Tiene grandes convicciones nacidas del respeto a los derechos humanos y de la doctrina social católica, pero una enorme apertura para el diálogo razonable con todos quienes profesan otros credos, filosofías o tendencias políticas. En suma, una rica y compleja personalidad que se expresa en la entrevista que ofrecemos, realizada en un ambiente de gran cordialidad y amena conversación.
Publicada en Revista Societas Nº 14, 2012
Máximo Pacheco Gómez se incorporó a la Academia el 7 de abril de 1988 ocupando el sillón Nº 34 con una disertación acerca de los derechos fundamentales de la persona humana. Abogado y Profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile entre los años 1951 y 2010, año en que recibe el título de Profesor Emérito. También fue electo Decano de la mencionada Facultad en 1972, no pudiendo terminar su período ante la intervención de esa y otras universidades en 1974. Su vida ha sido una original combinación de una vasta trayectoria académica con actividades políticas y de servicio público: Ministro de Estado, Senador, Embajador en la Unión Soviética y en la Santa Sede, juez de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, Presidente de la Editorial Jurídica de Chile, entre otros. Ello le ha dado una notable amplitud de horizontes, capaz de combinar el juicio a las circunstancias y acontecimientos inmediatos con las tendencias sociales de mediano y largo plazo. Tiene grandes convicciones nacidas del respeto a los derechos humanos y de la doctrina social católica, pero una enorme apertura para el diálogo razonable con todos quienes profesan otros credos, filosofías o tendencias políticas. En suma, una rica y compleja personalidad que se expresa en la entrevista que ofrecemos, realizada en un ambiente de gran cordialidad y amena conversación.
¿Podría hablarnos de su familia de origen y de sus primeros estudios?
Nací en Santiago de Chile el 26 de octubre de 1924 y mis padres fueron Máximo Pacheco del Campo y Sara Gómez Pérez de Pacheco. En 1926 mi padre fue designado Gobernador de Rengo por el Presidente de la República don Carlos Ibáñez del Campo. Mis primeros estudios los hice en la Escuela Pública de Rengo.
¿En qué circunstancias se dio su ingreso al Instituto Nacional?
En 1930 la familia regresó a Santiago y me matricularon en el Instituto Nacional en Cuarta Preparatoria. El comienzo de mis estudios fue muy difícil porque mis compañeros de curso eran mayores que yo y mis conocimientos eran muy limitados. En el Colegio me llamaban “la guagua” y se reían de mí y me pegaban. Cuando yo regresaba a mi casa, alrededor de las cinco de la tarde, me encerraba en un closet a llorar, por alrededor de una hora. En la noche les rogaba a mis padres que me sacaran de ese colegio porque era para niños más grandes. Mi madre estaba de acuerdo con esto, pero mi padre sostenía lo contrario, ya que así me haría hombre. Al término del año fui calificado como uno de los peores alumnos del curso. Pero dos años después, en Sexta Preparatoria, figuraba entre los mejores. En los estudios secundarios me distinguieron entre los mejores estudiantes, muy considerado por compañeros y profesores.
¿Cómo fue su paso a la Universidad?
Cuando terminé mis estudios en el Instituto Nacional decidí estudiar Derecho. Esta resolución no fue del agrado de mis padres, quienes deseaban que yo estudiara Medicina. Les di mis razones para esta decisión, pero ellos no quedaron satisfechos. En 1942 ingresé a estudiar en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile, donde fui alumno de profesores brillantes como don Arturo y don Fernando Alessandri, don Ernesto Barros Jarpa, don Aníbal Bascuñán Valdés, don Darío Benavente, don Pedro Lira Urquieta, don Eugenio Velasco Letelier, don Lorenzo de la Maza, don Raimundo del Río y muchos otros. Terminé mis estudios y mi memoria de prueba versó sobre “Los Principios Fundamentales de la Doctrina Social Cristiana” y fui aprobado con mérito sobresaliente. En el examen de Licenciatura fui aprobado con dos votos de distinción. En 1948 recibí mi título de Abogado. El 3 de noviembre de 2010 la Universidad de Chile me confirió la calidad de “Profesor Emérito”.
¿Cómo pasó del agnosticismo de la juventud escolar a una posición afín con la doctrina social de la Iglesia, con que se graduó como abogado, y orientaría, más tarde, su actuación política?
Durante los estudios secundarios se nos preguntó a todos los alumnos si nos interesaba seguir el curso de Religión Católica, que impartía Monseñor Miguel Muller. Contesté que no tenía interés porque yo no era católico. Mis padres eran agnósticos. Ni siquiera teníamos una Biblia. Yo nunca visité una iglesia. Tampoco nunca visitó mi hogar un sacerdote. Mis padres y yo nunca fuimos a misa y no teníamos amigos católicos.
Pero cuando estudiaba Derecho, en 1942 conocí a Adriana Matte Alessandri y comenzamos a pololear. Ella era muy católica y durante el Mes de María asistía a Misa en la Iglesia de San Francisco a las 7:00 de la mañana y yo la acompañaba. Las prédicas estaban a cargo del Presbítero don Jorge Gómez Ugarte, uno de los mejores oradores de la Iglesia Católica. Al término del Mes de María fui a saludarlo y le expresé que, aunque no era católico, sus prédicas me habían impresionado profundamente. Agradeció mis felicitaciones y manifestó que él era Asesor de la Acción Católica y me invitó a las reuniones que ellos tenían y a las cuales asistían muchos universitarios a los que yo seguramente conocía, como Domingo Santa María, William Thayer, Javier Lagarrigue y otros.
Acepté esta invitación y comencé a asistir a esas reuniones que me impresionaron mucho. Después de un año, sentí el llamado de Dios y le manifesté a Monseñor que deseaba hacer mi Primera Comunión, la que hice en la Capilla de la Acción Católica cuando tenía 19 años. Dos años después me confirmé y desde ese momento me he sentido unido a la Iglesia profundamente.
Con posterioridad conocí la Orden Benedictina y por influencia del Profesor Jaime Eyzaguirre me vinculé a ella y el Padre Pedro Subercaseaux me consagró como Oblato Benedictino.
¿Hizo algún postgrado en Derecho, antes de dedicarse a la docencia?
Con posterioridad opté para obtener una beca que ofrecía el Gobierno de Italia en la Facultad de Derecho de la Universidad de Roma, donde permanecí dos años en el Instituto de Perfeccionamiento en Filosofía del Derecho, que dirigía el Profesor Giorgio del Vecchio y en 1950 obtuve el Diploma con distinción máxima.
Posteriormente regresé a Chile y en 1951 fui elegido Profesor de la Cátedra de “Introducción al Derecho”, la que desempeñé hasta 2010. En 1972 fui elegido Decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, por una votación ponderada del 60% de los académicos, estudiantes y funcionarios de la Facultad, cargo que desempeñé durante dos años, hasta que en 1974, por Decreto del Rector Delegado de la Universidad de Chile, se puso término a mi Decanato por haber declarado que, en mi concepto, no debía expulsarse de la Facultad, por motivos políticos, a ningún académico, estudiante ni funcionario.
Alguna vez usted comentó que una visita a China, realizada en tiempos de Mao Tse Tung, le causó gran impresión. ¿Puede decirnos algo de ello?
Accediendo a una invitación de la Asociación de Ciencias Políticas y Jurídicas de China, una delegación de abogados chilenos visitamos en 1960 ese país durante 30 días. Las experiencias vividas fueron extraordinarias, de las cuales voy a referirme a algunas.
La primera fue la entrevista con Mao Tse-Tung. Profunda impresión nos causó esta entrevista. Su personalidad era admirada por los comunistas chinos y objeto de un culto como no he conocido otro igual. La gran personalidad y las condiciones históricas y culturales imperantes en China lo transformaron casi en un dios. Por ello, los comunistas chinos estaban convencidos de la genialidad universal del presidente Mao, como ellos lo llamaban; de que era un político, un filósofo y un poeta genial y que era uno de los hombres más grandes que ha habido en la historia de la humanidad. Para el chino comunista el presidente Mao resultaba ser una personalidad intangible.
Mao Tse-Tung nos recibió en su gabinete de trabajo, en uno de los departamentos de la antigua Ciudad Prohibida. Para llegar a él debimos entrar al parque y orillar un hermoso lago donde se mecían, suavemente, multitud de cisnes blancos.
La personalidad de Mao Tse-Tung me produjo una profunda impresión de serenidad y dignidad. Vestía el uniforme Sun Tat-Sen de gabardina color gris y en los breves momentos que alternamos con él, en cumplimiento de una visita protocolar, fue extraordinariamente afectuoso.
Usted contaba que apenas entraron a la sala se tomaron una fotografía, se despidieron, y al día siguiente salió la fotografía en todas partes. Es decir, fue nada más que una propaganda del régimen.
Absolutamente, es decir, cuando entramos a la sala estaba Mao, con mucha dignidad, eso lo tengo que reiterar. Él no hablaba, sino quien hablaba era el intérprete. Entonces, el intérprete nos dijo: Dice el Presidente Mao que si le pueden hacer el honor de tomarse una fotografía con él y yo le contesté: Dígale al Presidente Mao que el honor es para nosotros. Entonces nos colocamos, sacaron la foto y se retiró hacia la puerta por donde habíamos ingresado, la abrió, dijo mucho gusto y nada más.
¿Esa reunión no revestía ningún protocolo?, porque en la fotografía se le ve vestido con una camisa.
Claro, si yo no sabía que iba a eso.
¿Cómo surge la entrevista con Mao Tse Tung? ¿De improviso?
Nosotros estábamos en un museo y entonces llamaron por teléfono a la intérprete que se puso muy nerviosa y dijo: A los autos, a los autos. Nos subimos a los autos, que eran viejos y nos dirigimos hacia Pekín. Me di cuenta que el camino que tomábamos era distinto del que habíamos utilizado para venir. Pensé inmediatamente“¿para dónde nos llevan?”. Vi entonces el lago y los cisnes. Recuerdo también que tomamos litros de té mientras esperábamos que alguien nos recibiera.
¿Ustedes no sabían a dónde iban?
No sabíamos ni dónde estábamos. De repente se abrió la puerta y apareció Mao Tse Tung. No cabía ninguna duda que era Mao. Hace una reverencia, la intérprete habla y dice: “el presidente Mao los ha recibido en su biblioteca. Es para él un gran honor recibir a juristas de América Latina”, y ahí vino el ofrecimiento de la foto, y la cosa más divertida es que en la delegación iban varios comunistas y la única fotografía que se publicó con Mao era la mía.
¿Pero usted tenía un cargo público?
Ninguno. Era profesor universitario, nada más.
Mencionó también un segundo episodio de este viaje al que se referiría.
En una oportunidad, uno de los dirigentes de la Asociación de Juristas Chinos nos preguntó si deseábamos tener una entrevista con Fu-Y, el último emperador de la China. Para nosotros, que habíamos admirado el Palacio de Invierno y el de Verano, que habíamos recorrido los tesoros de la Ciudad Prohibida, conocer al último Emperador que vivió en esos lugares de ensueño y que ejerció su dominio sobre el país más grande del mundo, nos pareció increíble. Preguntamos a qué Palacio deberíamos concurrir, pero se nos contestó que no nos molestáramos, porque él vendría a visitarnos al hotel donde nos hospedábamos.
En la tarde de ese día apareció en nuestro hotel el último emperador de la dinastía Chi, Fu-Y, nacido en 1906 y que asumió el poder cuando tenía tres años de edad. Vestía el uniforme Sun Yat-Sen de mezclilla azul y representaba mucho más de 54 años.
Nos reunimos con él alrededor de una gran mesa. Tomó la palabra y, valiéndose de intérprete, nos habló durante tres horas. Nos contó toda su historia, desde su niñez. Nos dijo que su infancia había sido absolutamente diversa de la de los demás niños; que en el Palacio Imperial vivía rodeado de los grandes señores feudales y al cuidado de 1.000 eunucos. Que su formación intelectual había sido muy deficiente y que él tenía la idea que descendía de una dinastía sagrada. Que el gobierno no lo ejercía él sino sus Ministros, que eran señores que velaban exclusivamente por su interés personal, en perjuicio del pueblo. Manifestó que él era el cabecilla de los déspotas y terratenientes, malvados y opresores, que explotaban al pueblo. Agregó que durante su reinado había rendido culto a los países occidentales y a los imperialistas, porque tenía temor de ellos. Luego manifestó que durante catorce años había sido emperador en el Norte de China, en Manchuria, y que como tal había sido un instrumento al servicio del imperialismo para realizar una política de dominación del pueblo chino. Agregó que, posteriormente, él apoyó con todas sus fuerzas la guerra desencadenada por los imperialistas contra China, lo que dejó un saldo de 10.000.000 de chinos muertos.
Explicó que, posteriormente, la Unión Soviética había liberado al territorio chino y lo había tomado a él como prisionero y había estado en prisión desde 1945 hasta 1950, recibiendo de parte de los soviéticos un trato muy humanitario. En el año 1950 la Unión Soviética lo entregó al gobierno chino, y este, en lugar de darle muerte, como –según dijo– lo merecía, lo trasladó a una ciudad del Norte, donde se hacía tratamiento a los prisioneros de guerra. Y en ese momento agregó textualmente: “Nunca pensé, ni en sueños, que pudiera tener un trato mejor, tanto en lo que respecta de las condiciones de vida, como del trabajo, educación y distracciones. Cada semana podíamos ver dos o tres películas. Este Centro de Educación es una verdadera Universidad, donde se educa a los prisioneros. Además nos organizaban visitas a todo el país, para que apreciáramos los progresos de la Nueva China”. Finalmente, el último emperador de la China expresó: “He comprendido la justicia de la dirección del gobierno por parte del Partido Comunista. Por ello, odio la vieja sociedad china y amo la Nueva China, tan sabiamente dirigida por el presidente Mao”.
Según mis apuntes, las últimas palabras que nos dijo Fu-Y fueron las siguientes: “Yo he nacido de mis padres, de la dinastía Chi, pero ellos me envenenaron al darme una doctrina que hizo de mí un criminal. El Partido Comunista me hizo de nuevo. Se ha dicho de mí que soy un inútil. Eso no basta: yo soy un criminal, que llevaba una vida corrompida que me enfermó gravemente. En el Centro de Educación me enseñaron, mejoraron mi salud y me enseñaron a trabajar. El Gobierno y el Partido Comunista, de acuerdo con mis deseos, me han permitido trabajar en el Jardín Botánico de Pekín. Gracias al Partido Comunista Chino y a Mao Tse-Tung he renacido”.
Nunca habíamos tenido una entrevista más impresionante y que nos produjera una mayor perturbación espiritual. Tuvimos la sensación de haber tocado fondo en la miseria humana. Partiendo del supuesto de que nuestro entrevistado haya sido realmente Fu-Y, quedan dos hipótesis: o que fue presionado a presentarse ante nosotros y renegar de sí mismo, al precio de su vida; o que Fu-Y era auténticamente un reeducado.
De estas dos hipótesis opto por la segunda: Fu-Y era un reeducado. Ya habíamos oído hablar que en China comunista hay reeducados y que existen organizaciones destinadas a la reeducación. Más aún, cuando visitamos la cárcel de Pekín, el Director nos informó que en ella se reeducaba política e ideológicamente a los delincuentes, especialmente a los contrarrevolucionarios, que en esa cárcel ascienden al cuarenta por ciento y nos dijo textualmente: “Los reeducamos para que comprendan el carácter de sus delitos y el perjuicio que ellos han causado a la sociedad; los reeducamos para que conozcan la verdadera situación política nacional e internacional: los llevamos a visitar las fábricas, las comunas y las grandes construcciones para que, después de conocer los grandiosos éxitos logrados en el país, reconozcan el acierto de la dirección del Partido Comunista Chino; en fin, los reeducamos para que conozcan el significado y trascendencia del trabajo en que nos encontramos empeñados y se forme en ellos una conciencia comunista”.
Confieso que la comprobación de la existencia en China del procedimiento de reeducación nos espantó. ¿Hay algo más humillante para un ser humano adulto que ser reeducado? La reeducación significa una sola cosa: que la visión del mundo de un hombre es totalmente falsa, y que debe aceptar una visión del universo que él no ha elegido y que ha sido elaborada por otros hombres. Esta es la máxima humillación que puede sufrir un ser humano, porque tiene que reconocer que toda su persona estaba equivocada. La reeducación no consiste en hacer ver un error particular, sino en sustituir una visión del mundo por otra. Pero la visión del mundo es el conjunto de verdades, valores e ideales que tiene una persona; es la parte más profunda y elevada de su ser. En consecuencia, la reeducación consiste en obtener que un ser humano renuncie a lo que tiene de más esencial, que acepte una nueva personalidad, que reniegue de todo lo que fue, creyó y actuó; que deje de ser lo que es para adoptar la personalidad que otros le imponen y eso es algo repudiable.
Usted dijo que había quedado enfermo y que tuvo que irse a su pieza.
Exactamente, tuve que irme a mi pieza y los chinos llegaron rápidamente para saber qué pasó. Nada, les dije. Ciérrenme la puerta, no quiero ver a nadie.
La impresión fue la siguiente. En primer lugar, nos preguntan si quisiéramos conocer al último Emperador de la China. Enseguida, ellos dicen que va a venir en la tarde. De repente apareció un grupo de hombres físicamente bien ordinarios, todos gordos y entonces –con la mentalidad burguesa uno piensa que van a hacer el elogio a este caballero–, pero dice el tipo: “Este señor que están ustedes saludando fue el último Emperador de la China, un hombre desleal”, etcétera, y habló pestes de él. Una presentación hablando pestes de la persona, entonces ahí terminó. Se para el último emperador y pensé que iba a contestar. Entonces dice: “Palabras benévolas para referirse a mi persona. Soy mucho peor que eso, soy un traidor”. Yo tengo todo escrito con la intérprete. Entonces se denigra a sí mismo, a su persona, a su familia, a su padre y a su madre y dice: “Señores, mi verdadero padre es el Partido Comunista y mi verdadera madre es la China Comunista”. Fue algo espantoso.
Después dicen los chinos, “les tenemos organizada una sesión de ballet y es muy hermosa”. Yo respondí: “Señor, perdóneme pero no voy a ir porque me siento muy mal. Con el perdón de usted me voy a ir a mi pieza porque tengo fiebre”. Me paré y me fui a mi pieza. Después volvió otro a decirme “Señor, ¿por qué tuvo esa impresión usted? Mire señor, le dije, le voy a ser muy franco, esto yo lo he visto hacer en mi país, pero esto se hace con animales, que se domestican y entonces se presentan al público para que se los vea en ese estado, pero con seres humanos jamás.
En 1964, durante el Gobierno del presidente Eduardo Frei Montalva, se restablecieron las relaciones diplomáticas entre Chile y la Unión Soviética, interrumpidas durante 17 años por decisión del presidente Gabriel González Videla. Con tal motivo, el Gobierno le confió la importante misión de Embajador en la URSS.
El 12 de junio de 1965 tuvo lugar en el Gran Palacio del Kremlin en Moscú la ceremonia de entrega de las cartas credenciales que me acreditaban como Embajador de Chile ante la URSS representada por Anastas Mikoyán, Presidente del Presidium del Soviet Supremo. La entrevista con el Presidente se extendió por espacio de cuarenta y cinco minutos. El tiempo que me concedió y la cordialidad que le imprimió a nuestro encuentro fueron consideradas como una deferencia totalmente excepcional. Al término de la reunión el presidente Mikoyán me dijo: “Embajador, usted tiene muchos hijos y veo que no hemos comido nada de lo que está en la mesa: chocolates, pasteles, sándwiches, tortas y otros, por lo cual le diré al mozo que los prepare para que usted los lleve a sus hijos”. Dio la orden correspondiente y el empleado envolvió todo en unas hojas del diario Pravda y los llevó a mi auto. En esta entrevista quedó de manifiesto el prestigio de que gozaba el Gobierno del presidente Frei en los más altos círculos directivos de la Unión Soviética.
Durante mi período como Embajador se tramitaron y suscribieron tres Convenios: uno comercial, uno de suministro de maquinarias y equipos soviéticos para Chile y uno de asistencia técnica. En materia cultural se suscribió un Convenio de gran trascendencia. Visitaron la URSS el senador Patricio Aylwin, el ministro William Thayer, el Subsecretario de Relaciones Exteriores, Oscar Pinochet, tres delegaciones parlamentarias, una delegación del Consejo de Rectores de Chile, una misión financiera, tres conjuntos artísticos, varios escritores, poetas, artistas, músicos, profesores, periodistas, deportistas y otros. En aquella época estudiaban en la URSS más de 200 chilenos en las Universidades de Moscú, Leningrado, Kiev y en la Patricio Lumumba.
Personalmente me esforcé en procurar una comprensión y valoración exacta del desarrollo político, social, económico y cultural de la URSS, como asimismo, un conocimiento profundo de su pueblo y de su geografía.
¿Realizó algún viaje de interés a regiones distintas o alejadas de Moscú?
En forma excepcional obtuve la autorización para viajar en el tren transiberiano desde Moscú a Vladivostok, cuya distancia, medida en el mapa, es semejante a la que existe entre Santiago y Canadá. La travesía dura 15 días. En el tren la mayoría de los soviéticos andaban vestidos con pijamas de popelina o con pantalones deportivos, camisetas y zapatillas. Algunos preparaban sus alimentos en sus propios departamentos. Durante el viaje la casi totalidad de los pasajeros leía, algunos descansaban o dormían y unos pocos jugaban a las cartas. Los pasajeros eran personas agradables, sencillas, bien educadas e introvertidas. Durante el viaje las mujeres asistentes de los vagones servían té a toda hora y hacían el aseo con aspiradoras eléctricas dos veces al día. La temperatura ambiente, dentro del tren, era de 20 grados Celsius aproximadamente.
Durante su permanencia en Moscú usted organizó también actividades culturales entre las que valdría la pena referirse al recital de Claudio Arrau en Moscú, adonde volvería después de muchos años.
No exactamente. Cuando yo llegué me dije ¿Qué actividad importante puedo hacer aquí? Entonces pensé invitar a Claudio Arrau. Me habían dicho que había estado el primer año de la revolución. Entonces le escribí a Claudio Arrau que yo acababa de asumir como embajador y que sería un gran honor para mí tenerlo en la Unión Soviética. Me contestó con una carta manuscrita donde me dijo que iría con mucho gusto pero que quería pedirme un favor. Cuando había aceptado la invitación anterior había dado dos o tres conciertos con mucho éxito y quedó muy contento, pero cuando llegó el término de los conciertos, le dijeron que lamentablemente no tenían dinero para pagarle en rublos, pero sí que podían pagárselo en un tiempo más con barriles de petróleo. Entonces, me dijo, que estaría feliz que le mandaran barriles de petróleo como pago. Había resultado que a los seis meses su secretario administrador le dijo que había un embarque de barriles de petróleo en la estación de Berlín y le preguntó qué hacía con él. Arrau me dijo que lo había olvidado y que le dijo al secretario que se encargara del negocio, y que este secretario le dijo: maestro Arrau, usted ha hecho el negocio de la vida porque el petróleo subió inmensamente y lo que le van a entregar en petróleo, va a ser una cantidad fabulosa como usted nunca ha recibido. Arrau dijo, pero por supuesto que me lo depositen no más. Entonces me dice, consígame usted embajador que me paguen en barriles de petróleo.
¿Y hubo concierto?
No, después de eso. Cuando terminé como embajador asumió Oscar Pinochet de la Barra quien tomó el contrato y le dijo a Arrau: “usted tiene un contrato con el embajador Pacheco por lo que tiene que continuarlo”. Finalmente, dio el concierto Claudio Arrau estando Oscar Pinochet y se le pagó en rublos.
Entre las muchas otras actividades que realicé en la URSS, debo destacar también la visita a una basílica moscovita en compañía del poeta Pablo Neruda y su esposa, la visita del Conjunto de Música Antigua dirigido por Silvia Soublette, el encuentro con la familia de León Tolstoi, la visita a la Universidad de Moscú y a la Universidad Patricio Lumumba, la visita al Monasterio de Zagorsk. De todo ello hablé en mi libro Recuerdos de la Unión Soviética. Esta misión diplomática duró desde el 2 de junio de 1965 al 27 de enero de 1969.
¿Usted tuvo de Encargado de Negocios a James Holger?
Claro, más que encargado de negocios fue como secretario, y después escribimos un libro.
¿Y luego, un gran embajador no?
Cuando vino el problema de Honecker, entonces Aylwin me dijo ¿Qué puedo hacer? Tengo que nombrar un embajador y no conozco a nadie. Le respondí que la persona indicada era Jimmy Holger. Entonces habló con Jimmy y lo nombró embajador. Fue un magnífico embajador.
En 1968 el presidente Eduardo Frei le designó Ministro de Educación, cargo que desempeñó hasta el término de su gobierno, en 1970. ¿Cómo ve esa época, que además fue políticamente muy convulsionada, justo antes de la unidad popular?
Estaba en Moscú. Frei me llamó por teléfono y me dijo: “Mira Máximo, tengo que hacer un cambio de gabinete y me gustaría cambiar al Ministro de Educación que es un excelente Ministro pero que no quiere continuar, Juan Gómez Millas, te conozco a ti y me gustaría que lo reemplazaras”. Presidente, le dije, muchas gracias, pero antes tengo que consultar a mi señora. “No, me dijo, me tienes que contestar de inmediato, porque esto tengo que resolverlo hoy en la tarde”. Bueno le dije, si usted me dice esto, acepto. Luego le dije, dígame Presidente ¿qué tengo que hacer? ¿Viajar de inmediato? Frei tenía unas reacciones muy especiales, se reía a mandíbula batiente. Y entonces me dice: “Cómo se te ocurre, si aquí lo estamos pasando pésimo, quédate en Europa todo el tiempo que puedas y después te vienes porque aquí lo vas a pasar muy mal. Efectivamente me fui con los niños y Adriana, mi señora, a Europa.
¿Cómo transcurrió su período como ministro de Educación? ¿Qué situación había?
Muy dura, porque era candidato a la Presidencia de la República Salvador Allende y los radicales, socialistas y comunistas estaban muy favorables a su candidatura. En la primera entrevista que tuve con el presidente de los profesores se presentó diciendo su nombre, Humberto Elgueta, y yo que era el Ministro le dije Máximo Pacheco a sus órdenes. Entonces me dijo: señor Ministro, usted ha violado el Convenio Magisterial. ¿Qué es eso?, le pregunté. Me dijo: no se ría señor Ministro, usted es un violador. Mire, le repliqué, llegué ayer y no he violado a nadie ¿qué significa esto? Sí Señor, me contestó, con don Juan Gómez Millas llegamos a un acuerdo y usted no lo ha cumplido.
Esa fue la primera entrevista. Después, en conversaciones con Frei me dijo que los profesores estaban en huelga ilegal y no los debía recibir en el Ministerio. Si quería, podía recibirlos en mi casa, pero no en el Ministerio. Los invité a mi casa en calle Juan Agustín Alcalde. Creía que iba a ir el presidente de los profesores y dos más y llegó un grupo en dos autos. El que era presidente era muy mal hablado e insolente. Yo tenía dos recibidores. Entonces hablábamos aquí y cuando se cansaba se iba al otro recibidor y venía otro a hablar conmigo. La entrevista comenzó a las diez de la noche. Eran las cuatro de la mañana y no la terminaban. Yo estaba agotado. Ellos habían puesto como condición que Patricio Rojas –el subsecretario– no participara porque tenían una pésima impresión de él. Estaba yo solo contra diez. Le había dicho a Adriana que esta iba ser una entrevista larga, pero que yo quería que fuera muy amable por eso les ofreceremos sandwichitos y whisky. Se acabaron tres botellas de whisky y terminó la entrevista. Adriana me preguntó: “¿llegaron a un acuerdo?”, “no”, le dije, y me respondió: “Ve usted, la ingenuidad suya, si con estos no se llega a ningún acuerdo”; y me pregunta: “¿cuándo vienen nuevamente?”. Le respondo que mañana, y me dice: “mañana les ofrezco vino tinto, no whisky”, y después pasamos como diez días con agua mineral, porque el whisky se había acabado.
Es decir, fue más bien una gestión ministerial de conflictos. ¿No pudo usted desarrollar alguna idea de educación? Porque siempre se plantea que el período de Frei Montalva fue un período de ampliación de la educación. “Educación para todos”, era el lema.
Exactamente.
Incluso fue también una época de conflictos universitarios. Hay que recordar que justo un año antes que usted fuera Ministro se había producido la toma de la Universidad Católica.
Estaba yo recibiendo a los Ministros allá en Moscú cuando renunciaron todos.
Entonces, ¿recuerda usted algún lineamiento que pudiera haberse desarrollado o simplemente los dos años que le tocaron fue, como se dice, apagando incendios?
Exactamente, un conflicto armado, donde todos disparaban para todos lados.
¿En algún momento se veía venir la Unidad Popular?
Sí, absolutamente.
¿Qué pensaba Frei de esto?
Frei, que era muy lector de la prensa europea y francesa, estaba al día de los conflictos en Francia. Entonces me decía: “Ten cuidado, por aquí va la línea, ¡estos quieren hacer lo mismo!”.
¿Sentía Frei el temor de tener que entregar el gobierno a Allende o al Partido Comunista?
Frei estaba muy amargado. No tenía ninguna crítica profunda, pero se daba cuenta de que la cosa estaba francamente mala y que no teníamos cómo manejarla.
¿Cómo sentía las divisiones internas de la Democracia Cristiana, con Radomiro Tomic, el Mapu y la Izquierda Cristiana?
Tremenda. A él le dolía mucho.
En el contexto electoral de esos años ¿Qué pensaba Frei Montalva? ¿Tenía alguna inclinación? ¿Por quién habrá votado Frei Montalva? ¿Por Jorge Alessandri o por Tomic?
Eso nunca lo supimos, hasta que llegó el día de la elección. Ese día nos reunió Frei en la Moneda y nos dijo: “Ya se produjo la elección ¿Qué creen ustedes que va a pasar? Y entonces nos fue interrogando a cada uno de los Ministros: Gabriel Valdés, Alejandro Hales y yo opinamos que iba a ganar Salvador Allende, otro ministro, que ganaría Alessandri y todos dieron su opinión. Le preguntamos al Presidente “¿Y usted qué opina?”, “Bueno, dijo, esto es lo que quería saber, qué opinaban ustedes”.
A usted le tocó acompañarlo a la entrega del mando ¿Tuvo una relación de traspaso con su sucesor como Ministro de Educación? ¿Se acuerda quién fue?
No recuerdo el nombre, pero fue un socialista.
¿Usted pasó el período de la Unidad Popular en Chile?
Sí. Se produjo entonces un desacuerdo en el Partido. Había algunos que querían que se dijera que nosotros estábamos a favor de Tomic, otros decían que no. En definitiva una mayoría grande era partidaria que nosotros no nos embarcáramos con Allende.
¿Pero votaron en el Congreso por él y le pidieron las garantías constitucionales?
Evidente. Después cambió la posición, pero la postura al principio era que no votáramos.
Se dice que se propuso que la Democracia Cristiana votara por Alessandri en el Congreso y que Alessandri renunciaría y se presentaría a candidato Frei
Es verdad que algunos lo propusieron. Pero quien lo rechazó absolutamente fue Jorge Alessandri. Dijo que no se prestaba para ello, que no lo aceptaba. Algunos pensaron que esa era la solución, yo nunca lo creí.
¿Y Frei como veía esa posibilidad?
Nunca, a pesar de tener una buena amistad con Frei, nunca supe cómo lo veía él. En la elección, quedó para mí demostrada la grandeza de Alessandri. Realmente era una persona grande que sabía lo que quería y sabía imponerlo.
¿Fue un sacrificio grande para él presentarse a esa elección presidencial?
Enorme. No lo quería por ningún motivo. Voy a contar un secreto de cuando fue elegido candidato en la elección de 1958. El Partido Liberal tenía que decidir el candidato y seguramente iban a proponer a don Jorge Alessandri. Estábamos almorzando –don Jorge almorzaba en la casa de mi suegro– y don Arturo Matte llegó tarde al almuerzo porque venía de una sesión del Partido Liberal. Entonces dijo don Arturo, como era: “Jorge, te felicito, eres el candidato de la derecha a la Presidencia de la República”. Don Jorge se quedó mirando con los ojos bien abiertos y se puso a llorar. “Matte, no has podido hacer algo peor para mí, si yo no quiero, yo no sirvo para eso Matte, no tengo capacidad para eso, tú bien conoces mis nervios y no me resisten. Pero, por favor, no, no Matte, si yo no resisto, yo no lo acepto”. De repente se paró don Jorge de la mesa y se fue a la sala de estar, se sentó en uno de los asientos y se puso a llorar. Nosotros mirábamos esta tragedia griega, porque nadie hablaba nada, salvo él, que lloraba.
Fue proclamado por el Partido Liberal que estaba dividido entre Frei y Alessandri. Inclinó la balanza un famoso discurso de Raúl Marín, que murió después de haberlo pronunciado, de un ataque al corazón. Cuando lo sacaban en camilla le gritaron, viva Raúl Marín Balmaceda, él se alzó y dijo “No, viva Chile”. Lo mismo que el Seguro Obrero, él fue quien lo descubrió. Fue a La Moneda a una audiencia con Alessandri y él se horrorizó por lo que había pasado.
Volviendo al período que le tocó vivir, después de ser Ministro y siendo usted un hombre de la Democracia Cristiana ¿cómo se veía al interior del Partido la crisis de la Unidad Popular y el posterior pronunciamiento militar?
Se vivió con división. Había algunos grupos que lo rechazaban absolutamente, como Leyton, Radomiro y varios otros. Serían diez o quince. Otros lo aceptaban como solución. Patricio Aylwin no lo aceptó como solución a pesar de que era el presidente del Partido. Cuando se dice que Patricio Aylwin fue quien instó esto y buscó esa solución, a mí me consta que es absolutamente falso. Nosotros nos íbamos a juntar con Patricio el 11 de septiembre. Lo llamé en la mañana para ponernos de acuerdo dónde almorzar. Mientras hablábamos nos interrumpió mi mujer diciendo que por la radio decían que hay un golpe militar. Patricio pide preguntarle qué radio está escuchando. La Radio Sociedad Nacional de Agricultura, le digo. Patricio dice: “¡Pero cómo es posible que la comadre escuche esa radio mentirosa! Tú comprendes que si hubiera un golpe militar, yo como presidente del Partido tendría que saberlo”. Esto prueba que él no sabía nada y que, por supuesto, tampoco estuvo metido.
¿Durante el período del gobierno militar usted se dedica a la docencia?
Sí, a la docencia. También creamos con Jaime Castillo la Comisión Chilena de Derechos Humanos.
¿Y qué gravitación tuvo?
Ese fue un invento de Jaime, no quiero ser vanidoso. Me llamó y me dijo: ¿Máximo, qué te parece si creamos una Comisión Chilena de Derechos Humanos?”, y yo le dije: “Maestro (así le decía), qué cosa más ingenua. ¿Usted cree que Pinochet va a permitir eso?” Fui a su oficina y le reiteré la misma opinión. No obstante, me convenció y con una ingenuidad increíble la sacamos adelante.
¿Y tuvo vinculación con la Vicaría de la Solidaridad?
Claro, con el obispo y sobre todo con el Cardenal Silva.
Cuando vino el período del acuerdo nacional ¿usted creía que Pinochet iba a cumplir con los plazos? ¿Usted mantenía relación con Jaime Guzmán?
Con Jaime, sí.
¿Qué recuerdos tiene de Jaime Guzmán?
Los mejores. Con Jaime fuimos senadores durante el mismo período, pero antes lo conocía de la Universidad Católica. Me invitó varias veces a dar conferencias en la Católica, y era un hombre muy bondadoso y muy transparente. Muy cristiano. Le pidió a Gabriel Valdés que las sesiones del Senado en la mañana las termináramos a las doce porque él necesitaba descansar y Gabriel, que lo apreciaba mucho aceptó y después en la noche que termináramos a las ocho, y Gabriel Valdés también aceptó. Entonces, a las doce del día, cuando terminaba la sesión matutina, Jaime le pedía a mi hija Adriana que le comprara unas galletas de agua y una Panimávida y se iba con este cocaví al Hotel O’Higgins, arrendaba una habitación y ahí dormía la siesta hasta las cuatro y, en la tarde, terminada la sesión a las ocho, íbamos con Jaime a misa, en la que había cinco personas: el sacerdote, dos ancianas, Jaime y yo. El cura hacía las misas larguísimas y Jaime Guzmán decía: “Esta es nuestra penitencia”.
Durante el período en que Jaime era asesor del gobierno militar y era profesor de la Católica y usted profesor de la Católica y de la Chile, ¿tenía una buena relación con él y una buena impresión de él? ¿creía que Pinochet y el gobierno militar fueran a cumplir los plazos establecidos constitucionalmente?
No, absolutamente no y se lo mencioné muchas veces a Jaime.
Pero en realidad cumplió los plazos. Claro, pero yo no lo creía.
Cuando se formó la Alianza Democrática y vino el período del Ministerio de Jarpa y el Acuerdo Nacional, ¿tenía usted una presencia política?
No, yo no tenía presencia política. Sí hablaba mucho con algunas personas, hablaba mucho con Jaime Guzmán y con dos miembros de la Junta, el general Matthei y el general Stange, a quien pedía entrevista una vez al mes para contarle hechos que habían ocurrido y yo le pedía que investigaran. También él, alguna vez, me pedía que les transmitiera a personeros de la Iglesia y de la Democracia Cristiana su visión del escenario político.
¿Cómo fue que se le ocurrió ser Senador si nunca había sido parlamentario y no había entrado en el terreno electoral?
Iba en un viaje de Santiago a Talca. El gobierno alemán me pidió que defendiera a los alemanes que estaban en Colonia Dignidad y partí con Adriana en tren. Ahí en el tren nos encontramos con Eugenio Ortega, el marido de Carmen Frei, que había sido alumno mío y me dice: “qué bueno haberlo encontrado, ya que quería hablar con usted. Fíjese que se ha producido una crisis en la Democracia Cristiana de Talca y nadie quiere asumir la candidatura a senador, ni Eduardo Frei ni Andrés Zaldívar, y todos dicen que el único que podría triunfar es usted”. Entonces Adriana –que era muy impulsiva– dijo: “Mira Eugenio, cómo se te ocurre, Máximo nunca ha estado metido en estas cosas, esa es una tontera”, y lo insultó. Ortega se paró de la butaca y se fue al coche comedor. Le dije: “Adriana, cómo es posible que hayas hecho esto con Ortega, quizás él opina de buena fe que debiera ser la solución, a mí no me gusta, pero no merecía que lo hubieras insultado”. “Tienes razón”, me respondió. Se paró y fue al coche comedor a darle explicaciones a Ortega. Llegamos a Talca y Ortega tenía organizado un grupo que proclamaba a Máximo Pacheco. Después de participar en el juicio, llamé a Patricio Aylwin, quien era el presidente del Partido, para que nos recibiera. Llegamos a las doce de la noche a su casa, él estaba en cama y le informé de todo esto. Me dijo: “Sí, ya me lo habían dicho. Yo soy partidario que tú aceptes, todos te vamos a ayudar y vas a ganar”. Así nació la candidatura, ajena absolutamente a mis deseos.
¿Y cuántos años estuvo?
Un período de cuatro años.
¿Y fue una experiencia interesante?
Muy interesante, realmente valía la pena. Fue el primer Senado, presidido por Gabriel Valdés.
También fue usted embajador en la Santa Sede durante el gobierno de Ricardo Lagos. ¿Por qué el Presidente lo nombra embajador?
Estaba como juez en la Corte Interamericana de Derechos Humanos y un día me llamó por teléfono la Ministra Soledad Alvear y me dijo: “Máximo (había sido alumna mía) el Presidente me ha pedido que lo designe a usted embajador ante la Santa Sede”. Le pedí pensarlo cuando volviera de Costa Rica a Santiago y evaluarlo con mis hijos. Me encontró razón, pero me señaló que el Presidente quería una respuesta a la brevedad.
De regreso en Santiago, me reuní con mis hijos. Acababa de enviudar. Se produjo una división entre ellos, unos eran partidarios de que aceptara y otros lo contrario. El más partidario era mi hijo Máximo, porque lo había llamado Lagos para pedirle que me convenciera. Fue un período muy interesante con un respaldo total de Lagos, que me reveló una gran calidad humana y espiritual.
¿Por qué habla usted de calidad religiosa, cuando él aparece ante la opinión pública como un agnóstico?
Se mostraba como agnóstico pero estaba en una postura de mucho diálogo con el Cardenal Errázuriz, ya que le tocó a él primero su nombramiento como Arzobispo y después como Cardenal y le hizo un gran homenaje en La Moneda. Le tenía mucha estima y consideración. Lo iba a ver a la casa y Errázuriz lo iba a ver a La Moneda o a la casa de él. Tenían mucho diálogo y cuando había problemas –y Lagos era muy impetuoso– entonces me consultaba algo, yo le contestaba y aceptaba.
Le tocó en el Vaticano el fin del período de Juan Pablo II y el comienzo de Benedicto XVI. ¿Qué recuerdos podría hacer de ese momento tan especial en la vida de la iglesia?
De Juan Pablo II tengo la mejor impresión. Estaba en su período de decrepitud, pero era un hombre extraordinario, realmente impresionaba mucho verlo y escucharlo. Después, del que me formé la mejor impresión fue del actual Papa Benedicto XVI.
Usted lo conoció antes de ser Papa ¿Lo invitó a la embajada?
Claro, yo lo invité. Le ofrecí una comida en su honor. Él aceptó, pero no era lo frecuente y comió en la casa y fue muy agradable. Le voy a mostrar algo que, en realidad, muestro poco pero me llena de orgullo. Una foto firmada por él, cuando me estoy despidiendo. También de Juan Pablo II y con la firma de los dos.
Durante este período se obtuvo la colocación del monumento a Teresita de Los Andes en la Catedral de San Pedro y la canonización del Padre Alberto Hurtado. Escribí el libro La Separación de la Iglesia y el Estado en Chile y la Diplomacia Vaticana, y la obra “Crónicas del Vaticano”.
¿Y cómo llegó usted a la Academia?
El difunto presidente de la Academia, Carlos Martínez Sotomayor, una vez a razón de nada me dijo: “Oiga Máximo, me gustaría que usted fuera miembro de la Academia” yo le respondí, “no creo que salvo usted alguien más lo haya pensado”. “No –me dijo– si he estado averiguando y sería bien recibido su nombre”, y Carlos Martínez fue quien presentó mi nombre.
¿Y quién lo recibió?
Eugenio Velasco.
¿Y cuál fue el tema que dictó?
Los derechos fundamentales de la persona humana. Mi incorporación fue el 7 de abril de 1988
¿Qué destacaría de la Academia?
La calidad de la gente. Hay mucha disciplina y mucha dignidad en los miembros y en los temas que se desarrollan.