lenguaje cabe todo. En este tiempo de marginado alfabetismo es necesario sugerir al hombre globalizado de economicismo y tecnología, de metodologías y pedagogismos universitarios, que el saber decir en palabra fiel es el inmenso y recto camino de ese hombre al alcance de su propia dignidad y estatura.

La inconsistencia del idioma de los usurpadores cuotidianos se oye por doquier en plazas, corrillos, salones, radioemisoras, pantallas televisivas y otros tantos desfiladeros del quehacer humano. Andan por ahí, entre los aires mundanos de los parlantes públicos y los no infrecuentes escritos de los escribidores, las saetas impunes en la mala palabra. Ambiguas y erráticas convenciones confabulan el decir derecho del espíritu de la lengua y contaminan vergonzosa la pureza y fecunda riqueza del idioma español, nuestro patrimonio común más consistente. Del conocimiento y empleo que hagamos de la lengua que compartimos todos, dependen su grandeza o su extenuación, ese algo que concierne a la comunidad hispanohablante y que reclama de ésta todo el respeto y responsabilidad que se le debe.

– Muy poco tiempo después Ud. parte a España y va al Colegio Mayor Hispanoamericano Nuestra Señora de Guadalupe. ¿Por qué fue ese viaje?

Ese viaje se produjo poco después que me recibí en la Universidad como profesor de Castellano y empecé a trabajar como ayudante del Doctor Yolando Pino Saavedra. Trabajé con él diez años. Hice mi memoria con el Doctor Pino, creador del Instituto de Investigaciones Folklóricas Ramón A. Laval. Aprendí muchísimo y me entusiasmé más con el folklore que con el castellano y la educación. Después, doña Irma Salas, de quien fui su alumno en Didáctica General, me solicitó que fuera su ayudante. Y tuve que tomar una seria decisión, porque yo ya tenía clases en el Liceo de Experimentación Darío Salas, donde había llegado en mayo, después de nuestro viaje, con otros dos colegas. Allí aprendí el oficio de maestro, porque era escuela -como otras renovadas- de una auténtica y real educación moderna. Esta decisión se la comuniqué al Doctor Pino diciéndole que había elegido educación. El Doctor Pino contrató entonces a Manuel Danemann y yo me fui a trabajar con doña Irma Salas. Fui su ayudante, después, profesor auxiliar, y seguí con ella permanentemente. Cuando jubiló, hubo un concurso al que se presentaron varios candidatos, el cual obtuve y reemplacé a doña Irma en Didáctica General y Avanzada. Cuando mi mujer, que era compañera mía, profesora de castellano, y que también trabajaba en el Pedagógico en literatura chilena colonial y metodología del castellano, tuvo que ir por dos años a Honduras por la UNESCO, hubo que llenar por concurso la clase de metodología que ella dejó. Gané esa cátedra. De modo que fui profesor de Didáctica General y Avanzada y de Metodología del Castellano, durante los dos años que ella estuvo en Honduras.

– ¿Estaba ya casado?

No, éramos compañeros y excelentes amigos. Sus padres me querían mucho. Su padre era español, un valenciano, y su madre era chilena. Iba a su casa con frecuencia, parque éramos muy amigos aparte de ser buenos compañeros. Después de años, nos casamos. Estuvimos casados 34 años, pero de conocernos 50. La muerte de ella fue devastadora para mí.

Tiempo después, surgió la idea de que tenía que ir a estudiar a España. Doña Irma creó el Instituto de Investigaciones Pedagógicas y me hizo parte de él. También consiguió una beca para que yo hiciera un curso de documentación e investigación pedagógicas y esta beca tuvo una estada larga en Madrid, tres meses en la UNESCO, un seminario en Bonn de quince días y visitas a centros de documentación de Italia, Francia, Alemania y Brasil. Todo esto duró un año. Soy documentalista e investigador de educación desde esa época.

– En España ¿coincide Ud. con Hernán Godoy?

Sí, con Hernán. Él estaba dos años antes que yo en el Pedagógico. En el tercer año de nuestra carrera, hubo una huelga de la que yo también fui actor, y quien la conducía era Hernán con otro compañero de Matemática. Fue una huelga seria que duró como un mes y medio. En el fondo tenía un propósito político, pero el pretexto era el cambio de los planes de estudios. Cuando terminó la huelga “echamos” al decano, que era mi profesor, y a varios otros importantes profesores.

Hernán estuvo en el Colegio Mayor Hispanoamericano Nuestra Señora de Guadalupe, que queda en la ciudad universitaria donde vivíamos. Como ex residentes de nuestro colegio tenemos cada dos años congresos en distintos países. En cada país existe un directorio, que se relaciona directamente con Madrid. Soy en estos momentos el vicepresidente en Chile. Se reúnen en mi casa y en la de otros los días miércoles, una vez al mes, a conversar y recordar. Cuando nuestro Colegio cumplió 50 años nos reunimos todos los cientos de guadalupanos, desde México hasta Chile, en una hermosa celebración.

– ¿Qué impresión tuvo Ud. de esa Europa con Franco, Pierre Mendes-France, Adenauer?

Era una España difícil. En el curso había muchos españoles y no se podía hablar ni una palabra de la política franquista. Me hice amigo de unos tres o cuatro, con los que podíamos conversar de todos los problemas existentes. Todos decían que España había crecido con Franco y eso era así. Pero había grandes limitaciones, ya que no se podía hablar libremente por ningún motivo. Aparte de estudiar duramente hacíamos viajes desde Madrid a distintas regiones y ciudades, para un conocimiento de ese hermoso país.

– El pueblo español ha sido siempre de una gran vitalidad.

Sí. España post Franco revivió y se revitalizó y es hoy el país próspero que todos conocemos.

– ¿Y qué sucedió después de España?

Bueno, alcancé a estar medio año de regreso en Chile y doña Irma me dijo que tenía que ir a EE.UU. a un Seminario de Educación Secundaria e Investigación, en Chicago.

Así, el año 1961, me fui a Chicago. Estuve dos años allí en seminarios y clases intensos de investigación y de currículum. La Dra. Irma Salas, directora del Departamento Coordinador de Centros Universitarios de la Universidad de Chile, iba a controlarnos a todos los becados. Estando en EE.UU. la Dra. Salas pensó que tenía que estudiar Administración de la Educación Superior y debí viajar a Berkeley a la Universidad de California. Completé ahí el semestre correspondiente.

– Su relato plantea la situación bastante increíble de una educación chilena de primer rango, con posibilidades abiertas para perfeccionarse en el extranjero, con personas preocupadas de formar gente. ¿No le impresiona que pasemos por un estado en el cual todo se ha renovado en Chile, como la economía, la ingeniería, la producción científica, pero que no ocurra lo mismo en educación?

Mi respuesta será un poco larga, pero creo que podrá perdonarse.

El Ministerio de Educación no ha tenido antes el presupuesto que tiene ahora. La gente no se ha renovado. No se ha dado importancia a la formación del profesor. Ese es el gran olvido. Planes de estudios, cambios en la ley, reformas, quedan en las conclusiones y en las recomendaciones. Pero no hay una supervisión de cómo se están aplicando esas reformas, tarea que alguien debe asumir.

La educación es ahora asunto de futuro y desafío y cada vez menos asunto de pretérito y de presente. Así lo demuestran hoy los países que han pensado o realizado reformas e innovaciones en su historia educacional.

Estos desafíos de la educación en este siglo veintiuno comprometen a un vasto conjunto de opiniones. Han hecho posible convocar a las más diversas instancias de una comunidad nacional a participar en un debate y en un compromiso para emprender una reforma modernizadora del sistema nacional de educación.

A la sociedad, y específicamente al Estado, corresponde realizar las acciones necesarias para lograr los fines educativos. El Estado es el responsable de la organización de la vida social de un país, en cuanto aquél es la organización jurídica, el supremo bien moral externo en el que deben estar necesariamente contenidas las demás instituciones sociales con sus ordenaciones jurídicas, en tanto son instituciones morales. En este cuadro, por cierto, se encuentra la educación.

La educación del presente y del mañana, consciente de su responsabilidad defensora de la libertad y la justicia, propulsora de la dignidad, la tolerancia y la solidaridad entre los hombres, debe postular y defender: la libertad e independencia del espíritu humano para desenvolverse y expresarse; el valor autónomo del hombre, cualesquiera sean sus convicciones políticas y religiosas; la dignidad del hombre y de su espíritu, que no debe ser avasallada ni en nombre de un Estado, de una teología o de una ideología predominante.

La educación debe propugnar y tender a la formación ideal de un tipo de hombre integral y armónicamente desarrollado, sin otras limitaciones que las de sus propias capacidades y aptitudes. La educación debe aspirar a que este tipo de hombre así formado, alcance la máxima eficiencia social que lo capacite: para comprender, vivir y acrecentar los valores permanentes de la cultura, en el fluir constante de la vida; para proyectarse en y para los demás, favoreciendo la unidad de la comunidad nacional; y para decidir y participar conscientemente en la construcción de una sociedad libre, justa y democrática que asegure la igualdad de oportunidades para todos, sin privilegios.

No cabe duda de que en nuestros países, como en el resto del mundo, la educación tiene un impacto positivo en su desarrollo y que es también necesidad imperiosa invertir en educación. No obstante, es evidente que en cualquier reforma educativa existe un alto grado de controversia e incertidumbre acerca de cómo aplicarla, que permita mejorar lo existente con la responsabilidad que supone cumplir con principios básicos de eficiencia y efectividad para poder alcanzar los difundidos propósitos de equidad y calidad.

Conviene recordar, por último, tres compromisos de toda reforma en desarrollo:

Un COMPROMISO NACIONAL CON LA EDUCACIÓN en que participen por igual el Gobierno, el Parlamento, los padres de familia, los educadores, los empresarios, los trabajadores, las organizaciones no gubernamentales y, en general, todas las instituciones y organismos ligados a la educación.

Un compromiso que reúna las voluntades y energías del país para poner en marcha una MODERNIZACIÓN DE LA EDUCACIÓN y colocarla en situación de enfrentar con éxito los desafíos del siglo XXI.

Un COMPROMISO, en suma, que dé sustento a ese proyecto, ponga en acción una REFORMA que sea su condición necesaria y permita generar los recursos requeridos para llevarla a cabo.

La historia del quehacer del hombre del siglo XXI es historia individual, historia social e historia del trabajo; historia de desarrollos y comportamientos; de transformaciones institucionales e interpretación de las creaciones y concepciones culturales; esclarecimientos de las complejas trabazones que estos mismos ciudadanos -seres individuales y sociales- y las sociedades humanas han ido multiplicando, diversificando en cualquier lugar del espacio y en la línea del tiempo. Y todos estos procesos de la obra del hombre son los que han generado y producido cambios en ritmos diferentes, enriquecido la realidad histórica de que cada presente es resultado, expresión, rostro y, al mismo tiempo, origen y semilla de otros presentes.

La educación, así concebida en un mundo transitorio y fugaz, reclama un examen crítico, sereno y llano, como seguro desafío para la modernidad y la mudanza, y responsable desafío para la educación de nuestro país en los años por venir.

Sirvan a continuación algunos ejemplos para acentuar la orfandad del diálogo entre profesor y alumno y destacar la importancia de la tecnología como medios auxiliares modernos del proceso educativo.

Y este es el desafío que compromete a la misión del educador, para diferenciar propiamente los fines y los medios y subrayar la calidad de ese proceso en la hermosa y cautivante vocación del maestro.

“Hubo una edad de la aspirina, de la penicilina y antibióticos, del automóvil, la radio y la televisión. Y está haciendo realidad la unidad de la raza humana por medio del correo electrónico, el diálogo interalámbrico, el milagro del computador personal que transmite palabras, imágenes y juegos”. Y etcétera, etcétera, como lo describió “El Mercurio” tiempo atrás a propósito del fin de la Western Union.

Pero, hoy, en el presente, asombrosamente llegamos a la blogósfera, especie de hábitat para los blogs, con esa suerte de red de diarios de vida, mini periódicos en línea, llena de verdades y no verdades, se ha convertido en un espacio leidísimo, tan accesible como comentado y controversial. No hay impuestos, no hay censura, todos pueden agregar sus opiniones. No hay intermediarios entre el blog y el lector-autor. Hay “feed-back” inmediato.

Un blog no tiene los costos que involucra un medio de comunicación, pero posee un gran poder para difundir ideas y poder confrontarlas “in situ”.

EI año 2005 fue el año de los blogs. Sitios de particulares contribuyeron a complementar los medios tradicionales. El cuarto poder está usando como fuente al que ya podríamos subrayar como quinto poder.

El blogger de Bagdad señaló relevancia durante la guerra de Irak; soldados cronistas causaron dolores de cabeza al Pentágono, que los ha tratado de neutralizar. Esto, más los bloggeros que suplieron el vacío informativo después de los atentados en Londres, Nueva York, Madrid, el tsunami de Indonesia o el huracán Katrina, de nuevo ahora en Nueva Orleans, todos han dado origen a una forma de prensa ciudadana. En dichos contextos los blogs se muestran como una herramienta de servicio público. Ya no son sólo personalidades como Moby o la banda Radiohead. Es gente común como uno. Común y corriente, que tiene algo que decir. Sin más filtro que su propia mesura y escrúpulos.

Desvelados y apasionados autores difunden sus vivencias, sus ficciones periódicamente en la web. ¡Ya se llama quinto poder!

Y hoy, como si fuera poco, llega estrepitosamente, en el fragor de la epidemia, el iPhone 3G, el moderno maná para nuestra civilidad actual.

“El telegrama queda en el recuerdo y en la historia. La palabra escrita no morirá, sobrevivirá en diarios y libros, tal vez”. (“El Mercurio”).

¡Pero, espero estar seguro de que la carta manuscrita personal de la vida y del amor, no morirá!

– ¿Podría Ud. referirse someramente a los Colegios Regionales que surgieron de la Universidad de Chile?

Los rectores Juan Gómez Millas y Eugenio González Rojas, junto a la Dra. Irma Salas, fueron los creadores de los Colegios Universitarios Regionales de la Universidad de Chile. Esa fue realmente una verdadera innovación cultural de la Universidad de Chile. Se crearon carreras cortas, de tres años, para aquellos egresados de la escuela secundaria que, por razones económicas, no podían acceder a la Universidad en Santiago. La idea era crear carreras que tuvieran que ver con las necesidades de la región. Técnicos en diferentes áreas del campo ocupacional. Estaban todas las facultades involucradas y en cada facultad el decano era el responsable de lo que sucedía en provincia con sus disciplinas. Había un Consejo al que asistían los directores de los colegios y representantes de la Universidad. Me correspondió ser secretario de ese Consejo. La reunión se hacía cada dos meses para analizar el desarrollo de la gestión, conocer sus avances y supervisar su cometido.

– ¿Los egresados de estos Colegios trabajaban en la región y permanecían en sus disciplinas técnicas?

Eso era lo importante. Egresaban al tercer año de estudios universitarios y todos ellos tenían sus ocupaciones en la región. Pero los Institutos Profesionales no los admitían porque tenían sólo tres años de universidad. Por ello, se tuvo que aumentar en un año el término de los técnicos. Con cuatro años, los egresados comenzaron a ser recibidos en los Institutos Profesionales y ampliar así su campo de trabajo profesional.

– ¿Estos son los gérmenes que pasan a ser las sedes regionales de la Universidad de Chile?

Efectivamente. Con el tiempo, los Colegios se transformaron en Centros Universitarios, después en Sedes Universitarias y, por último, en Universidades.

Había un equipo que dirigía la Dra. Salas en el Departamento Coordinador de Centros Universitarios y que tenía que ver con las cosas técnicas referidas a cada una de las disciplinas de las carreras. Cuando se creaban los Colegios iba la Dra. Irma Salas con el grupo y se reunía con todas las autoridades de la región. El primer Colegio creado fue el de Temuco. Estuvimos una semana entera poniéndonos en contacto con los rectores y directores de los colegios, con los Institutos Profesionales, con el Intendente, con el Gobernador, con el Alcalde. Teníamos que tener la visión de si podía Temuco sustentar un colegio. Así surgieron todos los demás. En Talca hubo un impuesto a los fósforos del 1%. Un profesor que estaba haciendo su doctorado en EE. UU. estuvo permanentemente trabajando con nosotros, haciendo la historia de los Colegios Universitarios, porque era el tema de su doctorado. Además, un grupo especial trabajó con un arquitecto chileno para la edificación de los Colegios. Todos ellos tuvieron edificios nuevos y adaptados especialmente para las exigencias renovadora de la docencia. Laboratorios modernos. Un convenio con el Banco Mundial sustentó el financiamiento inicial.

– ¿Cómo fue su relación con la política en la Universidad?

Fue muy divertido, porque cuando estaba en el Pedagógico estaba Pancho Galdámez y otros que pertenecían al Partido Radical. “Tienes que pertenecer al partido”, me dijo. Le respondí que no me gustaba la política, porque, si lo hacía, tendría que obedecer en todo y yo no soy obediente para todo. Tengo una manera de pensar, como tenemos todos. Tanto me insistió que acepté ir a una elección del gobierno estudiantil universitario y perdí.

– ¿Candidato a delegado?

Sí, candidato a delegado. Esta ha sido mi única intervención en política. No fui político ni soy político. Soy independiente. Tengo respeto a todos los partidos políticos y a todas las religiones.

– ¿Pero nunca estuvo en ninguna candidatura de ninguna especie con apoyo popular?

No.

– Ud. ingresa a la masonería el año 1949, que es el mismo año de su graduación. ¿Quién lo introduce?

Me llevó el rector del Liceo Darío Salas donde yo trabajaba. Me propuso Hernán Vera Lamperein. La incorporación a la Institución no es fácil. Pasa más o menos un año. Lo tiene que presentar un masón, lo tiene que entrevistar un grupo donde le hacen preguntas de la vida personal y profesional. Después, en un boletín mensual de la Gran Logia aparecen los nombres de los propuestos en todo Chile para que puedan opinar, si los conocen. Después de todo este proceso, lo citan a una conversación personal donde recibe una serie de indicaciones generales, le hacen variadas preguntas que deben ser respondidas. Y si hay coincidencia en cuanto a los principios generales, el valor de la tolerancia, de la libertad, de la fraternidad, entonces hay una ceremonia de iniciación y el propuesto pasa a ser aprendiz. Hay que asistir a las tenidas que preside un jefe que se llama Venerable Maestro. Hay, además, Vigilantes que están a cargo de la docencia de los distintos grados. Se está por lo menos dos años en el grado de aprendiz.

Se deben cumplir las obligaciones del grado. Otro día a la semana se asiste a Cámaras de Docencia de Primer Grado, donde hay todo un programa de simbología, de historia del ritual. Si cumple con todo eso y tiene una asistencia del 65% a la logia y a las Cámaras lo pueden proponer para el segundo grado que se llama Compañero y así hasta el grado tercero en que termina la masonería simbólica propiamente tal.

– ¿Entre el masón más activo y el masón “en sueño” hay diferentes grados de participación?

El masón “en sueño”, como usted dice, no participa. Está justamente en sueño. Él puede reincorporarse siempre que se haya alejado porque él quiso irse. Pero si ha sido expulsado por razones éticas, no puede volver. Si se ha ido bien y voluntariamente, si quiere, puede volver.

Del grado cuarto al treinta y tres son los llamados grados filosóficos del escocesismo. Un jefe superior del grado 33° los preside. Fui Venerable Maestro en cuatro oportunidades en mi Logia, “Superación” N° 21. Después, me propusieron para Consejero, que es el primer nivel de la Gran Logia, en tiempos del Gran Maestro Dr. Sótero del Río. Ahí conocí a Marco Bontá, por eso soy presidente de la Fundación Marco Bontá. Los cargos duran tres años. Después me eligieron Segundo Gran Vigilante, luego, Primer Gran Vigilante, y por último, Gran Maestro de la Gran Logia de Chile.

– ¿Qué nos puede decir brevemente de sus antecesores como Gran Maestro, como por ejemplo, de don Aristóteles Berlendis, don Sótero del Río, en fin, de los que haya podido conocer? 

Ambos eran muy distintos, de personalidades diferentes. Yo era Venerable cuando don Aristóteles era el Gran Maestro. Nosotros, como Venerables, no teníamos acceso usualmente al Gran Maestro. Era una función intocable. Pero él me dijo una vez: “Marino, tengo que ir a La Serena, por qué no me acompañas, tú eres de La Serena, estudiaste allá”. El cargo se llamaba antes Serenísimo Gran Maestro y asistí a una reunión en la que, no sé por qué razón, se molestó como Gran Maestro y le dio la rabieta italiana y dio un mazazo en la mesa. El mazo saltó lejos. Esto lo supo don René García Valenzuela y suprimió lo de “serenísimo”, cuando él fue Gran Maestro.

– Había otro Gran Maestro, Adeodato García, que era de una personalidad especial.

Estuvo seis o siete meses de Gran Maestro. Era el padre de Raúl, René y Hernán García Valenzuela. Tuvo problemas. Era de carácter difícil. Yo no lo conocí. Creé unas becas universitarias en su nombre cuando fui Gran Maestro. Don René García Valenzuela fue el Gran Maestro que más me ha impresionado. Un hombre singular, que sabía mucho de masonería. Un hombre bien ponderado, muy serio, muy propio en el decir, muy respetado por todos.

Bueno, hubo otros Grandes Maestros que fueron muy dignos en su cargo. Los que sobresalen, desde mi punto de vista, son aquellos que sucedieron a don Aristóteles.

– Se tiene la impresión, desde el punto de vista público, que Ud. hizo una tarea notable durante los ocho años de su Gran Maestría, que fue abrir la masonería a la sociedad civil y Ud. lo planteó con gran naturalidad. Su sucesor no es sólo una persona muy conflictiva desde el punto de vista de lo que ocurre con la Universidad La República, sino que encierra nuevamente a la masonería y desanda el camino. ¿Cómo se explica Ud. esa falta de herencia y cuánto le afecta, porque pareciera estar esta apertura muy vinculada a su vida?

Totalmente vinculada. Durante los ocho años que estuve de Gran Maestro hice lo que no pudieron hacer mis antecesores, quizá por mi experiencia en el Gobierno Superior de veinte años, más o menos. Sabía que la ignorancia ciudadana era la causa de la visión negativa hacia los masones. “Lo echaron de la oficina”, porque era masón, solía decirse. Los masones eran temibles para algunos. La culpa la tuvo realmente el primer Cardenal chileno, José María Caro. Creo que lo he contado en otras oportunidades. En mi casa, mi madre era católica, mi hermana era la presidenta de la Juventud Católica, toda mi familia era católica. En el mes de julio se hacía la novena de la Virgen del Carmen, porque era la patrona y llegaban a mi casa el padre de la parroquia de Ovalle y el Arzobispo de La Serena. En la época de mi niñez el Arzobispo de La Serena era don José María Caro, llegaba a mi hogar. Como era el niño de la casa, tenía que sacar a pasear a Monseñor Caro a las parcelas, llevarlo a conocer el pueblo. Lo único que lamento es no haber visto más a don José María Caro, porque él escribió un libro que se llama “Descorriendo el velo”, el que “encendió la mecha” en contra de los masones. Decía que los masones quemaban a los niños no bautizados, que perseguían a los curas y que violaban a las monjas.

Ud. se acordaba de Carvajal, que fue mi sucesor. Asumió un domingo y el miércoles aparece en El Mercurio “la voz del Gran Maestro”, donde expresa que se vayan los curas a las sacristías, que se acuerden los curas de la separación de la Iglesia del Estado y temas que no debió haber tocado. Esa misma semana, teníamos reunión en la Academia el día miércoles, y esto apareció ese miércoles. Me toma Fernando Moreno del brazo estupefacto antes de entrar y me dice: “Marino, qué voy a hacer con tu sucesor. Me he conquistado tres beatos amigos míos que están de acuerdo con todo lo que tú hiciste”.

– ¿Qué había hecho?

Llevé el Consejo de la Gran Logia a las provincias, le ofrecí colaboración a los Intendentes y Alcaldes, me puse en contacto con el Parlamento. Le dije tanto al Presidente de la Cámara de Diputados, que era don José Antonio Viera-Gallo, como al Presidente del Senado, que era don Gabriel Valdés, que ellos tenían comisiones, en donde se estudian y elaboran las leyes e invitaban a la Iglesia Católica, a la CUT, a muchas sociedades, pero no invitaban a la Masonería. Les pedí que nos invitaran. Tenemos una pluralidad de profesiones y de oficios en nuestra Institución. Ellos aceptaron. Había un grupo de senadores y diputados masones que coordinaron las visitas a esas diferentes comisiones. Creé en el edificio del Club de la República una sala de Exposiciones, una editorial, hicimos publicaciones. En el mes de enero, dimos conferencias públicas, no sólo con hombres masones, sino autoridades civiles. Fue Soledad Alvear, Josefina Bilbao, entre otras. Me contacté con el Ejecutivo. Creé una serie de comisiones: de legislación y justicia, de medicina, de educación, de obras públicas y de arquitectura y tenían el deber de entregar informes mensuales de lo que estaba ocurriendo en esos ámbitos. Cuando me parecía que tenían razón y que había que hacer algo, eran enviados a los ministros correspondientes. Es decir, tuve siempre una relación con la sociedad, el Parlamento y el Ejecutivo.

  – ¿Y Ud. cree que esta regresión fue querida, o simplemente se debe a la personalidad de su sucesor? ¿Fue que los masones resintieron tal vez mucho de lo que Ud. había hecho?

El suprimió las conferencias de verano, aparte de otras actividades, porque los ciudadanos no podían entrar al Gran Templo. Y digo, por qué, si todos los ciudadanos pueden entrar a las catedrales libremente. Yo mismo voy para todas partes. Cuando viajo a Europa a las reuniones de los Guadalupanos; un amigo colombiano que vive allá me pasea por Madrid. Le pido que me lleve a conocer algún sector que no conozco, y además a alguna iglesia desconocida por mí. Entonces, me dice: “Oiga Ud. es Gran Maestro. Ya debiera ser cardenal, porque todas las veces me pide visitar una Iglesia”.

  – Ud. estaba explicando este cambio que se produce con su sucesor y hemos leído en sus escritos el énfasis que se pone en la formación ética.

Quisiera no referirme a momentos dolorosos para la Masonería de mi país. Nunca antes en su sabio, hermoso y largo historial su espíritu y su cuerpo había sido trizado como ahora. Tampoco hablar de la Universidad La República, que nació de ahí. Prefiero silencio para nuestro propio sosiego.

Sin embargo, creo oportuno, a propósito de su inquietud, reiterar los principios esenciales que informan la Institución.

“La Francmasonería es una institución universal, esencialmente ética, filosófica e iniciática, cuya estructura fundamental la constituye un sistema educativo, tradicional y simbólico. Se ingresa a ella por medio de la Iniciación. Fundada en el sentimiento de la Fraternidad, constituye el centro de unión para los hombres de espíritu libre de todas las razas, nacionalidades y credos”.

“Como institución docente tiene por objeto el perfeccionamiento del hombre en el medio en que vive y convive y de la humanidad. Promueve entre sus adeptos la búsqueda incesante de la verdad, el conocimiento de sí mismo y del hombre, para alcanzar la fraternidad universal del género humano. A través de sus miembros proyecta sobre la sociedad humana la acción bienhechora de los valores e ideales que sustenta”.

“No es una secta ni es un partido. Exalta la virtud de la tolerancia y rechaza toda afirmación dogmática y todo fanatismo. Aleja de sus Templos las discusiones de política partidista y de todo sectarismo religioso.”

“Sustenta los postulados de Libertad, Igualdad y Fraternidad y, en consecuencia, propugna la justicia social y combate los privilegios y la intolerancia.”

Pero, para no acallar totalmente mi decir a su tácita pregunta abriré mi boca con una parábola: “El reino de los cielos es semejante al hombre que siembra buena simiente en su campo; mas durmiendo los hombres, vino su enemigo, y sembró cizaña entre el trigo y se fue. Y como la hierba salió e hizo fruto, entonces apareció también la cizaña. Y llegándose los siervos del padre de la familia, le dijeron: Señor, ¿no sembraste buena simiente en tu campo?, ¿de dónde, pues, tiene cizaña? Y él les dijo: un hombre enemigo ha hecho esto. Y los siervos le dijeron: ¿Quieres, pues, que vayamos y la cojamos? Y él dijo: no, porque cogiendo la cizaña, no arranquéis también con ella el trigo. Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro hasta la siega; y al tiempo de la siega yo diré a los segadores: coged primero la cizaña y atadla en manojos para quemarla, mas recoged el trigo en mi alfolí”.

Si el Maestro volviera, sus caminos serían infinitamente más largos. De los calientes itinerarios de Palestina y Egipto tendría que trasladarse a las inmensas travesías de circunvalación. Si en sus viejos trajines el borde de su capa barrió arenas y lodos de ciudad a ciudad, ahora tendría que marchar de mundo a mundo. Por mar, por tierra, por el aire, iría hollando paralelos enteros, meridianos completos. De tórridos rincones a nevadas estepas, de internas cordilleras a abiertos archipiélagos. Vuelta al mundo, vuelta al mar y vuelta al cielo, su paso sería un tejido de sorprendentes orbitas anudadas.

Y de mar a mar, de cielo a cielo, de tierra a tierra, iría encontrando, arraigadas a los suelos, aferradas a los pueblos, estampadas en las amarguras de las almas, la reproducción de sus parábolas.

Que sea en esta entrevista, la del trigo y la cizaña. Y con ella en la mente, abandonemos por un instante el escenario evangélico y regresemos al vivir cuotidiano. Vivamos el día de hoy, frente a los hombres que viven a nuestro lado y que tienen sus nombres y sus rostros frecuentes. Y comentemos, la vigencia de la parábola. Y después, proyectemos el comentario al escenario más vasto del mundo actual, que se agita en una lucha entre las formas vivas del trigo y las esencias palpitantes de la cizaña.

En cada una de ellas respiran nobles designios; en cada una de ellas, puede ocultarse también la torcida intención. Sólo una fuerza, la luz, puede hacernos dignos de la misión de guiar. Y en la lucha del pensamiento y de la acción, surgen voces que piden esa luz para sincerar a los hombres. Replican voces, renuentes al examen desapasionado de los hombres. Y en el rumor de esos debates, surge el hecho evidente, el hecho bíblico, la vigencia trágica de la parábola. En este grupo, como en tierra descuidada, la cizaña se ha mezclado al trigo. Nobles espigas se yerguen, pero junto a ellas repta la yerba ponzoñosa.

La lección debe aprovecharse. Todos los hombres, en sincera exploración, deben meter la luz entre sus filas y recorrer la tierra en busca de la cizaña para que las honradas manos la separen del trigo. Hay cosas que se pudren entre las cepas y cogollos de generoso verde. Hay venenos que crecen junto a las savias puras. Y eso, con implacable voluntad hay que arrancarlo. Lo inmoral y lo ímprobo no ha de tener contemplaciones y la lección de la parábola debe tornarse viva.

Cizaña en el trigo. Si el Maestro volviera, su paso se enredaría en la frondosidad de la eterna parábola. Pero está en las mentes y las manos de los verdaderos hombres reproducir el gesto del Maestro: aferrar las manos ásperas de dolor e ilustres de voluntad humana y arrancar, arrancar la cizaña, hasta que salte la tierra mojada y la brisa de la justicia y fraternidad nuevas balanceen sin riesgos la nobleza del trigo.

La Francmasonería, pues, es esa fábrica oculta del pensamiento que labora sin cesar para extender su obra al mundo que quiera aprovecharla para su propio o ajeno beneficio. Ahí está el alma del masonismo en promesa solemne de desarrollo y cambio, de unidad y de futuro, de fraternidad y de esperanza.

No sé si he sabido dar respuesta a su tácita pregunta.

– No hemos hablado de su período en la Casa Central de la Universidad de Chile.

– Aprendí, sufrí y amé a mi Universidad. Y sigo amando su alma y “sus muros de piedra y de sol”.

Fui Director General Académico y Estudiantil, Director General Académico, Prorrector y Rector.

Variados Rectores pasaron por la Casa de Bello durante el régimen militar y en mis cinco años como Prorrector, subrogué temporalmente a cada uno de ellos.

Don César Ruiz Danyau fue el primero de ellos. Caballero cabal Y directivo mejor. Cumplió su cometido con propiedad, inteligencia y genuina responsabilidad. Pero, después de afanarse por ella, ordenando su estructura y mejorando su legítimo quehacer, al término de un año, renunció a sus funciones rectoriales. Quizá alguna desavenencia lo apartó de su propósito. Su alejamiento fue sentido por la comunidad universitaria. Se habría distinguido entre algunos que lo sucedieron. Llegaron después a ocupar el cargo numerosos, que me eximo de nombrar. Traían la misión de despedir a profesores, funcionarios y académicos que ideológicamente no compartían la opinión de la autoridad máxima del país.

Fueron Rectores, después, los generales Toro Dávila, Medina Lois y Soto Mackenney. Todos ellos desempeñaron su Rectoría con dignidad y sapiencia, con respeto y solvencia. Encontraron ellos una Universidad más apacible, pero no menos crítica. Mi relación con cada uno fue grata, universitaria y comprensiva. Finalmente, el circuito fue sellado con la llegada del Rector Federici. Él venía con un recado duro y decisivo. Había que limpiar más y lo cumplió. Decanos y profesores querían reunirse con el Prorrector. Pero él no era el Rector y no podía asumir esa responsabilidad, les decía sí que podían contar con él para todos los asuntos de su competencia. Y así lo hicieron. Hubo momentos de serias dificultades con Decretos de expulsión de Decanos y profesores. Algunos se retuvieron por tratarse de académicos competentes, de experiencia y específicamente calificados. El Contralor de la República llamó para que se les diera curso. Así se hizo, pero no todos siguieron el curso solicitado. Este panorama enrareció negativamente el clima en la Universidad y fue el último motivo para el fin de los Rectores delegados.

Llegó Juan de Dios Vial Larraín, Rector civil, académico de la Universidad de Chile y de la Universidad Católica. Fue recibido con la complacencia que se merecía y con la satisfacción de tener un universitario de verdad. Con él habíamos sido compañeros en cursos de filosofía de nuestra Facultad, cuando en aquellos años los alumnos o egresados de derecho asistían a nuestras clases de doctorado. Fuimos, al poco tiempo de su llegada, buenos hacedores de nuestros respectivos deberes y pudimos compartir las ideas de la educación superior con el trabajo que cada uno traía de su particular quehacer universitario. Pero, no duró mucho tiempo este feliz inicio de revitalización de la Casa de Bello. Los imponderables problemas económicos que se sufrían, obligaron a nuestro amigo Rector a dejarnos, y desde el Ministerio de Hacienda telefoneó al Prorrector para que asumiera, por ministerio de la ley, la Rectoría. Su petición para cubrir el déficit presupuestario se le había negado y, en consecuencia, se marchaba a su hogar.

Fue así como el nuevo Rector interino debió ejercer su misión y, como antes, la Universidad debía también volver a retomar su verdadera historia. Reunió a Decanos, académicos, profesores, funcionarios y estudiantes separadamente y a cada uno de ellos escuchó con respetuosa atención como si fuera la Universidad de ayer, que nunca debió dejar de ser como lo fue. Se nombraron las autoridades superiores, se restableció el Consejo Universitario y se llamó a elecciones para elegir al Rector. La Comisión electoral estuvo presidida por el Prorrector y el Reglamento que se preparó fijó dos instancias para el proceso eleccionario. Primero, las Facultades e Institutos elegirían nombres para Rector y, en segunda etapa, esos nombres competirían en la elección final.

El Rector interino, sin saberlo previamente, fue elegido en siete Facultades. Él agradeció y renunció a esa distinción. Había decidido postular a la candidatura de Gran Maestro de la Gran Logia de Chile, ganando esa elección. Los académicos de la Universidad eligieron al Dr.Jaime Lavados Montes, como el nuevo Rector. Por expresa petición del Dr. Lavados él asumiría dos semanas después. Compromisos ineludibles en su Departamento de la Facultad de Medicina se lo impedían. Eso significó que el Rector interino ejerciera en las mañanas sus deberes en la Universidad de Chile y en las tardes, sus obligaciones de Gran Maestro de la Francmasonería chilena.

Así se puso término a mi período en la Casa Central de la Universidad de Chile.

– Llama la atención, al leer su libro “Desde lo humano”, la vinculación que Ud. establece entre la sabiduría y la lectura. Hacia el fin del texto Ud. afirma que algunos dicen que el libro va a desaparecer, pero lo peor sería que desapareciera el lector. ¿Es esto lo que está pasando con la cultura audiovisual?

– A propósito, hay una Revista del Sábado de El Mercurio que, con ocasión de cumplir una década, quiso proyectar las principales 25 tendencias para los próximos 10 años. No sabemos cuál va a ser el futuro porque aún no ha llegado. Pero relacionados con los distintos problemas de la cultura, se mencionan, entre otros, el problema de la tecnología y de la globalización. Se afirma que el libro y la formación escolar van a ir desapareciendo y, en su reemplazo, habrá una educación personalizada a partir de todos los adelantos tecnológicos del momento.

  – ¿Ud. cree que eso va a resultar?

– Creo que no.

– En su ya mencionado discurso de incorporación a la Academia sobre la vocación del maestro, Ud. sostiene, como nos lo ha recordado también hoy, que lo esencial de la educación es el diálogo entre alguien que sabe más y alguien que sabe menos, y eso ocurre en una sala de clases.

– Las tecnologías son medios, no son fines. Dicen que el profesor no va a existir, porque va a ser sustituido por la pantalla, los estudiantes van a tener internet y todos los medios tecnológicos les están haciendo a ellos las tareas. Pero ¿dónde está la relación humana? No está. La pantalla no está dialogando con la imagen del alumno. Como esto es tan esencial, sospecho que, al final, van a hacer educación tecnológica para la mayoría, para la base, y van a tener que crear pequeños centros que conduzcan a las especialidades. Todos van a tener una base común, pero yendo a la especialidad de los asuntos, tendrán que existir grupos especiales.

Estos problemas los tratamos en respuestas anteriores de esta entrevista.

– Ud. ha mencionado en una ocasión la existencia de dos instituciones: La Fundación Bontá y la Corporación Cultural Rector juvenal Hernández. ¿Podría referirse a ellas?

– La Fundación Cultural Marco Bontá cumple este año quince años de existencia.

Este hombre de la historia plástica de Chile tradujo en sus obras la esencia americana, la intimidad de su pueblo y su naturaleza, afirmando la personalidad de su gente, sin estridencias y sin entregarse a las fórmulas artísticas extranjeras, que fueron, de gran manera, su espíritu creador. Pintor polifacético, figurativo y versátil, supo recibir con limpia inteligencia la influencia de los impresionistas y fauvistas europeos, y sin adherirse a ellos como impronta inclaudicable, transforma su lección en arte autóctono, nacional y americano que difunde, no sólo en sus obras, hoy por muchos desconocidas, sino en el aula, la prensa y la extensión pertinaz de su cultura.

Esta Fundación fue creada para reanimar el amor por el recuerdo de todos los que han hecho la historia de la cultura en nuestra patria y que ojalá en algún capítulo del presente y del futuro se amase de nuevo una esperanza cierta, de regreso fecundo y promisorio, para la educación humanizada de Chile.

Además, la Fundación aspira a que el nombre de este pintor reviva permanentemente las artes visuales de nuestro país. El Museo de Arte Contemporáneo fue invención de Marco Bontá y en la Sala dedicada a él se hallan las obras premiadas de los Concursos nacionales que anualmente se realizan.

El director del Museo, don Francisco Brugnoli, integra el directorio de la Fundación junto a otros distinguidos pintores de la plástica chilena. La presidencia está a mi cargo.

La Corporación Cultural Rector Juvenal Hernández existe desde el 22 de octubre de 1985. Más de trescientas personas, en su mayoría ex alumnos de la Universidad de Chile, se reunieron para acordar la fundación de una entidad que recordara y perpetuara la gran obra educacional y cultural de Juvenal Hernández Jaque, su gran Rector. Participaron en ella personalidades del mundo académico, de las artes, de las letras, de la vida cívica, de las profesiones liberales y de la cultura en general.

El fin corporativo se manifiesta en la realización de obras, proyectos y actividades en las que se procura recordar, realzar y perpetuar la labor del Rector Juvenal Hemández, incluyendo una recopilación de sus ensayos y discursos y también publicaciones de otra índole, en todos los cuales se destaque su abierto y generoso espíritu americanista, su aporte a la extensión cultural universitaria y al cultivo de las bellas artes y el hondo sentido humanista que caracterizó su vida pública.

Se ha cumplido con la mayor parte de estos objetivos: conferencias, mesas redondas, libros en su honor, publicaciones llamadas Cuadernos, becas para estudiantes de la Universidad y otras actividades relacionadas con su quehacer.

El directorio lo conforman personalidades universitarias de diferentes ámbitos de la cultura. Su primer presidente fue el Prof. Francisco Galdámez y a su muerte lo sucedí por elección en la presidencia.

– ¿Cómo quisiera usted ver a la Universidad de Chile en estos nuevos tiempos?

– Asumiendo su “rol de la inteligencia y de conciencia crítica de la nación.”

Porque toda reforma de una universidad consiste también en devolverle su función crítica. Es el único medio de superar el desajuste entre las exigencias de una sociedad en cambio y una universidad que, al identificarse con el estado de cosas, falta a su vocación esencial de orientarse hacia el futuro. De este desajuste fundamental derivan todos los demás profesionalismos exagerados, en detrimento de la formación general de los alumnos; verbalismo y énfasis en aprender conocimientos hechos más que en aprender a aprender; divorcio entre investigación y docencia; parcelación de la universidad en facultades, y poco interés en integrarla internamente, y muchos otros, cuyo análisis parece obvio ahora.

Este desequilibrio nos alerta acerca de la función social de la universidad, sus desajustes con la sociedad y la necesidad de su reforma.

Nuestra Universidad de Chile es, por su propia esencia, el centro más alto de la vida cultural del país. El planteamiento de un programa de proyección requiere fijar con la mayor claridad posible sus objetivos. Tres parecen esenciales: es el primero la ayuda a la labor de educación básica y media de que tan necesitados estamos, a pesar del movimiento renovador del sistema educacional chileno. El segundo objetivo es la difusión de la mentalidad metódica en el enfoque y tratamiento de los problemas que debe caracterizar a la Universidad, es decir, difundir el hábito de análisis objetivo y de tratamiento racional de los problemas. Está en ello implícita la actitud de comprensión y diálogo que entraña esa formación. La tercera finalidad es ayudar a elevar el nivel cultural del país por medio de una información cuidada y crítica sobre los diversos aspectos de la cultura y de la vida moderna.

En todas estas actividades, la Universidad no sólo tendrá mucho que enseñar, sino que también encontrará un poco que aprender. Porque para realizar esas tareas, el universitario, sea profesor o estudiante, tiene que entrar en relación con sectores muchas veces desconocidos de la sociedad y con problemas que ignora o que ha contemplado sólo en forma teórica y sin un contacto directo con la realidad. La misión social de nuestra Universidad se cumplirá así en un doble sentido: por lo que enseña y por lo que aprende.

La Universidad de Chile es y deberá seguir siendo el centro más alto de la vida cultural del país. El impulso de revitalización, de su estructura material y espiritual hecha con coherencia, honestidad, transparencia y decidida intención de dirigirla a hacer lo que ella mejor sabe hacer y potenciarla al preciso lugar que le corresponde como Universidad nacional, invitaría a mirar mejor el porvenir en este mundo de asombrosas revoluciones científicas, tecnológicas y sociales, con renovado desafío.

Y como dijera al comienzo de la entrevista que ésta sería un breve viaje a mí mismo, quisiera decir ahora:

“Yo no soy yo.
“Soy éste que va a mi lado sin verlo
“que a veces, voy a ver
“y que, a veces, olvido.
“El que calla, sereno, cuando hablo,
“el que perdona, dulce, cuando odio
“el que pasa por donde no estoy,
“el que quedará en pie, (quizá), cuando yo muera.
Juan Ramón Jiménez