Entrevista académico de número Don Carlos Martínez Sotomayor

Abogado por la Universidad de Chile. Miembro del Consejo del Instituto de Chile y presidente de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales durante dos periodos: 1986-1990 y 2001-2006. Don Carlos Martínez Sotomayor fue por vocación un hombre público y, como tal, volcó su principal actividad en este plano a las relaciones internacionales y las labores diplomáticas.

El académico Carlos Martínez Sotomayor se desempeñó como ministro de Relaciones Exteriores durante el gobierno del presidente Jorge Alessandri (1961-1963), y como embajador ante la República Federativa de Brasil (1990-1994) en el gobierno del presidente Patricio Aylwin y ante la República de Perú (1994-1997) en el gobierno del presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle. Compartimos este testimonio histórico de un hombre que dedicó sus mejores talentos al servicio de Chile y que, tal como lo describió al momento de su muerte el académico de número Francisco Orrego Vicuña, se caracterizó por una extraordinaria capacidad analítica, por sus intervenciones inteligentes y agudas, por siempre prestar un apoyo desinteresado a quien lo necesitara y por que inspiró “muchas iniciativas y decisiones de gran interés para el país, la mayor de las veces desde una posición discreta, cuando no anónima”.

Publicada en Revista Societas Nº7

I

-¿Qué importancia tuvo en su vida nacer en Copiapó?

-Mi padre era industrial minero dedicado a actividades de comercio, y como todos los copiapinos y la gente del norte de Chile en esa época, con mucha propensión a actuar en política y en la vida pública. Ese fue un sello más característico en el norte que en la zona central y en el sur. Y ser de Copiapó era ser radical. Fue alcalde de la ciudad, miembro del Parlamento y codueño del diario “El Atacameño”, fundado por Manuel Antonio Matta. Este medio disputaba con “El Amigo del País”, diario conservador. Mi madre llegó a Copiapó como la hija menor soltera que acompañaba a su hermana mayor, casada con el gerente del Banco de Chile para el norte. En definitiva se quedó: se casó con mi padre.

-¿Cuál es su relación con don Rafael Sotomayor? ¿Cómo pesó ser pariente de alguien tan ilustre y decisivo en la historia de Chile?

-Mi madre era su sobrina nieta. Siempre, desde muchacho, este personaje cautivó mi interés y admiración. Yo era muy amigo de mi madre y el mayor de cinco hermanos.

Rafael Sotomayor fue una de las personalidades más trascendentes de Chile en el siglo XIX, y logró admiración y respeto generalizados. Era abogado. Su desempeño como Ministro de la Guerra en campaña alcanza relieves históricos, pero también prestó reconocidos servicios al país como Ministro de Hacienda, de Educación y Justicia, Director de la Casa de Moneda e Intendente de Concepción. Con sus hermanos Ramón, Emilio, Onofre y José participó de la aventura del oro en California entre 1848-1850. En ese desierto se ganó la vida vendiendo agua, experiencia que aplicaría posteriormente en la Guerra del Pacífico. Cuando yo era Embajador en Lima visite privadamente en Moquegua el lugar donde murió…

-¿Cómo era el mundo copiapino de su niñez?

-Desde niño me impresionó mucho la historia de Copiapó que influyó determinantemente en nosotros. Era una ciudadela cívica, histórica. Cuando iba al colegio al llegar a la esquina de la plaza, sabía que por ahí había pasado el ferrocarril de Wheelright que unía Copiapó con el puerto de Caldera. Ese primer ferrocarril de Sudamérica pudo ser una realidad gracias a que doña Candelaria Goyenechea, que vivía a pocas cuadras más allá, había contribuido con Agustín Edwards Ossandon a su financiamiento. Al entrar al liceo pensaba que uno de sus inspiradores había sido Guillermo Matta Goyenechea, el primer agente diplomático de Chile en Alemania. Llevó al joven profesor del colegio, Valentín Letelier, como secretario a la Legación en Berlín. Continuó la política de contratar a los profesores alemanes que vinieron a fundar el Instituto Pedagógico y las pedagogías que significaron la transformación del liceo chileno.

Ese mundo de auge y esplendor en el Copiapó de la segunda mitad del siglo XIX se proyectó por varios decenios. Desde niños se nos contaba con orgullo la fundación allí del Partido Radical por Matta y su primo Pedro León Gallo; de la revolución de 1859; la fundación por Domeyko del primer colegio de minería de América; Domingo Faustino Sarmiento en el mineral de Chañarcillo; sobre Cousiño y doña Isidora Goyenechea.. Los trabajos costumbristas de Jetabeche y los poemas de Guillermo Matta…

-¿Era una zona ya muy deprimida por la crisis del ’30 o era un Copiapó que no se sentía en decadencia? ¿Cómo era el espíritu de la ciudad?

-Mi vivencia es que ya estaba recuperándose de la crisis de 1929-1930. Pero esa era una zona asolada también por las crisis internacionales y por el precio de los minerales. Copiapó no vivió la crisis del salitre porque la zona salitrera empezaba más al norte. Pero sí experimentó todas las otras crisis mineras en relación con los precios de la plata, el oro y el cobre. Y en épocas más próximas, con el hierro. Ya, cuando iba al colegio hubo un sacudón, una recuperación. Era el gobierno de don Arturo Alessandri… los años ´35. El país había superado su segunda anarquía política… y estábamos ante la gran gestión del Ministro de Hacienda Gustavo Ross, la otra consolidación.

-¿Usted imaginó entonces que ahí había un potencial agrícola?

-No. Era una zona esencialmente minera e históricamente, después de Valparaíso, de mucha vinculación internacional. Eso también influyó desde niño en mí. El que esos minerales se exportaran significaba que había gente, empresas, compañías, profesionales que llegaban de diferentes países vinculados a la explotación minera. Se escuchaban otros idiomas además del propio. Y estaba toda la aventura de la salida desde el puerto de Caldera hacia otros continentes. Había un ambiente muy cosmopolita entre los dirigentes de la zona. Como consecuencia de lo que es una explotación minera de alcances exportadores importantes se explica un ferrocarril, y porque va a ser el primero del continente. También permite entender la revolución del ´59 en que esos plutócratas copiapinos encabezados por Gallo Goyenechea avanzaran sobre Santiago, organizaron un ejército, y acuñaron su propia moneda.

-¿Y hasta cuándo permaneció usted en Copiapó?

-En 1942 me trasladé al Internado Nacional Barros Arana, en Santiago. Era el único internado secundario fiscal en la capital. Los hijos de radicales o de gente de pensamiento laico en las provincias que estaban en condiciones económicas de mandar a sus hijos a estudiar a Santiago, privilegiaban el Barros Arana. Era un colegio donde se juntaban alumnos desde La Serena hasta Arica, y los descendientes de alemanes, de vascos franceses, de la zona de la Araucanía, hasta Valdivia, Puerto Montt, Osorno… Había muchos de colonias. El Barros Arana, además de ese sello laico, captaba a descendientes de inmigrantes que generalmente no eran proclives a una educación católica. Y por eso los yugoslavos de Antofagasta, de Magallanes… Los alemanes de todo el sur chileno mandaban a sus hijos a estudiar ahí.

-Era una cuota de extranjeros significativa, mucho mayor que lo normal…

-Así es. En marzo, cuando estaba en cuarto año de humanidades, me dijeron: “Usted, Carlos, se va a hacer cargo de un niño de su edad que va a entrar al curso y que se llama Federico Heller, pues mañana llega desde Valparaíso un grupo de huérfanos de la guerra y el es uno de los sobrevivientes de los bombardeos en Checoslovaquia. Usted va a tener que ser su amigo, apoderado, compañero, hermano. Entiéndalo así”. Allí hay además un sello de solidaridad durante la segunda guerra. Era un colegio que acogió a muchachos de familias perseguidas, segregadas, que arrancaron de la guerra…

-¿Y había hijos de quienes llegaron en el Winnipeg?

-No, pero sí a ese colegio llegaban las olas del Winnipeg. Influyó en las representaciones de teatro, en el nuevo concepto moderno de librerías. Ese tipo de gente vendía libros en el colegio y creó vínculos, a través de la Universidad de Chile, que los acogió.    

II

-¿Qué elementos del auge del Barros Arana, del viejo liceo chileno, se han perdido para siempre? ¿Esa pérdida fue muy decisiva, a su juicio, para la educación chilena?

-Me impresionaba la gran calidad de los profesores. Estos colegios laicos, como el Barros Arana y el Instituto Nacional, tenían una pléyade de excelentes profesores. Al mismo tiempo, por el estatus que se reconocía a la educación y a los establecimientos de enseñanza media, especialmente los liceos, el ser profesor además agregaba un signo de prestigio social. Eso retroalimentaba… 

Mi profesor de literatura era Eugenio González que iba a ser rector de la Universidad de Chile, senador, ministro de Educación de la Republica Socialista; en educación cívica, estaba el diputado liberal por Santiago Carlos Atienza, también profesor de política económica en la Facultad de Derecho. El Rector Amador Alcayaga era profesor de literatura y de filosofía del viejo Pedagógico. La presencia, con mucha prestancia, de ese tipo de profesores contribuyó a ese gran prestigio. Julio Heise, el historiador, era nuestro profesor y al mismo tiempo de la Facultad de Derecho, posteriormente decano del Pedagógico. Jorge Millas, Luis Oyarzún, Nicanor Parra y Oscar Vera Lamperein fueron nuestros maestros más jóvenes… Los profesores Manuel Rodríguez y Francisco Bórquez fueron Ministros de Educación en ese tiempo.

Naturalmente, esa situación preponderante contrasta con el panorama actual: honestamente, hay que reconocerlo…

-¿Cómo era la formación humanista que se les daba?

-Más allá de las materias de las clases había un fomento de la educación cívica, no en un sentido de textos, sino de prepararse para ser ciudadano. Era un liceo muy completo y renovado. Junto a las humanidades era también de excelencia la enseñanza de las ciencias, con muy buenos laboratorios y equipos para experimentar.

-¿Y es esa preparación la que lo hizo ganar un famoso concurso radial “El doble o nada?”

-La televisión obviamente no existía y había mucha participación de estudiantes en programas de radio, como en la Cooperativa Vitalicia y en la Minería, que empezaba. Uno muy importante era “El doble o nada”. O se ganaba el doble de lo que ya tenía uno en el bolso o lo perdía todo. Yo gané uno en historia contemporánea y recuerdo muy bien con qué pregunta: “¿Quiénes han sido los tres presidentes de la República de Filipinas desde que se independizó, hace poco tiempo?” Yo tenía mi barra, mis compañeros. El nuestro era un internado. Salíamos los sábados y estos concursos eran los sábados en la tarde.

-¿Qué amigos de colegio influyeron mucho sobre usted?

-Recuerdo en la sala -sus nombres evitan cualquier referencia mayor- a Raúl Morales Adriazola, diputado, senador. Los hermanos Edwards Orrego, Ernesto y Enrique, todos radicales en ese tiempo: Ernesto murió muy joven. Enrique luego fue diputado. Y Patricio Hurtado Pereira, también diputado. El espíritu cívico abierto del colegio creaba amistades. Era formador de muchos futuros profesionales calificados y de profesores de la Universidad de Chile fundamentalmente. De este curso que egresó en diciembre de 1946 hubo cinco abogados, seis médicos, cinco ingenieros, quince de diversas profesiones en actividades agrícolas e industriales.

Aunque no del mismo curso, de esa época hay personas que han desempeñado importantes funciones en Chile y el exterior, como Carlos Massad, Osvaldo Sunkel y Orlando Cantuarias. También un distinguido grupo de diplomáticos como los embajadores Manuel Trucco, José Miguel Barros, Alejandro Jara, Javier y Gastón Illanes, Santiago Benadava, y Rigoberto Díaz.

Con una comunidad pedagógica y estudiantil de tal naturaleza y calidad, todos ganábamos en influencias recíprocas.

-¿Y cuándo ingresó usted, oficialmente, con carnet de militante, a la Juventud Radical?

-En el primer año de Derecho, en 1947. Era reconocido como simpatizante ya en el colegio. En el Barros Arana teníamos el centro de alumnos –que entiendo que fue el primero de un colegio fiscal- también academias de distinta naturaleza; se editaban revistas; en los programas experimentales se ensayaban todas las ideas renovadoras de la educación. Yo fui presidente del Centro y, luego, de la Federación de Estudiantes Secundarios…

-Pero aún sin timbre radical…

-Se entendía, pero no era una proclamación formal. En esas elecciones había generalmente tres sectores: uno centrista, constituido por los radicales y algunos socialistas; uno de derecha; y el Partido Comunista, que siempre estaba presente. Además me correspondió vivir toda una etapa estudiantil, no sólo del colegio sino también de Universidad, en que había un divorcio total entre el PR y el PC: fue la época de la Ley de Defensa de la Democracia, por ejemplo. Habían terminado los días del Frente Popular del año ´38 al ´42 (Aguirre Cerda), en que los radicales tuvieron el apoyo de los comunistas. Y ya con el gobierno de Ríos, ´42, ´46, hubo una relación muy distante con el PC. En ninguno de los dos períodos el PC integró el gobierno. Apoyó electoralmente a los candidatos Aguirre y Ríos. Durante González Videla se produjo su integración en el primer gabinete que duró seis meses, y que terminó con el rompimiento total y la dictación de la Ley de Defensa de la Democracia.

-¿Qué papel cumplía la Federación de Estudiantes Secundarios?

-Era una organización nacional prácticamente de los liceos y de varios colegios particulares de enseñanza media. Había algún grado de reticencia, ya sea porque en esos colegios privados no se les había permitido formar centros de alumnos y por lo tanto no tenían representación, o porque algunos centros querían observar mejor el desarrollo de esta Federación. Sus luchas y proclamas ponían el acento en el mejoramiento de la educación secundaria. El Bachillerato era un tema. Otro era la elección de áreas humanista, científica o matemática, en un plan diversificado en el segundo ciclo. Y había otros asuntos que eran insoslayables, como el de la segunda guerra mundial, el de los judíos y la creación del Estado de Israel, el primer peronismo y sus efectos en Chile fue otra cuestión activamente presente. Los asuntos nacionales como cambios de gobiernos, de gabinetes, de legislación, no, salvo la Ley de Defensa de la Democracia. Como se puede apreciar había una inclinación marcada hacia cuestiones de política interna y exterior, que a su vez correspondía a una etapa de suma politización del país.

III

-¿Qué actividad profesional desempeñaba usted para financiar su intensa dedicación a la política?

-Desde el primer año de Derecho conocí a mi profesor de Romano, y al mismo tiempo Rector de la Universidad de Chile, Juvenal Hernández. El se convirtió en mi protector. Mantuvimos una gran amistad y mucha coincidencia en apreciaciones cívicas en diferentes etapas de nuestras vidas. A su fallecimiento fui elegido por la Academia Chilena de Ciencias Sociales para ocupar su sillón. Hay todo un ciclo de vida que nos vincula mucho. Teníamos tertulias semanales. Tal vez al percatarse de mi situación me preguntó si me gustaría ser funcionario de la Universidad de Chile. Me nombró secretario de la Escuela de Economía, a los 18 o 19 años de edad.

Después pasé a ser inspector general de la Facultad de Ciencias Económicas, área prácticamente desconocida de mi vida.

-Era esa Facultad creada por Aguirre Cerda… 

-Así es. En mi tiempo de vinculación inicial con la Facultad, el decano era Rafael Correa Fuenzalida y el director, Luis Escobar Cerda. Alberto Baltra fue el primer director, y entre los profesores estaban Raúl Rettig y Benjamín Cid. En ese período fundacional hubo marcada influencia de abogados. Con Luis Escobar se inicia ya la conducción moderna de la Facultad. Flavián Levine postuló a ser decano y fue derrotado. Vino la segunda etapa en que los propios economistas chilenos tomaron el control de su facultad, como era natural…

-¿En la universidad conoce a su esposa?

-…conozco a Mila: Emilia Nogueira Cifuentes. Ella comenzó a estudiar Pedagogía en Inglés en la Universidad de Concepción y terminó en Santiago. Nos casamos muy jóvenes en 1952.

-¿Tuvo otros trabajos en esa época?

-Pasados los años se creó en Chile el Centro Interamericano de Estadísticas Económicas y Financieras, CIEF. Era un convenio entre la OEA y su Instituto Interamericano de Estadística, con el Banco Central, la CORFO y la Universidad de Chile. Vino a ese Centro un grupo interesante de profesores. Se trataba de formar para América Latina, especialistas en estadística económica y financiera de muy alto nivel. Esta ciencia estaba ausente en la región americana todavía en los años ’50 y era indispensable para la otra gran política: los impulsos hacia la industrialización de los países y a una economía más planificada. La Universidad de Chile nombraba el director administrativo, y los otros organismos, los expertos o técnicos. La Universidad me propuso y fui elegido jefe administrativo de ese Centro que funcionaba en tres de esas viejas casonas de la Avenida República.

Entre los profesores notables que vinieron del exterior estaban Tulo H. Montenegro, de Brasil; Enrique Cansado, de España; Raúl Conde, de Argentina; chilenos de alto nivel internacional como Jorge Marshall, Pedro Irañeta y Carlos Oyarzún; Allan Buchanan, que había trabajado con Mac Arthur durante la ocupación de Japón. Además en esta institución aprendí bastante estadística, y a ser ordenado y metódico. E hice muchos contactos internacionales.

IV

-¿Cuéntenos cómo fue posible su ascenso meteórico en el Radicalismo hasta el punto de ser Canciller de Alessandri a los 29 años, en circunstancias que el PR estaba lleno de próceres de gran trayectoria, deseosos de ocupar un cargo tan apetecible?

-Después de estas etapas de actividades estudiantiles-políticas vino la segunda Presidencia de Ibáñez. En 1953 se reorganizó todo el PR: sus asambleas como la Juventud. Hubo dos convenciones memorables para la vida interna de ese partido al que ya le faltaba poco para cumplir un siglo de existencia. En la Convención Nacional de la JR yo presenté algunas iniciativas. Había mucha gente nueva que no había estado en la actividad política joven de los radicales antes de este segundo ibañismo. El principal partido castigado por el triunfo del General era el PR. Esa gente me eligió presidente nacional de la JR y pasé a ser, por derecho propio, miembro del CEN Radical. Todo fue consecuencia de un espíritu de clara renovación.

En esos años ya había dos figuras que disputaban la dirección del PR: Julio Durán y Luis Bossay. Vino la Convención general del partido de 1957, y yo dejé la presidencia nacional de la JR y postulé a ser miembro del CEN Radical, pero elegido por el Partido, no un derecho propio. Obtuve la primera mayoría nacional. A nivel de análisis interno de os radicales, lo que para la época fue considerado muy notable, saqué la primera mayoría. La segunda la obtuvo Raúl Rettig y la tercera Pedro Enrique Alfonso, quien había sido candidato a la Presidencia de la República cinco años antes contra Ibáñez. Entonces me incorporé como miembro del CEN radical, y entre 1957 y 1960 tuve una intensa actividad dentro de la directiva y recorrí mucho el país. Había que levantar nuevamente al PR y fuimos obteniendo bastante éxito. De nuevo estábamos ante el decaimiento del ibañismo y el resurgimiento del radicalismo. En 1957 el PR resolvió que yo fuera su candidato a diputado por el cuarto distrito de Santiago (San Antonio-San Bernardo-Buin-Melipilla). Fui derrotado…

-¿Y por muy pocos votos?

-Me ganó el demócrata cristiano Pedro Videla. Se elegían cinco diputados y yo salí sexto. Nos perdimos en esa elección dos candidatos que íbamos a ser ministros de Alessandri poco tiempo después: Hugo Gálvez, liberal, y yo, radical. Los cinco que nos ganaron fueron Luis Valdés Larraín, potente diputado conservador; un comunista, Juan Acevedo; Jaime Bulnes Sanfuentes, liberal; un demócratacristiano, Videla Riquelme, que había sido alcalde de San Bernardo; y de lo que quedaba del ibañismo, Rafael De la Presa, hombre fuerte en Melipilla.

En ese lapso también fui vicepresidente del PR durante las presidencias de Aguirre Doolan y Rettig.

-Y llegó 1958…

-Como Alessandri no obtuvo mayoría absoluta en la elección sino la primera mayoría relativa, el Congreso Pleno debió resolver de acuerdo a la Constitución entre las dos primeras mayorías relativas. Un sector del PR propició a Allende que era el segundo, pero un grupo más considerable planteó la votación en blanco. El sentido era: “Nosotros no llevamos velas en este entierro. Con Bossay no salimos ni siquiera segundos. Este es un pleito de la derecha y de la extrema izquierda. Entonces, abstención”. Yo encabecé la posición de que había que respetar la primera mayoría y dar instrucciones a los diputados y senadores de votar por Alessandri.

-Era una posición audaz para usted porque comprometía su futuro…

-Yo no conocía al candidato Jorge Alessandri. Me parecía que era la mejor interpretación de la Constitución. Una conducta ética, sin cálculos políticos. Se impuso. En 1958 Alessandri obtuvo la proclamación en el Congreso Pleno con el voto de los senadores y diputados liberales, conservadores y radicales.

-¿Y cuántos radicales no cumplieron con el acuerdo?

-Aparentemente ninguno. Puede que en el secreto de la urna alguno… pero como manifestación pública, no. Y se obtuvo el gran margen de votación a favor de Alessandri…

-¿Y cuál es su primer contacto con el gobierno de Alessandri?

-Durante la campaña presidencial, naturalmente había sido partidario de Bossay. En 1959 hubo una gestión de Alessandri, muy propia de su manera de hacer política: le pidió al PR -yo estaba en el CEN- que los radicales le posibilitaran al nuevo Presidente que designara a un destacado militante como su Ministro del Interior, pidió a Pedro Enrique Alfonso. El mismo Alfonso se adelantó a darnos argumentos de por qué había que declinar este gesto, agradeciéndolo. Que al no ser el PR un partido de gobierno con ministros en el gabinete, aceptar esta petición sería considerado muy raro en Chile dadas las prácticas políticas tradicionales. Sin embargo, se había producido y aquí hay una apreciación mía diferente a la de muchos. Desde el primer momento de la toma de posesión de Alessandri, se estableció un buen entendimiento entre los radicales y él. Estaba claro y era deseado por el nuevo Presidente. Es decir, lo que iba a ser el juramento de los ministros radicales dos años después, ya estaba prefigurado.

Por una parte la votación radical en su favor en el Congreso Pleno. Luego el gesto de Alessandri de querer que fuera Alfonso su primer Ministro del Interior. En seguida vino la discusión para concederle las facultades extraordinarias. Alessandri dijo que no quería facultades de carácter político sino económicas y administrativas para asuntos muy concretos, porque había mucho que ordenar. El CEN radical nos designó a Alfonso, Orlando Sandoval y a mí para discutir el tema con él. Lo conocí en el verano de 1959 en el Palacio del Cerro Castillo de Viña del Mar. Fue aquella una primera reunión muy general. Ahí vino el famoso DFL 2 que le dio impulso a la construcción de habitaciones.

-¿Y qué otros antecedentes confirman estos entendimientos?

-En el verano de 1959 se produjo la elección complementaria de un senador por Santiago, a raíz de la vacante por la elección del Presidente Alessandri. Los radicales proclamamos a Roberto Wachholtz, quien fue elegido. Liberales y conservadores apoyaron entusiastamente esta postulación. En este caso también se confirma una coincidencia política más…

Durante todo ese año los radicales le dieron la mayoría en el Parlamento para que tuviera sus facultades extraordinarias. Hizo en un año el gobierno del sexenio: creó la ECA, reorganizó Impuestos Internos, reestructuró el MOP… Hubo una relación muy cordial con los radicales y yo fui nexo según los casos y los temas. Participé, aunque no siempre. En ese tiempo el Presidente Alessandri no había discriminado a los radicales en su administración como era una práctica nefasta en esos años. Y no sólo eso, sino que desde el primer día de su mandato había recurrido al talento y experiencia profesional de distinguidos radicales para que encabezaran servicios nacionales tan importantes como la educación primaria, la Corfo, la salud pública, la previsión social, los ferrocarriles, la caja de amortización, según recuerdo… y había subsecretarios radicales en Educación, Economía, Transportes, Relaciones Exteriores y Trabajo.

-Para algunos Alessandri se vio obligado a que entrara el radicalismo al perder el tercio en el Congreso…

-Naturalmente que la pérdida del tercio en el Congreso fue un elemento, pero no el único. Fundamentalmente el ingreso de los radicales al gabinete fue una consecuencia natural de dos años de cooperación y entendimiento político. La elección parlamentaria fue en marzo de 1961. Ya en 1960 se dialogó a nivel de propio Presidente Alessandri de la posibilidad de que los radicales ingresaran a un gabinete político. Ese ingreso estuvo marcado especialmente por la Conferencia de Punta del Este –la económica, la de la Alianza para el Progreso– de junio de 1960. El presidente de la delegación chilena era Eduardo Figueroa, Ministro de Hacienda y Presidente del Banco Central. América suscribió, con excepción del Che Guevara y de la delegación cubana, el programa de la Alianza para el Progreso y las reformas estructurales, y Figueroa le había planteado a Alessandri que para aplicar la Alianza era indispensable ampliar la base política de su gobierno, con la incorporación de los radiacales.

Este proceso culminó con una conferencia del Presidente por cadena nacional de emisoras, requiriendo la colaboración política del radicalismo y su ingreso con ministros al gabinete. Pedido que reiteró en carta dirigida a Raúl Rettig para conocimiento de la Convención Nacional del Partido Radical, en junio de 1961. La Convención aprobó un programa de acción gubernativa, que fue aceptado por Alessandri.   

-¿Cómo era el trato del Presidente Alessandri con un ministro tan joven como usted?

-En realidad su carácter era muy fuerte. Había ministros de Estado y funcionarios a los cuales trataba severamente. Una vez siendo yo ministro, tuvo una actitud de esa naturaleza para conmigo. Reaccioné con la dignidad que correspondía. El me contestó: “Por favor, tome asiento”. Nunca más eso se volvió a repetir. Al final de esta conversación incluso tomamos el té. Me dijo que había gente que no le comunicaba los hechos y los problemas con términos concretos. “No me exponen sus puntos de vista cuando creen que estoy equivocado. Pero de todo lo que hemos conversado, a mí me queda una cosa muy clara: usted me habla de sus discrepancias en forma muy directa, me presenta alternativas, soluciones… Hay quienes consideran que reacciono mal cuando discrepan conmigo y no es así. Lo que me molestan son las ambigüedades, las dilaciones, las dudas”. Ese fue su comentario. Nuestra relación fue de mucho respeto, y al final, de amistad.

V

-Y su designación corno canciller, ¿cómo ocurrió?

-Creo que ya estaba en su mente la idea de las personas. El quería controlar el proceso y no deseaba que los radicales le impusieran nombres. Por lo demás ha sido una muy explicable posición de todos los Presidentes de Chile… Me habían dicho que el Presidente pensaba ofrecerme la cartera de Minería, posiblemente por mis vinculaciones en el norte, por mi trayectoria en una zona muy vinculada al radicalismo. Lo único que me consta, sin embargo, es que me pidió que fuera su ministro de Relaciones Exteriores. Eso fue en 1961. Un año antes, en 1960, en otro contacto -eso podía ser ya una señal-me nombró para que fuera uno de sus embajadores delegados a la Asamblea General de las Naciones Unidas. Así los cinco delegados con rango de embajador fuimos Daniel Schweitzer -que era el representante permanente en Nueva York-, el cónsul general de Chile, Alfonso Grez; Mario Rodríguez Altamirano, entonces embajador en Canadá; Oscar Agüero y yo.

-¿Es esa Asamblea de la ONU donde Kruschev pide reunirse con el delegado de mayor edad y con el menor?

-Sí. Esa asamblea de 1960 fue simplemente extraordinaria. En temas, noticias, acontecimientos históricos, situaciones pintorescas… Es la Asamblea de la Descolonización Mundial, del “zapatazo” de Kruschev, entre otras cosas. Ahí ocurrió algo que me extrañó mucho: el Primer Ministro Soviético me hizo llegar una invitación. El quería charlar conmigo y yo le pedí explicaciones al funcionario que había ido a verme a la delegación chilena. Le pregunté a qué debía este honor. El me contestó que el Primer Ministro tenía algunas prácticas poco usuales: para formarse una idea mas completa de lo que era la Asamblea, el mundo y sus tendencias, por cada continente, invitaba a conversar al de mayor edad, es decir, al más veterano y al menor: el más joven. Por América Latina invitó a Padilla Nervo, quien había sido canciller de México y que después sería presidente de la Corte Internacional de Justicia de La Haya, y a mí, que era el más joven.

-¿Esa es la oportunidad en que usted tiene una comida privada en el Waldorf Astoria con Fidel Castro?

-Exactamente. Estábamos en presencia de una Cuba que había derrotado a Fulgencio Batista y con un Fidel Castro que era un héroe internacional. En Nueva York, recuerdo, lo seguían multitudes. El Time Magazine y el Life le dedicaban portadas. El origen de esa comida fue una llamada que me hizo al hotel Beverly desde Washington, Felipe Herrera justo a la hora de desayuno. Me dijo: “¡Está Fidel en la asamblea!”. Eramos vecinos de banca -Chile-Cuba- y yo había iniciado una amistad, algo de mucha comunicación con Raúl Roa. Felipe Herrera llevaba cerca de un año como Presidente del BID (Banco Interamericano de Desarrollo), que acababa de crearse. Me preguntó si podíamos lograr que Castro y Roa aceptaran una comida privada, reservada, para conversar y conocer mejor hacia dónde iba Cuba. Hablé con Roa. Al día siguiente me contestó afirmativamente. Se arrendó un departamento en el Hotel Waldorf Astoria. Viajó Felipe Herrera desde Washington y asistieron Castro, Roa, un guardaespaldas que se quedó toda la noche junto a la puerta, Hernán Santa Cruz, Pierre Mendes France, Alfonso López Michelsen y yo.

-¿Y por qué Mendes France?

-Venía desde México, de paso por Nueva York, y ésa fue conexión de Hernán Santa Cruz que había estado con él. Le conversó de esta comida y había mostrado mucho interés. Era el Mendes France ya retirado. El gran hombre que encabezó Francia en parte de la post guerra, pero que ya estaba al margen de misiones oficiales. 

-¿Fue una comida suelta, relajada?

-Absolutamente suelta. Nos despedimos a las cinco de la mañana…

-¡Cinco de la mañana!

-Sí, cinco a seis. Las dos terceras partes de la comida se las habló Fidel Castro. Nos retó a varios, a propósito de algunas preguntas, pero en términos tolerables, aceptables. Los no chilenos tal vez tuvieron una participación más activa: Alfonso López Michelsen y Pierre Mendes France. El primero que iba a ser Presidente de Colombia varios años después. Vivía en Nueva York en un semiexilio; hijo del dos veces Presidente Alfonso López Pumarejo y de un ala disidente del Partido Liberal, que no había aceptado el entendimiento nacional, como se llamó de liberales y conservadores, de la paridad y la alternancia en el poder. Se lanzaron muchos temas desde el ángulo de lo que eran los años sesenta. Estábamos a dos años antes de que Castro se autodeclarara marxista-leninista…

-Cuba sería, luego, uno de los principales temas cuando usted fue canciller. ¿Fidel Castro recordó esa comida y que a usted lo había conocido personalmente?

-Sí, claro. Y después también estuve algunas veces con Castro en la época larga de mi vida como funcionario internacional. Entraba a Cuba esporádicamente durante los 15 años en que fui director de UNICEF para América Latina y el Caribe. Cuba era miembro de Naciones Unidas y estaba incluido en los programas de cooperación de UNICEF. No estuve en todos los viajes con Fidel, pero sí con Raúl Roa, con funcionarios del Ministerio de Relaciones Exteriores y con la esposa de Raúl Castro que era la única mujer del gabinete cubano. Ella era una especie de “súper ministra” de asuntos sociales y, por lo tanto calzaba con los temas de cooperación de UNICEF.

-Como canciller su actuación estelar fue Punta del Este, donde tuvo que rechazar la presión norteamericana. Usted tenía instrucciones de Alessandri bastante claras, pero fue difícil afrontar un cuasi aislamiento…

-Punta del Este… En su gestación hubo intentos de los gobiernos de Colombia y Venezuela para convocar la Reunión de Consulta de los Cancilleres Americanos en virtud del TIAR (Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca) para tratar el caso de Cuba, al considerar que estaba configurada la situación para los efectos de su exclusión del sistema interamericano: su expulsión. No hubo quorum para convocar a la conferencia por la solicitud venezolana del gobierno de Rómulo Betancourt. Se aceptó la propuesta colombiana, Presidente Alberto Lleras Camargo y Joaquín Caicedo y Castilla como canciller. Y se convocó a la reunión de Punta del Este. Como era natural, conversamos largamente con el Presidente Alessandri sobre cuál iba a ser nuestra posición. El Parlamento chileno estaba agitadísimo con el tema, especialmente el Senado. Fui invitado para tratar este asunto.

Hubo debates en el Senado muy injustos y apasionados al extremo, por la forma en que se manifestaron algunos senadores de izquierda, criticando anticipadamente una posición de Chile que desconocían. Sobre la base de suposiciones equivocadas. Las personas más duras fueron Salomón Corbalán, el más violento; Raúl Ampuero, el más cerebral; Salvador Allende -para dejar constancia- y Radomiro Tomic. Eduardo Frei Montalva, en tanto, tuvo una actuación muy cooperativa con el gobierno de Alessandri y el canciller radical. Y lo mismo hicieron otros dos senadores que formaban con Frei y Tomic los cuatro demócratacristianos iniciales, pero que venían de otras vertientes: Tomás Pablo y Julián Echavarri. Eduardo Frei estaba en una posición muy aceptable desde nuestro punto de vista. Cosa Curiosa: Luis Corbalán, Julieta Campusano, y los senadores y diputados comunistas, tuvieron una actitud reservada, muy fría, de mucha prudencia y en ningún caso de violencia anticipada, lo que con el tiempo se fue marcando en todo el proceso chileno de la izquierda. Los radicales, liberales y conservadores siguieron con una natural comprensión de los problemas de gobierno.

-¿Y qué pasó en Punta del Este?

-En definitiva me fui a Punta del Este, y situación anecdótica, en una especie de delegación informal, prácticamente a fiscalizar al canciller, viajaron Radomiro Tomic y Salomón Corbalán, “autodesignados”. Pero no los dejaron entrar a la conferencia. Tuve que interceder para que ingresaran a la tribuna, lo que me agradecieron mucho.

-¿Qué recuerda de esa difícil actuación suya en la reunión de Punta del Este cuando, paradójicamente, obtuvo el respaldo de todos los sectores, incluso de la derecha? ¿No hubo ahí mucha actuación personal para limar asperezas?

-El Presidente Alessandri determinó desde temprano una posición muy clara y consecuente, de acuerdo a antecedentes jurídicos e históricos, de lo que ha sido siempre la posición chilena respecto a interpretación de instrumentos jurídicos internacionales. Varios meses antes de que se realizara, cuando comenzaron los intentos de convocatoria para la Conferencia, ya había reuniones de trabajo. La Cancillería tenía un grupo sobresaliente de funcionarios preparando esta Conferencia, entre los que estaban el subsecretario Carlos Valenzuela y los embajadores, directores de divisiones o asesores, Enrique Gajardo Villarroel, Enrique Bernstein, Luis David Cruz Ocampo, Fernando Orrego Vicuña y Ramón Huidobro.

Las sanciones previstas en el Tratado de Asistencia Recíproca y en la Carta de Bogotá tienen un objetivo preciso. Ellas se justifican sólo en casos de ataques armados o cuando la inviolabilidad o la integridad del territorio o la soberanía o la independencia política de un Estado americano fueren efectivamente afectadas por una agresión que no revista caracteres de ataque armado; por conflictos extra o intracontinentales o por hechos o situaciones que puedan poner en peligro la paz de América.

Por el sólo hecho de que un gobierno americano se ha transformado en extraño al sistema regional con respecto de los derechos y deberes de la comunidad americana, no correspondía, dentro de los tratados vigentes, aplicarle sanciones de tipo político.

Expuestos los antecedentes, el Presidente Alessandri había determinado que la posición de Chile tenía que atenerse al Derecho Internacional para evitar que por una actitud excesivamente política o de entusiasmo de un momento, se pudiera contradecir la tesis histórica de Chile, de respeto a los tratados internacionales. Esa era la gran preocupación de Alessandri. Actuar de manera distinta, paradojalmente, Chile podría sentar un peligroso precedente en contra del propio país.

Entonces no estaba establecida la figura jurídica de expulsión de un estado miembro. Y, en consecuencia, convocar a una conferencia para inventar ahí la figura y después aplicarla con efecto retroactivo, violaba toda norma y principio de derecho interno e internacional. A su vez, pensábamos que prácticamente las dos terceras partes del país –todavía no declarado comunista el régimen cubano- simpatizaban mucho, no diría con este régimen sino con la odisea de lo que había sido Sierra Maestra… con personajes jóvenes, con un ideal que para algunos aparecía hasta romántico de construir una sociedad mejor, sobre todo porque había derrocado a una tiranía.

También se pensaba que aplicando con este criterio los argumentos jurídicos, nuestro gobierno podría enfrentar una situación más tranquila en Chile al no tener a la centroizquierda y la izquierda violentamente en contra. En cambio, si la posición chilena para sancionar a Cuba hubiese sido determinada política y no jurídicamente, sólo daría satisfacción a algunos sectores más conservadores del país.

Por otra parte, aparecía éticamente muy cuestionable el argumento de que Cuba tenía una dictadura, en circunstancia que cerca de la mitad de los países latinoamericanos también eran gobernados por dictaduras…

-¿Y qué ocurría al interior del gobierno chileno?

-Era indispensable que esto se le explicara bien a los propios partidos de gobierno. En el gabinete el Ministro del Interior, Sótero del Río, fue muy cooperativo. Esta posición era simbolizada por el Presidente Alessandri, pero la representaba el canciller que había propuesto esta estrategia. El resto no se pronunciaba por considerarlo un tema propio del canciller y de política exterior del jefe del estado.

En la explicación a los partidos, encontré la comprensión tanto de liberales como conservadores. A ninguna de estas reuniones iba con asesores de la Cancillería porque había temas más allá de lo estrictamente profesional: situaciones puramente políticas.

En abono de esta posición hubo informes muy completos de nuestros embajadores en el Vaticano, Fernando Aldunate; y en Londres, Víctor Santa Cruz.

Al regreso a Santiago recuerdo que viví semanas de una expresión nacional muy cálida de apoyo. Los medios informativos, los partidos políticos, las federaciones de estudiantes…

Explicamos esto a través de un discurso memorable: contenía argumentos claros contra el régimen cubano, pero había también un elemento político y práctico. Considerábamos que ésta no era la solución y que no resolvía nada. Era preferible tener a Cuba dentro que fuera de la OEA. Creo que los cuarenta años transcurridos nos dan la razón cabalmente…

-¿Y cómo reaccionó Estados Unidos?

-Entendió y respetó la posición chilena. Alessandri fue recibido con honores diez meses después en Washington. Nuestro país fue el que más ayuda recibió de la Alianza para el Progreso. La dignidad produce respeto cuando se expresa con lealtad y claridad al amigo…

-Hay, no es cierto, una famosa historia de un voto que cambió…

-Es que éramos 21 en el sistema de la OEA en ese momento; Cuba no votaba por ser el país acusado. Se requería según el TIAR los dos tercios para obtener la expulsión: 14 votos. Desde un comienzo hubo siete votos disidentes, que fueron Argentina. Brasil, México, Chile, Bolivia, Ecuador y Haití. La conferencia se suspendió al no lograrse el voto 14.

Estábamos almorzando en el bungalow 46, que era mi casa en Punta del Este, los siete cancilleres disidentes que mencioné. En ese momento llegó una llamada telefónica al canciller de Haití, René Chalmers. Al regresar nos dijo: “Me van a tener que excusar. Tengo instrucciones de mi gobierno y creo que va a haber cambios en la posición nuestra. Prefiero ser muy honesto, advertirles y no seguir participando de estas reuniones porque es posible que yo sea coincidente cuando se reabra la plenaria”.

La Conferencia estuvo diecisiete días suspendida. Estábamos más activos que en sesión formal, porque se realizan contactos y negociaciones… Finalmente se reanudó. Se nos citó un día para las diez de la noche. Una iniciativa de Chile a nuestros colegas fue aceptada unánimemente por los otros cinco cancilleres: en lugar de voto en contra propusimos abstención, la que tiene el significado de voto en contra, pero que era menos duro para los Estados Unidos y para el grupo mayoritario.

-¿Qué otros episodios importantes recuerda?

-Hay dos muy significativos: a las siete de la noche de ese mismo día estábamos Carlos Valenzuela, Walter Müller, embajador en Washington; Enrique Gajardo Villarroel, Fernando Orrego… Me avisaron que el canciller argentino, Miguel Angel Cárcano, me invitaba a una reunión urgente para conversar entre los seis ministros. Acepté naturalmente y me dirigí al Hotel San Rafael: el segundo piso lo tenía completo la delegación argentina. Estábamos viendo asuntos netamente operacionales cuando entró Oscar Camilión y le dijo a Cárcano que lo llamaban de Buenos Aires. Era el propio Presidente Frondizzi que había traído a Cárcano desde Europa, donde era embajador, para que fuera su canciller. Escuchamos el monólogo de Cárcano: “Sí, Presidente… Sí, Presidente… Presidente, usted no me puede pedir eso. ¡Pero Presidente, el honor de Argentina!… ¡La palabra de Argentina!…” Al final ganó el de este lado del teléfono. “Gracias, Presidente, por su confianza”. Fue manifiesto que Argentina era el otro país que tenía una posición muy débil…

-Estaba con una presión irresistible…

-Toda la antesala de Cárcano estaba llena de uniformados y éste, al amanecer, fue destituido de su cargo. Votó, atravesó el río y fue reemplazado. ¡Y Frondizzi cayó! Ahí hay un cuadro que representa la época y las posiciones de los países.

Y otro hecho, históricamente importante, ocurrió días antes cuando después de la paralización de la Conferencia, el canciller de Brasil, Santiago Dantas, me pidió cenar juntos. Y me dijo, cosa curiosa: “Pero yo prefiero cenar en su casa. Después le voy a explicar”. Cenamos los dos. Me comentó: “El continente, la vida internacional, no puede seguir en este zapato de concreto. (Con esta expresión se refería a zapato chino). Esto no conduce a nada. Me parece que hay que iniciar una negociación internacional de neutralización y proponer un esquema aceptable que permita a Cuba y los Estados Unidos buscar un acuerdo semejante al que se creó después de la Segunda Guerra Mundial para Austria y del entendimiento que ha existido entre Finlandia y Unión Soviética, su vecina…

-¡Qué curioso antecedente porque habría solucionado la crisis de los misiles!

-Tal vez ya era tarde… Este proyecto de acuerdo buscaba que Cuba se comprometiese a mantener neutralidad y no formara parte de pactos de seguridad internacional, del pacto de Varsovia y, por lo tanto, no aceptara que en su territorio se emplazaran bases de potencias extracontinentales. A su vez, Estados Unidos aceptaría respetar la independencia de Cuba. A no invadirla ni bloquearla. “Yo creo que esta es la solución”, me dijo el canciller brasileño. “Yo también lo creo, respondí. Intentémoslo”. Tenía que consultarlo con el Presidente Alessandri quien se encontraba en Viña del Mar. Dantas era el canciller de Goulart que después pasó a ser su Ministro de Hacienda y cayó con él cuando estaba en ese cargo. Un hombre brillante, profesor de Derecho, que no era miembro regular de Itamaraty. El me dijo que iba a consultar también con su Presidente, pero tuve la impresión que ya estaba decidido. Luego se acercó y me dijo: “Las fórmulas deben tener un nombre para que se ubiquen en los medios informativos: esto de neutralización de Cuba…” Le contesté: “Coloquémosle el siguiente nombre: “Finlandización de Cuba”. En honor a la verdad histórica fue idea brasileña, salvo el nombre de fantasía que fue mío.

Cuba lo rechazó. A pesar de eso nos reunimos con Dean Rusk, secretario de Estado, y dos senadores de su delegación. Apuntador en la reunión: Richard Woodwin, quien encabezó la famosa misión Woodwin-Moscoso que llegaría tres o cuatro meses después a Chile. El apuntador en la reunión con Dorticós y Roa fue el último embajador cubano en la OEA Carlos Lechuga, que había sido embajador en Chile hasta meses antes. Los norteamericanos también dijeron “no”.

Creo que en el siglo XX esta fórmula frustrada hubiera sido una de las más notables contribuciones a las relaciones americanas. No se dio, no más…

¿Cómo supo que habían asesinado a John Kennedy?

-Yo había presentado credenciales en Naciones Unidas a U Thant y se acostumbraba que el Secretario General de la ONU le ofreciera un almuerzo al nuevo embajador ese mismo día. Iban los miembros del Consejo de Seguridad y embajadores del área. Estaban los once miembros del Consejo de Seguridad, entre ellos Chile. Nosotros éramos miembros de este consejo. Yo tenía a mi derecha a Adlai Stevenson y a mi izquierda a Nicolai Fedorenko. U Thant estaba en la cabecera. En la otra, el venezolano Carlos Sossa Rodríguez, presidente de la Asamblea, el senador Luis Bossay, Edmundo Eluchans y Mariano Puga Vega. Estábamos en los postres. Entró un joven que le dijo algo al oído a Stevenson, quien fumaba mucho. Se le cayó el cigarrillo, se puso de pie y dijo: “Acaban de asesinar al presidente de la Unión”. Ahí terminó el almuerzo. El resto es de público e histórico conocimiento. El Presidente Jorge Alessandri nos designó para representar a Chile en los funerales al senador Luis Bossay, a Sergio Gutiérrez, embajador en Washington, y a mí.

VI

-En su período de Canciller ocurrió la crisis del Lauca…

-Cuando asumí la Cancillería continuaban las negociaciones entre Chile y Bolivia para el aprovechamiento de parte de las aguas del río Lauca (hay que recalcar la expresión “parte de”, porque ahí está la explicación de la tesis chilena y de la infundada posición boliviana). Esas negociaciones se habían iniciado en 1938. Aguirre Cerda, en su candidatura presidencial, al hablar en la Plaza de Arica, ya planteó el tema del Lauca ante la sequedad del valle de Azapa y la falta de energía eléctrica y de agua potable para Arica y las poblaciones aledañas. Entonces ya existían estudios en el sentido de que estas aguas aprovechadas en parte permitían, por un lado, regar el valle de Azapa, y por otro, crear una central hidroeléctrica para producir energía para Arica. En todo esto se aplicó la Declaración 33 de la Conferencia Panamericana de Montevideo, de 1933, que estableció un marco regulatorio para el aprovechamiento de aguas de cauces internacionales en que los ribereños fueran dos o más potencias en la vecindad.

-¿Y cuáles son las características del río Lauca?

-El río Lauca es un río internacional de curso sucesivo que nace en territorio chileno en las Ciénagas de Parinacota, que son alimentadas por la vecina laguna de Cotacotani. Después de recorrer en Chile poco más de 75 kilómetros, penetra a territorio boliviano en el punto de la frontera denominado Macaya, a una altura de 3.892 metros, en donde se encuentra el hito XX y escurre en el Altiplano boliviano en una distancia de 150 kilómetros hasta ir a desembocar en el Lago Coipasa, situado en el extremo Norte del salar del mismo nombre. Las aguas del río Lauca se pierden allí sin ningún provecho, sea por evaporación, sea consumidas por el salar.

Al captarse por Chile parte de esas aguas, se lograrían 400 litros de agua por segundo y se producirían 4 M.W. de electricidad.

-Pero, ¿cómo llegó a ser un tema conflictivo?

-El Ministerio de Obras Públicas había iniciado los estudios técnicos de las obras. El primer decreto que nombraba comisiones técnicas asignaba recursos y aceptaba sus planos, tiene las firmas del Presidente Juan Antonio Ríos y del Ministro de Obras Públicas, Eduardo Frei Montalva. 

El tema se había tratado durante 23 años en el sistema de comisiones mixtas, y Bolivia estuvo de acuerdo en todo: en el derecho de Chile para captar parte de esas aguas (según los proyectos, las bocatomas no iban a captar más de 50% para Chile); que estas aguas iban a ser para uso legítimo y que Chile entregaría al pasar el Lauca la frontera hacia Bolivia a lo menos un 50% del caudal, por ser un curso de agua internacional…

Llegamos al año de 1960: estas comisiones mixtas, por el lado chileno, estuvieron conducidas generalmente por Enrique Gajardo Villarroel, director de Fronteras y Límites del Estado a la época. Era un embajador de vasta experiencia. Ese año se realizó la última de estas reuniones, presidida por los ministros de Obras Públicas, en que se constataba una vez más que todo se estaba ejecutando de acuerdo a lo convenido y en relación con la Declaración 33 sobre el uso de aguas internacionales.

-Hasta ese momento no había ninguna oposición boliviana…

-Nada conflictivo. Presidía la comisión chilena Ernesto Pinto Lagarrigue. Sin embargo, después de esa reunión, que fue la final, la definitiva, empezamos a observar en Bolivia una creciente campaña que cuestionaba la utilización por Chile de las aguas del río Lauca.

-Y desde Bolivia les informaba el Embajador de Chile Manuel Trucco…

-Sí. Además esta campaña era pública. Primero apareció en los medios, en la parte informativa y luego pasó a páginas editoriales, con un carácter de posición nacional boliviana. En una segunda fase, meses después, Bolivia incluyó el tema del mar. El Presidente de Bolivia era Víctor Paz Estenssoro y su canciller, Fellman Velarde. Era un gobierno muy fuerte, popular, de las nacionalizaciones, entre otras del estaño, de la reforma agraria masiva y extensiva, y fue el primero de los llamados movimientos revolucionarios nacionalistas que se instaló en el continente.

Tuvimos varias reuniones y contactos a consecuencia de otro tipo de eventos para conversar sobre el tema. Por ejemplo, en la conferencia de Punta del Este en enero de 1962 le pregunté a Fellman Velarde a qué se debía toda esta campaña que contradecía lo que habíamos acordado en el ciclo de reuniones, con la aplicación del acuerdo de Montevideo sobre aguas internacionales. No obtuve respuesta satisfactoria.

-¿Cómo se disparó entonces el conflicto?

-Tras la reunión de Punta del Este recibimos información de que continuaba esta campaña. Naturalmente lo conversamos con el Presidente Alessandri. Las obras estaban terminadas y sólo pendiente una instrucción a nivel presidencial para levantar las compuertas y dejar correr el agua. Las claves de la orden para abrir las compuertas la conocíamos el Ministro del Interior, Sótero del Río; el Ministro de Obras Públicas, Ernesto Pinto Lagarrigue; y yo, el canciller. Pero el Presidente, a pesar de que estaban concluidas las obras, no había determinado aún que se ejecutara la orden.

El Presidente, por una especial deferencia a los bolivianos, esperaba algunas semanas para evitar reacciones. Creo que en eso fuimos demasiado generosos e ingenuos.

Un día de abril de 1962 estábamos en el antiguo aeropuerto de Los Cerrillos, en una ceremonia oficial, acompañando al Presidente Alessandri. Llegaba el segundo Cardenal chileno investido por el Papa: el Cardenal Raúl Silva Henríquez. El Presidente de la República resolvió ir al aeropuerto a recibirlo, como un homenaje a la Iglesia y un reconocimiento de que Chile es un país católico.

Antes de avanzar a la losa donde se posó el avión que traía al Cardenal, llegó al salón presidencial un oficial de la Fuerza Aérea, que posteriormente sería muy conocido en la historia contemporánea de Chile: Gustavo Leigh Guzmán. Me ubicó y me dijo: “canciller, lo llaman urgente desde Washington. En el teléfono, lo está esperando el embajador Walter Müller”. El embajador me dijo: “ministro: de muy buena fuente conozco que hace pocos minutos Bolivia ha resuelto romper relaciones diplomáticas con Chile y, además –eso sí me consta porque tengo aquí el escrito- ha solicitado la convocatoria del sistema de la OEA para la aplicación del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca con el fin de que sancione a Chile. Lo central es que se acusa a Chile de agresión patrimonial”. De inmediato le repliqué a Walter que esa figura no existía en el Derecho Internacional Americano y menos en el TIAR, que casi me lo conocía de memoria.

-¿Y qué instrucciones dio Ud. al embajador Müller?

-Me preguntó: “¿Qué hago?” Le respondí: “Nada. Esperemos, pero si quieren precipitar una reunión pida una postergación. Hasta luego. Yo lo llamo en cualquier momento”. Ya íbamos a salir de la sala hacia la losa cuando informé al Presidente Alessandri, quien me comentó: “Bueno, no se han levantado las compuertas y esta gente, que ha estado de acuerdo en todo, ahora rompe relaciones por algo que no ha ocurrido! Efectivamente no se han levantado las compuertas. Ordene levantarlas. ¡Que escurran las aguas!”.

-Deben haber sido dramáticos esos momentos…

-Pinto Lagarrigue no estaba en el aeropuerto, Sótero del Río venía viajando desde el sur. Entonces nos reunimos con el Presidente varios ministros, entre ellos el de Defensa Nacional, Julio Pereira Larraín. Por la gravedad y repercusión que podría tener el caso acordamos reunirnos inmediatamente en el Ministerio de Defensa el titular de esta cartera, el Canciller, el Ministro del Interior, el de Obras Públicas, los tres Comandantes en Jefe de las Fuerzas Armadas y el Director General de Carabineros. Allí acordamos medidas básicas de coordinación y prevención.

Terminada esta reunión el Director General de Riego, Raúl Matus, dio la orden en clave al ingeniero Rómulo García, quién se encontraba en Chapiquiña para que escurrieran las aguas. Así ocurrió inmediatamente. La decisión presidencial se había cumplido. Así se lo informé personalmente al Presidente Alessandri.

-¿Cómo evolucionó el diferendo en la OEA?

-Se resuelve que los embajadores lo estudien en el Consejo de la OEA. Chile designó como plenipotenciarios para explicar nuestra posición a Walter Müller, que era nuestro embajador en Washington y en la OEA; Manuel Trucco, que dejó de ser embajador en Bolivia y después iría a la OEA; Enrique Gajardo Villarroel, Director de Fronteras y Enrique Bernstein, Asesor Político. Después de tres semanas de alegatos de los representantes chilenos y bolivianos y de intervenciones de otros miembros de la OEA, vino la votación. Fue memorable e histórica: por 18 votos fue desestimada la petición de Bolivia. Hubo dos abstenciones: Bolivia y Chile, es decir, las partes. Conocida la votación, el embajador de Bolivia ante la OEA y la Casa Blanca, Emilio Sarmiento, comunicó que Bolivia, en protesta por favorecer la posición chilena, se abstendría de participar en las reuniones de la OEA y del Sistema Interamericano.

-¿Cómo fue la acción diplomática de Chile durante esta tensión?

-En un gesto de unidad nacional, se designó para explicar la posición chilena, además de nuestros embajadores en cada capital, a Sergio Diez en los países del Atlántico; a Sergio Sepúlveda Garcés, en los países del Pacifico hasta Panamá; y a Florencio Galleguillos en los países centroamericanos. Fueron en misiones especiales, que no sólo eran protocolares en el sentido de una entrevista con el Presidente respectivo y su canciller para comentarle la posición chilena, sino que además debían ampliarse a la opinión pública y, por lo tanto, a los medios de comunicación y otras instancias, personalidades o asociaciones. Para Centroamérica, por ejemplo, la determinación fue que además de los jefes de Estado y de los cancilleres, era necesario recurrir a los egresados de universidades chilenas, que fueran ministros de estado o miembros de parlamentos. Esto tuvo un muy buen resultado en Panamá, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Salvador y Costa Rica.

-¿Qué recuerda de la pérdida de los papeles del adicto militar chileno en La Paz, cuando dejó la embajada Manuel Trucco?

-Tuve acceso a la información que se mandó directamente por parte de su institución y naturalmente también de nuestro embajador. Cuando Bolivia rompió relaciones diplomáticas, enviamos un avión especial de Lan Chile para recoger a los funcionarios de la Embajada de Chile y a sus familiares. Como una manera de respaldo incluso se determinó que el canciller fuera a recibirlos.

Al día siguiente, en una reunión de trabajo con el embajador Trucco y sus colaboradores principales, tuvimos por primera vez la información de que había ocurrido un hecho lamentable.

Pese a que se ordenó la destrucción e incineración de los archivos –pensemos en la documentación propia de una embajada en un país limítrofe y con la historia de conflictos conocida- el adicto militar no había cumplido esta instrucción. A un  íntimo amigo suyo (presentado como informante de Chile) le entregó en cautela, para que los sacara de la misión y los llevara a su casa hasta nueva orden, parte de los archivos de la misión militar. Naturalmente estos documentos fueron a dar al gobierno boliviano. Eso originó que algunos militares bolivianos fueran procesados y algunos de ellos, fusilados. En esos documentos aparecían vínculos de esa gente con Chile y fueron considerados como traición por el gobierno boliviano.

Cuando los funcionarios de 1a Embajada llegaron de regreso a Chile fueron recibidos oficialmente por el Presidente de la República. Ahí ya tuvimos ese antecedente, pues se nos dijo que no concurriría el ex adicto militar: que no era merecedor de esta dignidad y honor de ir a saludar al Presidente de la República. Después se publicó que su institución, en presencia del regimiento formado, a cuya arma pertenecía este coronel, lo degradó.

-En este medio siglo, en que más de un tercio hemos estado sin relaciones diplomáticas con Bolivia, ¿Chile ha podido hacer algo que no haya hecho?

-Chile ha hecho siempre esfuerzos significativos para mantener los mejores vínculos con Bolivia. Sin embargo, pienso que en esta expresión de buena voluntad, Chile ha cometido errores estratégicos.

Por su parte, Bolivia ha unido siempre el tema del mar, implícita o expresamente a su actividad diplomática. En cada gestión llega un momento en que introduce el asunto del mar o lo utiliza para imponer condiciones.

Los errores estratégicos de Chile han radicado en crear expectativas infundadas en Bolivia más allá de lo que era posible hacer respecto del tema marítimo. Habitualmente, se dan tres etapas en los ciclos de relaciones con Bolivia. Hay una primera parte de expresiones diplomáticas en que la posición chilena es demasiado retórica. Así, entusiasmado nuestro país por la circunstancia de que se pueden renovar muy cordiales relaciones, deja un poco en nebulosa el tema del mar, sin precisar desde el primer instante de que este tema no se incluye. Así se crea una falsa expectativa para Bolivia fundada en su pretensión histórica, aunque no hay nada que la posición chilena haya comprometido.

Entonces, viene el momento en que Bolivia presiona y quiere obtener un “sí” o un “no” de Chile frente a su aspiración. Saca esa carta y moviliza al país detrás de ese objetivo nacional exigiendo lo que no estaba convenido. La respuesta de Chile ahora es categórica, pero debió haberlo sido desde el inicio. Y viene la tercera etapa de este ciclo. La reacción boliviana es considerablemente fuerte, más intensa que la que existía antes de haberse iniciado el proceso. Aún no haberlo comenzado habría sido mejor que el desarrollo de éste, que va a hacer más negativa esta relación bilateral, comparado con la que existía antes del mismo. Y cuesta años y, a veces más de un decenio, volver a retomar…

VII

-¿Qué destacaría usted de la forma de trabajar del Presidente Alessandri?

-El Presidente Alessandri era de un espíritu muy reflexivo y analítico, antes de adoptar una determinación firme y con fundamento. Al mismo tiempo le daba mucha importancia a cómo hacer las cosas. En cada una de sus iniciativas y medidas se podía observar la meticulosidad para determinar las formas y procedimientos, cautelando los efectos y las imágenes. El cómo hacer las cosas que tenía que ser impecable, de manera que saliera perfecta la obra.

-¿Cómo abordo el terna de Cuba para el rompimiento?

-Estábamos en la época de mi sucesor, Julio Philippi. En 1964 se realizó la Conferencia de Cancilleres en Washington. De nuevo, Cuba, pero en esa oportunidad se adoptaron otras sanciones. No sólo se estaba ante la expulsión de Cuba del sistema interamericano, que en 1962 constituyó una muy grave sanción, sino que ahora se adoptaron sanciones complementarias a esa resolución. Se acordaron medidas consulares, económicas y de rompimiento de relaciones diplomáticas para aquellos países que no lo habían hecho. En ese caso estaban México, Chile y Uruguay. Es decir, de los 20 países del sistema interamericano, restado Cuba, ya había 17 que en diferentes etapas del proceso habían roto relaciones. Y por dos tercios, holgadamente, se adoptó la resolución del rompimiento de relaciones. Por lo tanto, Chile, México y Uruguay debían cumplir.

-¿Influía el tema en la opinión pública?

– Ahí se puede observar perfectamente -estábamos a pocas semanas de la elección presidencial del 4 de septiembre de 1964- cómo operaba la forma de actuar del Presidente. La reflexión y los antecedentes, la comparación de los mismos con los aspectos jurídicos (lo acordado en Washington era o no legal, tiene o no imperio con respecto de Chile…?). El Presidente consideró que sería muy interesante que se le preguntara reservadamente a cada uno de los tres candidatos: (Frei-Allende-Durán) “¿Es obligatorio romper relaciones hoy o puede dilatarse una semana, un mes, etc.? Y explicó Alessandri que quería para Chile tranquilidad, la mayor paz en el desarrollo de la elección presidencial. “Además quiero hacerle un servicio más a mi país, como Presidente de Chile: que ellos digan si quieren que rompa yo, ¿o quieren reservarse cada uno para esta medida cuando sea elegido?” La respuesta reservada de los tres fue, con distintas formas o matices: “No postergue esta determinación tan trascendental derivándola a alguno de nosotros”. Y el Presidente rompió…

VIII

-Como embajador en Brasil ha conocido Itamaraty, y en Perú, Torre Tagle. Chile ha estado tratando siempre de reorganizar la Cancillería para fortalecer una diplomacia profesional sin lograrlo. Esta sigue siendo un poco hijuela pagadora. ¿Qué ha impedido llegar a esa prioridad que el país ha alcanzado en muchos servicios públicos…? Además usted fue Ministro de Relaciones Exteriores en una época en que la Cancillería era claramente el segundo cargo político del país a diferencia de hoy en que aparece otro ordenamiento de la gestión gubernativa…

-Cada cual recuerda y trata de presentar en positivo o en falencia lo que fue su período en una función determinada. Debo recordar que desde 1963, siendo yo canciller del Presidente Alessandri, justamente data la primera ley orgánica del Ministerio de Relaciones Exteriores. Con aprobación unánime del Parlamento y gran contribución parlamentaria para mejorar los respectivos proyectos se establecieron por primera vez en la ley las plantas de personal del Ministerio, se posibilitó la mejor calificación, los ascensos y el progreso en la carrera funcionaria, y se creó el cargo de Director General de la Cancillería, de tal manera de coordinar las direcciones muy sueltas y dependientes administrativamente del subsecretario, pero quien no necesariamente tiene el tiempo como para atender problemas sustantivos, además de los administrativos.

Y hubo algunas creaciones muy importantes: el Instituto Antártico Chileno, la Academia Diplomática Andrés Bello y la Comisión Consultiva de Relaciones Exteriores, conocida hoy como el Consejo Asesor de Política Exterior. Yo le propuse al Presidente Alessandri a Jaime Eyzaguirre y ya con su aceptación lo invité a ser el primer director de la Academia Diplomática de Chile.

Me parece ya urgente, después de cuarenta años, que la Cancillería cuente con un nuevo Estatuto Orgánico que continúe la real profesionalización de la carrera y recoja las experiencias y lecciones.

Desde luego una moderna distribución de las crecientes y complejas funciones requiere de la creación del cargo de Vice-Ministro, del cual dependan tres Subsecretarías: Política, Económica y Administrativa. La selección de los postulantes y el programa de estudios de la Academia Diplomática necesitan de criterios más estrictos y selectivos. Los procedimientos para ascensos y destinaciones deberían ser más transparentes.

Considero que hoy existe conciencia en los círculos informados y académicos, así como en el Parlamento, para acometer esta tarea. Falta decisión política.

IX

-¿Cuál es su percepción de los presidentes de Chile a los que usted conoció?

-De muy joven aprecié, aunque naturalmente no con un trato directo, a los Presidentes Arturo Alessandri, Aguirre Cerda y Ríos. Alessandri era un gran estadista, fundamentalmente caracterizado por su decisión, personalidad, temple y sensibilidad. Era un hombre grande, muy apropiado para enfrentar situaciones de adversidad; sabía sobreponerse.

Aguirre Cerda era muy amigo de mi padre y lo conocí a temprana edad en una gira que realizó al norte de Chile, justamente durante la campaña presidencial. Tengo la noción de que era un hombre activo, laborioso, meticuloso y detallista. Había escrito algunos estudios muy interesantes sobre la industrialización del país y el agro, donde se demostraban estas cualidades, y su desempeño como primer decano fundador de la Facultad de Economía de la Universidad de Chile, confirma estas características. Llegó enfermo a la Presidencia de la República y, como sabemos, su mandato no fue completado y duró solamente res años. Allí, y especialmente su gran obra, la creación de la Corporación de Fomento de la Producción, retrata ese espíritu de trabajo estudioso y esa concepción del país.

El Presidente Ríos, aunque de personalidad poco conocida por la mayoría de sus compatriotas, para mí es uno de los Presidentes de la República que más me ha impresionado por sus grandes condiciones. Era un hombre de mucho carácter, de recia personalidad, muy organizado para trabajar, e imponía gran disciplina en sus actos y en la labor de sus colaboradores. De los tres Presidentes radicales, es el que personalmente más admiro y es, realmente, el ejecutor de la política de industrialización del país. Me correspondió, en representación de los estudiantes, hacer el discurso de homenaje con motivo de su fallecimiento. Tampoco completó el período presidencial.

Al Presidente González Videla ya lo traté directamente como dirigente estudiantil universitario y porque era, de estos tres Presidentes radicales, el más vinculado a la actividad política partidista: era un resultado de sus luchas políticas, como antiguo asambleísta radical. Se ganó la Presidencia en la brega política. Era un político de barricada. Una personalidad bastante cuestionada por su temperamento, y por algunos aspectos de su estabilidad política y emocional. Sin embargo, creo que los resultados de su gobierno fueron también de continuo progreso, en la etapa posiblemente más difícil, de suma politización y auge extraordinario del sindicalismo. Allí nacieron las mayores pugnas internas en Chile, con un exceso de dosis de ideología y de partidismo político. El había sido, en parte, autor de que así ocurriera y, también, en algún grado, fue víctima de lo mismo.

-Y afrontó una época violenta…

-Violenta. La extrema izquierda chilena, y especialmente el Partido Comunista, resolvieron enfrentarlo directamente, y en todos los campos. El demostró allí, ya como gobernante, esas habilidades políticas que lo habían llevado a la primera magistratura de la nación. Y se transformó en un hombre de equilibrio, de búsqueda, de entendimiento. Y es el único Presidente de Chile que yo recuerde, que gobernó con todos los partidos políticos durante los seis años de su mandato presidencial.

-¿Y de Ibáñez que nos puede decir?

-Lo conocí, como cualquier ciudadano, pero no tuve nunca un trato directo con él. Naturalmente, para nosotros, el Presidente Ibáñez representaba la antítesis del Radicalismo histórico. Y en su segunda Presidencia, lamentablemente, el fue ungido Jefe de Estado con el símbolo de una escoba, para barrer a los radicales. El Radicalismo estaba desgastado con cuatro presidencias. Siempre se habla de tres, pero se nos olvida Juan Esteban Montero, quien fue el primer presidente radical que duró ocho meses en la Presidencia y fue derrocado por la llamada República Socialista, encabezada por el coronel Marmaduque Grove en el año de 1932. Es decir; no se alcanzó a apreciar su gobierno porque prácticamente en el inicio fue imposibilitado de continuarlo.

Dicho esto, en el caso de Ibáñez, tengo una buena opinión de su primer gobierno. Aún no nacía, pero estudiándolo, fue un gobierno necesario y fue derribado prácticamente por la crisis mundial. Hay obras realmente notables del primer ibañismo, especialmente en la creación de la nueva institucionalidad chilena, en el orden económico, financiero y social.

-¿Por qué esa diferencia en su segundo período? ¿Estaba muy mayor?

-En el segundo período estaba muy mayor. Entonces el fue elegido como consecuencia de un espíritu negativo. ¡Había que estar en contra de los radicales: llevaban mucho tiempo en el gobierno! Pero no fue elegido en función de un programa realmente positivo. Sus partidarios fueron muy heterogéneos en criterios y en intereses. Con el general Ibáñez estaban latifundistas de la zona central y, al mismo tiempo, electores de la ultra izquierda anárquica de la minería del norte. Y muy pocos políticos experimentados, a través de una disciplina más o menos prolongada. Había ex colaboradores suyos del primer gobierno, pero no como para tener una expresión coherente o una propuesta para rodearlo y acompañarlo, y hacer una buena gestión. Fue el gobierno que exhibe como una de sus características el mayor número de ministros de Estado durante sus seis años, lo que indica una inestabilidad muy acentuada. Esto en un sistema parlamentario podría ser explicable, pero en un régimen presidencial, ya confirmado por la Constitución de 1925, aparecía bastante extraño y curioso que haya tenido esta crisis política constante.

El general Ibáñez fue elegido por una mayoría que deseaba un gobierno fuerte y jerárquico. Desde esa perspectiva, el país fue defraudado.

-Lo que contrasta fuertemente con el gobierno de Alessandri…

-El Presidente Jorge Alessandri representó, en ese sentido, la otra cara de la medalla. Una gran personalidad caracterizada por lo que la gente común intuyó y posteriormente confirmó. Y finalmente lo lloró cuando él falleció. Esas condiciones de rectitud moral, gran austeridad y un sentido del servicio público desposeído de todo elemento de duda. Siendo un símbolo de la empresa privada, sin embargo era un hombre al servicio de la nación en que el espíritu público estaba por sobre toda consideración. Fue un presidente que propició la unidad nacional y mantuvo la dignidad internacional de Chile…

-¿Cuánto influyó en usted que era muy joven cuando fue su canciller?

-Eso lo tengo muy claro. Por ejemplo, el orden y la disciplina en el trabajo: el método y los sistemas de organización. Seguramente estos elementos eran muy propios de él, además de su personalidad, por su condición de ingeniero, y de profesor de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas, y esto lo había demostrado en funciones públicas como director de Pavimentación de Santiago, o presidente de la Caja de Crédito Hipotecario.

Para nosotros al comienzo de los años ´60, tener un Presidente de la República que exhibiera al interior de su gobierno tal sentido de la organización, de la jerarquía y de la disciplina, era algo posiblemente excepcional hasta ese momento en el país. ¡Por lo menos para mi generación! Entonces eso influyó mucho. El estudio de las materias y de las responsabilidades que había que asumir. El Presidente Alessandri preguntaba a sus colaboradores y rápidamente observaba quien no había estudiado, quien no conocía bien su encargo. El prefería que se le dijera “mire, no sé, no he tenido tiempo de estudiarlo, pero mañana le puedo dar una respuesta”, la honradez, antes que esas reacciones improvisadas y superficiales que se producen mucho en la vida pública y política del país.

-¿Delegaba?

-Bastante, contrariamente a lo que se supone; ahí no hay un conocimiento público acertado, pues se le considera, creo yo, un hombre muy autoritario. ¡No! Era un hombre de mucha personalidad, pero no era autoritario. Delegaba bastante, pero al mismo tiempo, evaluaba y exigía respecto de las materias o problemas que había delegado a sus colaboradores. Hay otro mito respecto de Alessandri, y que yo lo pude constatar muy bien en materia de política exterior: con esta frivolidad con que a veces se tratan o se suponen posiciones a los hombres públicos, un sector político de Chile le asignó a Alessandri la condición de un hombre de derecha. Si se examina su gobierno y sus realizaciones, se llegará a la conclusión de que no calza con lo que es un estereotipo de un derechista o de un gobierno de derecha. Es el único gobierno de Chile que no decreta estado de sitio ni leyes de discriminación política…, entre otras cosas.

-Y de él es la ley de Reforma Agraria…

-Si esa ley se le compara con la posterior, es una legislación de Reforma Agraria técnica, prudente, más profesional, adecuada para el desarrollo de la economía agraria nacional; mejor para los propios beneficiarios -los campesinos y sus cooperativas-, y más justa respecto de propietarios agrícolas. Las carátulas y los fetiches hacen mucho daño en política. Se calificó la ley de Reforma Agraria de Alessandri como “ley de Macetero”, es decir, como una reforma chica, insignificante y no trascendente. Yo creo que si se compara con la reforma que llega con el Presidente Frei Montalva, y muy acentuada en su aplicación durante el Presidente Allende, la concusión histórica ya debería ser que era mucho más apropiada para las condiciones de un país como Chile esa estructura de la Reforma Agraria de Alessandri.

-Y luego tenemos a Frei Montalva…

-También lo traté y me honró rechazándome la renuncia como Embajador de Chile ante las Naciones Unidas, que fue el último nombramiento que tuve del Presidente Alessandri. Era una personalidad sobresaliente, que combinaba aspectos de lo que era considerado la elocuencia y el brillo de un político en un concepto tradicional, con un lenguaje y unas actitudes acordes con, llamémoslos, los nuevos tiempos. Y el tuvo una gran bandera que es la introducción, en la dirección de un estado latinoamericano, de las propuestas de la Democracia Cristiana, que surgían después de la Segunda Guerra Mundial con mucha potencialidad en Europa. Contó con colaboradores jóvenes y muy calificados.

-¿Qué influencia ejerció Estados Unidos en los gobiernos chilenos?

-Alessandri había sido un gobernante de gran independencia internacional y su condición de decoro, de dignidad personal que imprimía como sello a su gobierno, también la aplicaba al orden internacional. Como era una persona muy realista y objetiva, se daba cuenta de las condiciones de nuestro país, de su dimensión, de su tamaño. Pero en la relación, por ejemplo, con los Estados Unidos demostró esa cualidad personal y de gobernante nacional, también como expresiones de política internacional.

Para mí, hay un recuerdo emocionante, acerca de la forma como el Presidente Alessandri trataba y discutía los asuntos internacionales con el Presidente Kennedy, que fue su contemporáneo en la Casa Blanca. En 1962, noviembre y diciembre, lo acompañé como su canciller en su visita a los Estados Unidos. Había temas muy sensibles en la región y en el mundo, y la independencia y la dignidad de Alessandri para tratarlos con un Presidente de los Estados Unidos ahí quedaron cabalmente demostradas. No quiero significar que Frei no haya sido una persona con esas cabalidades, pero en todo caso hay un hecho incuestionable, y es que de parte de los Estados Unidos, también desde su gestación, durante la candidatura, el del Presidente Frei Montalva fue lo que podríamos denominar “un gobierno regalón”: contó con toda la simpatía de las altas esferas tanto de la política en Washington como de los empresarios en Nueva York.

-¿Y en cuanto a la Alianza para el Progreso?

-El compromiso hemisférico de la Alianza para el Progreso, que fue suscrito durante Alessandri por parte de Chile, involucraba las llamadas reformas estructurales. Una reforma fundamental, especialmente para América Latina, era la del agro, y aquí volvemos al tema. Creo que esa reforma considerada modesta y precaria de Alessandri era más chilena, más apropiada a nuestro desarrollo nacional; y que la reforma y las políticas agrícolas del Presidente Frei se acercaban considerablemente más al ideal académico norteamericano y a lo que se propugnaba políticamente por la Alianza para el Progreso, pero no condujo a lo que era de esperar en materia positiva en el ámbito chileno.

-Usted estuvo en La Moneda el 4 de septiembre de 1970…

-Así es. El 3 de septiembre de 1970 yo me encontraba en Santiago: había venido a votar. Ese día me llamó Jorge Alessandri, candidato a la Presidencia de Chile nuevamente, cuya suerte electoral se verificaría al día siguiente. Celebramos una reunión en el departamento de su cuñado Arturo Matte Larraín. Eran las 3.30 o 4.00 de la tarde. Ahí se me planteó reservadamente que el Presidente Freí había rechazado a los dos delegados del candidato Alessandri para que fueran sus representantes en La Moneda el día de la elección el 4 de septiembre: Julio Philippi y Miguel Schweitzer. Pregunté naturalmente con qué argumento y se me explicó que porque ambos habrían visitado a los tres comandantes en jefes de las Fuerzas Armadas en los dos días anteriores para pedirles garantías respecto del proceso electoral, ya que por ley las Fuerzas Armadas tienen algunos grados de supervisión del funcionamiento sano del día de la elección.

Esas visitas de Philippi y Schweitzer habían producido una reacción en La Moneda. Se las consideraba prácticamente como un acto de incitación a la subversión, ya que a juicio del Presidente Frei Montalva, los únicos garantes de la corrección del acto democrático electoral eran el gobierno constituido y el Presidente de la República, y no había por qué golpear las puertas de subalternos del mandatario, como serían los comandantes en jefe. El hecho es que desde la mañana, telefónicamente, hubo una activa discusión entre Jorge Alessandri y, más que nada, sus colaboradores, y el Presidente Frei y sus ministros, por esta situación que afortunadamente no trascendió al país. A pocas horas del acto electoral un desentendimiento de esta naturaleza y unas acusaciones reciprocas de tal calibre significaban echarle gasolina a un incendio. Entonces se me llamaba para pedirme que, para evitar problemas a pocas horas de la elección, representara a Alessandri y se superara este conflicto.

Acepté de inmediato. Dadas las circunstancias, creí que era mi deber patriótico. El gobierno de Frei aceptó que yo fuera delegado y se designó como alterno mío a Manuel Trucco, quien vivía en Washington y había venido, al igual que yo, a sufragar por el ex Presidente Alessandri.

-Y se instalaron en La Moneda…

-Los representantes de Allende fueron el diputado comunista Orlando Millas que después iba a ser Ministro de Hacienda, y el senador socialista Humbeno Martones Quezada; recuerdo que uno de los representantes de Tomic fue Juan Hamilton.

Empezamos a observar la llegada de los escrutinios que enviaban los intendentes y gobernadores al Ministerio del Interior. Era claro, desde un primer instante, a través de un muestreo que tomaba escrutinios parciales de la zonas minera, industrial, y urbanas importantes, y de sectores agrícolas que, desde luego, el candidato Tomic no tenía ninguna posibilidad y que se estrechaba la elección entre Alessandri y Allende. Aproximadamente cerca de las 10.00 de la noche estaba claro que aunque por estrecho margen, ganaría Allende.

Se nos instaló en el Ministerio del Interior un teléfono directo con nuestros respectivos candidatos. Cuando yo tenía alguna noticia importante de los escrutinios se la comunicaba al ex Presidente Alessandri, cada media hora más o menos.

Pasadas las 9.00 de la noche lo llamé para comunicarle que mi apreciación era, por la constante que se estaba dando en distintos puntos del país, que perdía la elección. El con mucha serenidad me agradeció esto y me hizo algunos comentarios en el sentido de que por el desarrollo de la última parte de la campaña, el no había descartado que podía perder. Que, en consecuencia, si esto se confirmaba no sería para él una sorpresa total aunque naturalmente era una notica poco confortable. Seguimos hasta las 2.00 de la mañana en este trabajo. Como a la media noche, ya las manifestaciones a favor del senador Allende en la Alameda eran crecientes y se me decía que avanzaban sobre la plaza de La Constitución, frente a La Moneda. El gobierno de Frei ordenó movilización especial de Carabineros y por primera vez aparecieron unos tanques pequeños que llamaban “tanquetas”, para reforzar propiamente la labor de los Carabineros. Había mucha tensión en La Moneda y, a las 2.00 de la madrugada, nos retiramos Trucco y yo. El resto es historia de Chile muy sabida.

-Usted conoció muchísimo a Allende…

-A Allende lo traté bastante y, especialmente, en mi período como canciller, cuando yo iba al Senado; no olvidemos que estaba en plena vigencia la Constitución de 1925 y había materias que eran de incumbencia del Senado en cuanto a política exterior. Por ejemplo el pase de los embajadores: el Presidente designaba a un embajador, y además de obtener el agreement del país correspondiente tenía que pasar por el visto bueno del Senado. Esto originaba un diálogo con el Senado muy activo. Además, el Presidente Alessandri recurría a veces para tratar ciertos temas muy especiales y delicados a su cuñado Arturo Matte, a Luis Mackenna, ministro de Hacienda, a Julio Philippi, y a mí, de Relaciones Exteriores.

En algunas ocasiones tuve reuniones privadas en nombre del Presidente con el senador Allende para persuadirlo respecto de determinadas iniciativas o materias que interesaban al Ejecutivo y al país. Naturalmente este tipo de reuniones no se realizaban ni en el Senado ni en mi despacho en la Cancillería sino en lugares privados donde tratábamos exhaustivamente estos asuntos. El era considerado por el gobierno como una figura muy clara y líder de la izquierda, más allá de su propio partido, que en ese momento estaba dividido: había dos fracciones socialistas. Entonces, conversar y convenir algo con Allende era conversar y convenir algo con la izquierda chilena. Era una persona agradable y de trato respetuoso en la relación normal.

-¿Y cuál diría que es la personalidad que marcó luego su Presidencia?

-Creo que fue el Presidente de la República que llegó más disminuido a ejercer el mando. Cuatro veces candidato presidencial; senador por cuatro circunscripciones distintas, joven ministro de Salud Pública de Aguirre Cerda, diputado, activo luchador dentro del Partido Socialista, de una movilidad internacional como ninguno. Fue el primer político chileno en visitar Pekín y Moscú. Llega con su salud y su ánimo resentidos, deteriorados, a la Presidencia. Cuando jura es un Allende que no posee las condiciones de vitalidad; otra cosa son las apariencias externas, pero como personalidad el no llega en las mejores circunstancias –y en algún grado- creo que hasta sorprendido con su propio triunfo.

-¿A qué atribuye el desenlace de su gobierno?

-El no supo, durante la campaña ni desde el primer día de su gobierno, plantear su personalidad como jefe de Estado, respecto de sus partidarios y sus grupos organizados. Creo que cometió un grave error que condujo además a una especie de gobierno anarquizado, en que cualquiera se consideraba con atributos, condiciones y méritos para ejercer el poder a su gusto. Hay una combinación entre esta personalidad que llega débil, con una estrategia de gobierno que muy poco expresaba la condición del régimen presidencial que imperaba en Chile. A lo mejor es consecuencia de esa conducta que desde un comienzo se desata una situación que es lo contrario de un Ejecutio consolidado y coherente. Se produce un fenómeno de desarticulación. Y hay otro factor que es muy importante: la proclamación sin medida, sin límite, de cuanta idea, propuesta o proyecto se consideraba “de izquierda”. Era la moda, y mucha frivolidad para proponer cuestiones al margen de las condiciones económicas o de las posibilidades nacionales. Y entonces el discurso de Allende como consecuencia de ese origen político, de este tipo heterogéneo de partidarios y de esos grupos que ejercían poderes disímiles unos respectos de otros, se convirtió en un “boomerang” para el propio Salvador Allende. Asimismo, la calidad y selección profesional de sus equipos gubernativos era deficiente, nada acorde con las exigencias de un estado moderno.

-¿Dónde estaba usted el 11 de septiembre de 1973?

-En Quito. El día anterior, el 10, en mi función internacional, había viajado de Bogotá a Quito y, cosa curiosa, coincidimos en el vuelo con Clodomiro Almeyda, que venía desde Argelia. Había tomado la combinación de Air France en París. Desayunamos en el aeropuerto de Bogotá. Siempre había mantenido una relación de amistad intelectual y de mucho respeto personal con él. Me explicó que venía de la Conferencia Mundial de Países no Alineados, que había sido a nivel de Jefes de Estado, pero que Allende a última hora decidió no ir. Recuerdo que me dijo: “Bueno, este hecho te dará la medida de cómo están las cosas en Chile; esto está sumamente deteriorado, yo no tengo pronóstico… y esto nos conduce a una confrontación en horas, en días”. Nos despedimos en Quito y el siguió su viaje. Supe que ése fue el último vuelo internacional que ingresó cerca de la medianoche a Santiago, y a la mañana del 11 Almeyda ya estaba detenido.

-¿Y a Pinochet lo conoció como Presidente o antes, corno oficial de Ejército?

-Lo conocí como oficial de Ejército, no recuerdo exactamente pero debe haber sido cuando él tenía el grado de capitán. Fue el quien me lo recordó pasando los años… Fue con motivo de la entrega de diplomas en la Academia de Guerra. El obtuvo el premio Ministro de Relaciones Exteriores precisamente cuando yo era el canciller, quien, si puede, hace entrega personal de este galardón.

-¿Cuál es su apreciación de él?

-Un hombre muy interesado en todo, especialmente en los detalles de las cosas. Pero, fundamentalmente, con un interés en las personas, en los actores. Muy desconfiado… y de trato amigable. Esto también contrataría la opinión de quienes lo consideraban, en su condición de Presidente autoritario, de un General, como una persona de actitudes bruscas, toscas. En mi experiencia es todo lo contrario; claro que estábamos en una circunstancia muy especial…

-Y, luego, los otros Presidentes… ya es casi el presente.

-Fui embajador de Aylwin en Brasil y de Frei Ruiz-Tagle en Perú. Guardo los más excelentes recuerdos y reconocimientos por estas oportunidades que me dieron de servir a Chile en esas dos misiones también muy importantes. La relación con ambos fue cordial y muy respetuosa.

-Y el Presidente Lagos no le ha ofrecido una Embajada…

-No. Me designó su representante en el Consejo Superior de la Universidad de Chile.

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-Cuando usted estaba de embajador en Perú vivió el caso de los rehenes secuestrados en la Embajada de Japón y se puede decir que “salvó” a los tres comandantes en jefe de la Fuerza Armada peruana, porque en vez de estar ahí se encontraban en un cóctel en la Embajada de Chile…

-Efectivamente, el 17 de diciembre de 1996 se efectuó una recepción en mi casa, al final de la tarde, en la que yo despedía a los agregados de Fuerzas Armadas chilenos que me habían acompañado durante dos años. Y los invitados seleccionados por mis propios huéspedes, eran naturalmente sus colegas agregados de Fuerzas Armadas de otros países y los altos mandos peruanos, con sus señoras. Estábamos en la recepción y, aproximadamente a las ocho de la noche, se me acerca en la terraza el comandante en jefe del Ejército, el General Hermoza Ríos. Me dice que se despide porque se va a la Embajada de Japón. Yo le digo que si alcanzo iré al final de la jornada. Entonces, el me agrega en tono simpático textualmente: “Abandono territorio chileno y me voy a territorio japonés”.

En eso aparece un mozo de la Embajada con otra bandeja con refrescos y tragos. Y entonces el general toma un nuevo vaso y me dice: “Me voy a servir el último whisky en territorio chileno”. Esos minutos lo salvaron. Habría sido otro de los símbolos detenidos en ese asalto terrorista a la Embajada japonesa por el grupo del MRTA. Estaban en mi casa los otros comandantes en jefe, de la Marina y la Fuerza Aérea, y el ministro de Defensa Nacional que se encontraban en la recepción esperando irse todos juntos a la Embajada de Japón que se encontraba a unas diez cuadras. Se escuchaban explosiones, piensan algunos que han comenzado con antelación los fuegos artificiales propios de la Navidad y del Año Nuevo. Esa es la conjetura.

En eso irrumpe en la recepción un joven de uniforme blanco, de la Armada peruana, y se dirige de inmediato al comandante en jefe de la Armada, el almirante Ibarcena, y le explica, lo que verdaderamente sucede…

-¿Qué lecciones sacaría de su experiencia en materia de negociaciones internacionales?

-Mi experiencia internacional me indica que hay errores o actitudes que no deberíamos practicar en futuras negociaciones diplomáticas.

Por ejemplo evitar la tendencia a presentar como exitosa y fácil de obtener para Chile, una negociación que recién se está gestando y en que faltan las etapas de su desarrollo natural para ser concluida. No proclamar excesos de optimismo en la presentación externa de las etapas negociadoras, que crea recelo en la otra parte, y a 1a vez 1e concede mayor poder de maniobra. Evitar toda manifestación ostensible de ansiedad, situación que genera naturalmente en la otra parte la disposición de mayores posibilidades y alternativas, cambios de posición y mejor manejo del factor tiempo. El que ansía queda generalmente bajo las condiciones de quien es más sereno y paciente.

Asimismo, no aplicar la estrategia de la globalidad, abarcando en las negociaciones la totalidad de las cuestiones consideradas como “asuntos pendientes”. La inclusión de materias de diferente género o naturaleza, sean principales o accesorias; y/ o cuestiones que requieren de un tratado internacional o mero acto de potestad administrativa, es un error. En estos casos se hace más compleja, heterogénea y difícil la conducción de las negociaciones y su resultado final; o se produce un entrabamiento que impide el arreglo definitivo de asuntos realmente prioritarios.

Es decir, no cometer el error de la fórmula ambiciosa del “paquete”, que pretende resolver todo, en un solo momento, lo que es propio de la secuencia y desarrollo histórico de las relaciones. Resulta generalmente negativo. El cuestionamiento posterior de una o más materias del “paquete” entraba la solución de las restantes y crea en la otra parte una especie de derecho de veto.

No ser invadido por el complejo de la urgencia histórica. Es la psicología conductora en una negociación cuando está fundada en la autoimposición de que hay que negociarlo “todo” y “ahora”. Al mismo tiempo, evitar la falsa creación de imágenes, especialmente en los medios políticos, el Parlamento y los periodistas, si se presenta desde el comienzo del proceso una sensación de éxito anticipado, en que las ideas y propuestas chilenas serán necesariamente aceptadas o impuestas.

La creación de falsas expectativas genera rigidices en nuestro propio campo interno, dificulta la negociación misma, y al final, si el resultado no es absolutamente igual a las expectativas creadas, se convierte en un “boomerang” para el gobierno chileno de turno. Por lo mismo, procurar no dejarse tentar por exceso y frecuencia de declaraciones y comunicados. Es un factor limitante para el desarrollo sereno de las negociaciones. No se debe anunciar algo que no está definitivamente concluido o avanzado; y de hacerlo en algunas instancias de la negociación debería formularse en textos únicos de ambas partes.

Por último, evitar la errónea ecuación de que una negociación internacional o entendimiento diplomático es como las contiendas deportivas o los juegos de guerra: “Uno gana, el otro pierde”. Por el contrario, es de la esencia de una negociación diplomática que “las dos partes ganen”, o que a lo menos una de las partes perciba el logro de haber evitado lo peor para su respectivo interés nacional.

Por motivo alguno anunciar púbicamente plazos o condiciones relativos a una negociación internacional, ya que los resultados de la misma no necesariamente dependerán exclusivamente de la aspiración chilena, sino que de la convergencia de acuerdos entre todas las partes involucradas. Las negociaciones diplomáticas deben ser esencialmente reservadas, y si es necesario, secretas. Sólo los resultados son públicos.